La Estación tiene lugar hoy en
la célebre y antigua basílica de Santa María en Trastevere, la más hermosa de
las iglesias marianas de Roma, después de Santa María la Mayor.
COLECTA
Te suplicamos, Señor, nos auxilies
con tu gracia; para que, entregados de lleno a los ayunos y oraciones, nos
libremos de los enemigos del alma y del cuerpo. Por el Señor.
EPÍSTOLA
Lección del Profeta
Jeremías.
Esto dice el Señor Dios:
Maldito el hombre que confía en el hombre y se apoya en brazo de carne, y
aparta su corazón del Señor. Porque será como el tamarisco en el desierto, y no
gozará cuando viniere el bien; sino que habitará en la aridez del desierto, en
una tierra salobre e inhóspita. Bendito el varón que confía en el Señor, y cuya
confianza es el Señor. Porque será como árbol plantado junto a las aguas, que
hunde sus raíces en la humedad; y no temerá cuando llegue el estío. Y su hoja
estará siempre verde, y en tiempo de sequía no sufrirá nada, ni nunca dejará de
dar fruto. Malo e inescrutable es el corazón de todos; ¿quién lo conocerá? Yo,
el Señor, escruto los corazones, y pruebo los riñones; Yo soy el que da a cada
cual según su camino, y según el fruto de sus inventos; lo dice el Señor
omnipotente.
CONFIANZA EN EL HOMBRE. — Las
lecturas de este día tienden a fortalecer en nuestros corazones los principios
de la moral cristiana. Apartemos un momento los ojos del triste espectáculo que
nos presenta la malicia de los enemigos del Salvador; fijémonos en nosotros
mismos a fin de conocer las heridas de nuestras almas y procuremos poner
remedio. El profeta Jeremías pone ante nuestra vista el cuadro de dos estados
morales del hombre ¿cuál de los dos es el nuestro? Hay hombres que ponen toda
su confianza en la carne, que sólo consideran su vida en su estado actual, que
lo encuentran todo en las criaturas y que por eso mismo se ven arrastrados a
conculcar la ley del Creador. Todos nuestros pecados nacen de esa fuente; hemos
perdido de vista nuestro fin eterno y nos ha seducido la triple concupiscencia.
Recurramos cuanto antes a Dios Nuestro Señor; de lo contrario debemos de temer
la suerte con que el profeta amenaza al pecador: cuando se acerque el bien no
lo gozará. La Santa Cuaresma sigue su camino; gracias especialísimas se multiplican
continuamente; desgraciado el hombre que, distraído por la vana apariencia de
este mundo que pasa no se da cuenta y transcurre estos días santos, sin
provecho para el cielo, como el tamarisco del desierto lo es para la tierra.
¡Qué elevado es el número de estos ciegos voluntarios y qué escalofriante su
insensibilidad! Hijos fieles de la Iglesia, rogad por ellos, orad sin cesar;
ofreced al Señor por ellos las obras de vuestra penitencia y la generosidad de
vuestra caridad. Todos los años, muchos de ellos vuelven al gremio de la
Iglesia, cuyas puertas les han franqueado las oraciones de sus hermanos;
hagamos violencia a la misericordia divina.
CONFIANZA EN DIOS. — El
profeta nos pinta a continuación al hombre que pone toda su confianza en el
Señor y que, no teniendo otra esperanza que ese mismo Señor, pone todo su
interés en serle fiel. Es árbol frondoso, plantado al borde de las aguas, de
follaje siempre verde y siempre cargado de frutos. "Os he destinado, dice
el Señor, para que produzcáis frutos y que vuestros frutos permanezcan."
Seamos nosotros ese árbol bendito y siempre fructífero. La Iglesia, en este
santo tiempo, riega sus raíces con el agua de la compunción; no pongamos
obstáculo a esta agua fertilizante. El Señor penetra nuestros corazones; sondea
nuestros deseos de conversión y cuando llegue la Pascua "dará a cada uno
según sus disposiciones."
EVANGELIO
Continuación del santo Evangelio según San Lucas.
En aquel tiempo dijo Jesús a
los fariseos: Había un hombre rico, que se vestía de púrpura y lino: y comía
todos los días espléndidamente. Y había también un mendigo, llamado Lázaro, que
yacía a su puerta, lleno de úlceras, deseoso de comer las migas que caían de la
mesa del rico, y nadie se las daba: pero venían los perros, y lamían sus úlceras.
