sábado, 6 de marzo de 2021

SÁBADO DE LA SEGUNDA SEMANA DE CUARESMA

 


La Estación se celebra en la iglesia de los Santos Pedro y Marcelino, célebres mártires de Roma durante la persecución de Diocleciano, cuyos nombres se hallan inscritos en el Canon de la Misa.

COLECTA

Te suplicamos, Señor, des a nuestros ayunos efecto saludable; para que el castigo de nuestra carne acreciente el vigor vital de nuestras almas. Por el Señor.

EPÍSTOLA

Lección del libro del Génesis.

En aquellos días dijo Rebeca a su hijo Jacob: Oí a tu padre hablando con tu hermano Esaú, y diciéndole: Tráeme de tu caza, y hazme alimentos, para que coma y te bendiga delante del Señor antes de que muera. Ahora bien, hijo mío, acepta mis consejos; y yendo al rebaño, tráeme los dos mejores cabritos, para que haga con ellos alimentos a tu padre, que gusta mucho de ellos; para que, después de que se los presentes y los coma te bendiga antes de que muera. A lo cual respondió él: Sabes que mi hermano Esaú es un hombre velludo, y yo soy lampiño; si me palpare mi padre, y lo advirtiere, temo crea que quise burlarle, y acarree sobre mí su maldición en vez de su bendición. A lo que dijo la madre: Caiga sobre mí esa maldición, hijo mío; escucha solamente mi voz, y yendo, tráeme lo que te he dicho. Fue y lo trajo, y se lo dio a la madre. Ella preparó los alimentos, conforme sabía los quería su padre. Y le vistió con los mejores vestidos de Esaú que había en casa; y envolvió las manos en las pieles de los cabritos, y cubrió el desnudo del cuello. Y le dio el plato, y le entregó los panes que había cocido. Presentados los cuales, dijo: ¡Padre mío! Y él respondió: ¿Quién eres tú, hijo mío? Y dijo Jacob: Yo soy tu primogénito Esaú; he hecho como me mandaste; levántate, siéntate, y come de mi caza, para que me bendiga tu alma. Y de nuevo Isaac a su hijo: ¿Cómo, dijo, pudiste encontrar tan pronto, hijo mío? El respondió: Ha querido Dios que me saliera pronto al paso lo que buscaba, Y dijo Isaac: Acércate aquí, para que te toque, hijo mío, y pruebe a ver si eres tú mi hijo Esaú, o no. Se acercó él al padre, y, habiéndole palpado, dijo Isaac: La voz, ciertamente, es la voz de Jacob, pero las manos son las manos de Esaú. Y no le conoció, porque las manos vellosas le asemejaban al mayor. Bendiciéndole, pues, dijo: ¿Eres tú mi hijo Esaú? Respondió: yo soy. Y él: Dame, dijo, el alimento de tu caza, hijo mío, para que te bendiga mi alma. Y habiéndoselo presentado, después que comió de él, le ofreció también vino. Bebido el cual, le dijo: Acércate a mí, y dame un beso, hijo mío. Se acercó, y le besó. Y tan pronto como sintió la fragancia de sus vestidos, bendiciéndole, dijo: He aquí el olor de mi hijo, olor como el del campo maduro, bendecido por el Señor. Te de Dios el rocío del cielo y la fertilidad de la tierra, abundancia de pan y vino. Y te sirvan los pueblos, y te adoren las tribus: sé el señor de tus hermanos, y cúrvense ante ti los hijos de tu madre. El que te maldijere, maldito sea: y el que te bendijere, sea colmado de bendiciones. Apenas había concluido de hablar Isaac y de salir fuera Jacob, vino Esaú, y presentó al padre el plato de la caza cocida, diciendo: Levántate, padre mío, y come de la caza de tu hijo, para que me bendiga tu alma. Y le dijo Isaac: Pues, ¿quién eres tú? Él respondió: Soy tu hijo primogénito, Esaú. Se espantó Isaac con gran estupor, y maravillado más de lo que se puede creer, dijo: ¿Quién fue, pues, el que me trajo hace poco la caza cogida, y comí de todo, antes de que tú vinieses? Y le bendije, y será bendito. Cuando oyó Esaú las palabras del padre, rugió con gran clamor, y dijo consternado: Bendíceme también a mí, padre mío. El cual dijo: Vino tu hermano fraudulentamente, y recibió tu bendición. Y él añadió: Con razón le llamaron Jacob; pues me suplantó ya dos veces; primero me quitó mi primogenitura, y ahora, por vez segunda, me ha arrebatado mi bendición. Y de nuevo al padre: ¿Por ventura, dijo, no has reservado también para mí una bendición? Respondió Isaac: Le he constituido a él señor tuyo, y he sometido bajo su servidumbre a todos sus hermanos; le he proveído de pan y de vino; y después de esto, ¿qué podré hacer por ti, hijo mío? A lo cual Esaú respondió: ¿No tienes, dijo, más que una sola bendición, padre mío? Te suplico me bendigas también a mí. Y, como llorase con grandes gritos, conmovido Isaac, le dijo: En la fertilidad de la tierra, y en el rocío del cielo estará tu bendición.

ESAÚ Y JACOB. — Los dos hijos de Isaac nos manifiestan indistintamente la serie de juicios de Dios sobre Israel y la Gentilidad; y la iniciación de los catecúmenos sigue su curso. Se trata de dos hermanos, el mayor y el más joven. Esaú es figura del pueblo judío; posee el derecho de primogenitura y le aguarda el destino principal; Jacob, nacido después, aunque en un mismo alumbramiento, no tiene derecho a contar con la bendición reservada al mayor; éste representa a la gentilidad. Sin embargo se cambian los papeles; Jacob recibe esta bendición y su hermano queda defraudado. ¿Qué ha pasado? Nos lo dice el relato de Moisés. Esaú es un hombre carnal; le dominan sus apetitos. El placer que espera de un plato vulgar le hace perder de vista los bienes espirituales que encierra la bendición de su padre. Por saciar su voracidad cede a Jacob por un plato de lentejas los derechos que le confiere su primogenitura. Acabamos de ver cómo el arte de una madre favoreció los deseos de Jacob y cómo el anciano padre, instrumento de Dios, sin querer lo confirmó y bendijo esta sustitución cuya existencia ignoraba.

FIGURAS DE LOS JUDÍOS Y DE LOS GENTILES. — De este modo el pueblo Judío dominado por sus bajas ideas perdió su última primogenitura ante los Gentiles. No quiso seguir a un Mesías pobre y perseguido; soñaba con triunfos y grandezas humanas y Jesús sólo prometía un reino espiritual. Israel desechó pues a este Mesías; y los gentiles le recibieron y se han hecho con la primogenitura. Y como el pueblo Judío no quiso reconocer este cambio que sin embargo admitió el día en que gritaba: "No queremos que este reine sobre nosotros", ahora ve con despecho cómo todos los favores del Padre celestial son para el pueblo cristiano. Los hijos de Abrahán según la carne han sido desheredados a la vista de todas las naciones, mientras que los hijos de Abrahán por la fe, son manifiestamente los hijos de la promesa como lo prometió el Señor a este gran Patriarca: "Multiplicaré grandemente tu descendencia como las estrellas del firmamento y como las arenas de las orillas del mar y serán benditas todas las naciones que de ti nacieren".

EVANGELIO

Continuación del santo Evangelio según San Lucas.

En aquel tiempo dijo Jesús a los fariseos y a los escribas esta parábola: Cierto hombre tuvo dos hijos, y dijo al padre el más joven de ellos: Padre, dame la parte de la herencia que me pertenece. Y les repartió la herencia. Y pocos días después, habiéndolo reunido todo, el hijo más joven partió lejos, a un país muy distante, y allí disipó su herencia, viviendo lujuriosamente. Y después de malgastarlo todo, sobrevino una gran hambre en aquella región, y él empezó a verse necesitado. Y fue, y se arrimó a uno de los habitantes de aquella región. Y le envió a su granja, para que pastase los puercos. Y deseaba llenar su vientre de las bellotas que comían los puercos; y nadie se las daba. Y vuelto en sí, dijo: ¡Cuántos criados en la casa de mi padre tienen pan en abundancia, y yo perezco aquí de hambre! Me levantaré, e iré a mi padre, y le diré: Padre, pequé contra el cielo y contra ti; ya no soy digno de ser llamado hijo tuyo; hazme como uno de tus criados. Y levantándose, se fue a su padre. Y cuando estaba todavía lejos, le vio su padre, y, movido a compasión, le salió al encuentro, se abrazó a su cuello, y le besó. Y le dijo el hijo: Padre, pequé contra el cielo y contra ti; ya no soy digno de ser llamado hijo tuyo. Pero el padre dijo a sus siervos: Traed pronto el primer vestido, y ponédselo, y dadle un anillo para su mano, y calzado para sus pies; y traed un becerro cebado, y matadlo, y comamos y bebamos, porque este hijo mío había muerto, y ha revivido; había perecido, y ha sido encontrado. Y comenzaron a banquetear. Pero el hijo mayor estaba en el campo; y cuando vino y se acercó a casa, oyó la sinfonía y el coro; y llamó a uno de los siervos, y le preguntó qué eran aquellas cosas. Y él le dijo: Ha venido tu hermano, y tu padre ha matado un becerro cebado, porque lo ha encontrado sano. Y él se indignó, y no quería entrar. Pero, saliendo su padre, comenzó a rogarle. Mas él, respondiendo, dijo a su padre: Mira, te he servido tantos años, y nunca he quebrantado tus mandatos, y nunca me has dado un cabrito para comerlo con mis amigos; en cambio, después que este tu hijo, que devoró su hacienda con las meretrices, ha vuelto, has matado un ternero cebado. Y él le dijo: Hijo, tu siempre estás conmigo, y todo lo mío es tuyo; pero convenía comer y alegrarse, porque este tu hermano había muerto y ha revivido; había perecido y ha sido encontrado.