Y sucedió que murió el mendigo, y fue llevado por los Ángeles al seno de
Abraham. Y murió también el rico, y fue sepultado en el infierno. Y alzando sus
ojos, cuando estaba en los tormentos, vio de lejos a Abraham, y a Lázaro en su seno;
y gritando, dijo: Padre Abraham, ten piedad de mí, y envía a Lázaro, para que
moje la punta de su dedo en agua, y refrigere mi lengua, porque sufro en esta
llama. Y le dijo Abraham: Hijo, acuérdate que recibiste bienes en tu vida, y
Lázaro igualmente males; pero ahora, éste es consolado aquí, tú, en cambio,
eres atormentado. Y a todo esto, entre nosotros y vosotros hay un gran vacío;
de modo que los que quieren pasar de aquí a vosotros, no pueden hacerlo, ni los
de ahí pueden venir aquí. Y dijo: Te ruego, oh Padre, que le envíes a la casa
de mi padre. Porque tengo cinco hermanos, para que les avise, no sea que
también ellos vengan a este lugar de tormentos. Y le dijo Abraham: Tienen a
Moisés y a los Profetas; óiganlos. Pero él dijo: No, Padre Abraham; pero si un
muerto fuere a ellos, harán penitencia. Y le dijo: Si no oyen a Moisés, ni a
los Profetas, tampoco creerán aunque resucite un muerto.
EL INFIERNO, CASTIGO DEL PECADO. —
Vemos en este relato la sanción de las leyes divinas, el castigo del pecado;
¡cuán temible se nos muestra aquí el Señor! ¡Y qué terrible es caer en las
manos de Dios vivo!" Hoy vive un hombre con holgura, entregado a los
placeres, despreocupado; le sobreviene la muerte inevitable, y miradle
sepultado vivo en el infierno. Jadeante en medio de llamas eternas, pide una
gota de agua que le es rehusada. Otros hombres sus semejantes, a quienes ha
visto hace poco con sus propios ojos, se encuentran en otra morada, en la
morada de una felicidad eterna y un profundo abismo les separa para siempre de
ellos. ¡Destino horroroso! ¡Desesperación sin fin! ¡Y hay hombres en la tierra
que viven y mueren sin haber meditado un solo día sobre este abismo, ni han
tenido siquiera un sencillo pensamiento!
TEMOR DEL INFIERNO. — ¡Bienaventurados los que temen, porque este temor les
puede ayudar a sobrellevar el peso que les arrastraría al abismo sin fondo!
¡Qué densas tinieblas ha extendido el pecado en el alma del hombre! Personas
sabias, prudentes, que jamás cometerán una falta en la administración de sus
negocios en este mundo, son insensatas y necias cuando se trata de la eternidad.
¡Qué horroroso despertar! ¡Y la desgracia no tiene remedio! Para hacernos la
lección más eficaz, el Salvador no nos ha recordado la reprobación de uno de
estos malvados cuyos crímenes horroriza el oírlos y que los mismos mundanos
consideran como la presa del infierno. Nos presenta a uno de estos hombres
despreocupados, de buen trato sociable, gozando fastuosamente de su posición.
No se trata aquí de un hombre criminal o cruel. El Salvador nos dice
sencillamente que vestía con lujo y celebraba todos los días un gran banquete.
Mas a su puerta había también un pobre; no le maltrataba, si bien en su poder
estaba el haberle arrojado; le toleraba sin insultar su miseria. ¿Por qué,
pues, este rico será devorado eternamente por los ardores de este fuego que
Dios encendió airado?
NECESIDAD DE LA MORTIFICACIÓN. — El
hombre que dispone de bienes terrenos, si no reflexiona al pensar en la
eternidad, si no comprende que debe "disfrutar de este mundo como si no disfrutase",
si huye de la cruz de Jesucristo, está ya vencido por la triple concupiscencia.
El orgullo, la avaricia, la lujuria se disputan su corazón, y acaban finalmente
por dominarle, tanto más que ni él piensa hacer nada por combatirlos. Este
hombre no lucha, pero más tarde se acordará que el pobre es más que él y que
debía honrarle y aliviarle. Sus perros fueron más humanos que él; ved ahí la
razón del porqué Dios le dejó dormir hasta el borde del abismo en que debía
precipitarse. ¿Dirá tal vez que nadie se lo advirtió? Tenían a Moisés y a los
Profetas; aún más, tenía a Jesús y a su Iglesia. Actualmente existe el tiempo
de la Sagrada Cuaresma que Él mismo anunció; mas, ¿se toma la molestia de
conocer lo que significa este tiempo de gracia y de perdón? Pasará sin haber
dudado siquiera; pero a su vez habría dado un paso más hacia su eterna dicha.
ORACIÓN
Humillad vuestras
cabezas a Dios.
Asiste, Señor, a tus siervos,
y concede tu perpetua benignidad a los que la piden; para que, en los que se
glorían de Ti, su Criador y Gobernador, renueves lo adquirido y conserves lo
renovado. Por el Señor.
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