REGRESO DEL HIJO PRÓDIGO. — Aquí también se encierra el misterio que hace poco acabamos de ver en el relato del Génesis, Se hallan presentes dos hermanos y el mayor se queja de la gran misericordia que el padre ha tenido con el hijo menor. Éste se fue a una región lejana; huyó de la casa paterna, con el fin de entregarse más libremente a sus placeres; mas cuando se vio reducido a la más extrema indulgencia, se acordó de su padre y vino a pedir humilde mente el último lugar en esta casa que un día debía haber sido la suya. El padre recibió al pródigo con la más viva ternura; no sólo le perdonó, sino que le restituyó todos sus derechos de hijo. Hizo aún mucho más: dio un banquete para celebrar este regreso feliz; y esta buena conducta del padre, suscita la envidia del hijo mayor. También es inútil que Israel se indigne contra la conducta del Señor; ha llegado la hora de convocar a todas las naciones y formar el gremio de la Iglesia. Si es verdad que sus errores y pasiones han alejado a los Gentiles, también es verdad que escucharán la voz de los apóstoles. Griegos y Romanos, Escitas y Bárbaros, todos, arrepentidos de sus extravíos, acudirán a pedir se les admita a participar de los favores de Israel. Y no se les dará sólo las migajas que cayeren de la mesa, como las pedía la Cananea; se les admitirá como hijos legítimos y honrados. No se tendrán en cuenta las quejas envidiosas de Israel. Si rehúsa tomar parte en el banquete, no por eso se dejará de celebrar la fiesta. Ahora bien, esta fiesta es la Pascua; estos hijos admitidos pobres y extenuados en la casa paterna, son los Catecúmenos, sobre quienes se apresura el Señor a derramar la gracia adoptiva.

LA INFINITA MISERICORDIA DEL PADRE. — Estos hijos pródigos que vienen a ponerse bajo el amparo de su padre ofendido, son también los penitentes públicos a quienes en estos días preparaba la Iglesia la reconciliación. La Iglesia, que ha mitigado su severa disciplina, propone hoy esta parábola a todos los pecadores que se disponen a reconciliarse con Dios. No conocen aún la infinita misericordia del Señor que han abandonado; que aprendan hoy cómo la misericordia prevalece sobre la justicia en el corazón de Aquel "que ha amado al mundo hasta darle su propio Hijo, "El Hijo único". Por más distanciado que pueda haber sido su huida, y profunda que haya sido su ingratitud, en la casa paterna todo está dispuesto para celebrar su retorno. En la puerta les aguarda el padre que han abandonado, dispuesto a adelantarse a su encuentro para abrazarles; les va a devolver su primer vestido, el vestido de la inocencia; el anillo que llevan sólo los hijos de la casa adornará de nuevo la casa purificada. Se les ha preparado la mesa del festín y los Ángeles pronto dejarán oír sus celestes melodías. Cantan desde lo más íntimo de su corazón: "Padre, he pecado contra el cielo y contra Ti; no merezco ya me llamen hijo tuyo; trátame como a uno de tus criados." La vuelta sincera de sus extravíos pasados, la confesión sencilla, firme propósito de ser en adelante fieles, son las únicas y fáciles condiciones que exige el Padre de sus pródigos para hacerlos hijos de su predilección.

ORACIÓN

Humillad vuestras cabezas a Dios.

Te suplicamos, Señor, guardes a tu Familia con tu continua piedad; para que, puesto que sólo se apoya en la esperanza de la gracia celestial, sea defendida también con tu celeste protección. Por el Señor.

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