(380 p.C.) - Hacia el año 330, cierto filósofo de Tiro, llamado Meropio, deseoso de ver el mundo y aumentar sus conocimientos, emprendió un viaje a las costas de Arabia. Le acompañaron en ese viaje dos discípulos: Frumencio y Edesio. Al regresar, el navio en que iban tocó un puerto de Etiopía. Los nativos del país atacaron a los marineros y ejecutaron a todos los pasajeros, excepto a los dos jóvenes, quienes estudiaban bajo un árbol, a cierta distancia. Cuando los nativos los descubrieron, los llevaron a la presencia del rey, el cual residía en Aksum, en la región de Tigre. El monarca se sintió atraído por los modales y la ciencia de los jóvenes cristianos y al poco tiempo, nombró a Frumencio, que era el mayor, secretario suyo, e hizo a Edesio copero de palacio. Poco antes de morir, el rey agradeció a los dos jóvenes sus servicios y les devolvió la libertad. La reina, que ocupó la regencia durante la minoría de su hijo mayor, pidió a Frumencio y Edesio que se quedasen a su servicio.
Frumencio, que tenía a su cargo la administración, persuadió a ciertos mercaderes cristianos para que se estableciesen en el país; no sólo obtuvo permiso de la reina para que practicasen libremente su religión, sino que, con el ejemplo de su propio fervor, era un modelo viviente para los infieles. Cuando los dos hijos del rey tomaron en sus manos las riendas del gobierno, Frumencio y Edesio renunciaron a sus cargos, a pesar de los ruegos de los monarcas. Edesio volvió a Tiro; ahí recibió la ordenación sacerdotal y refirió sus aventuras a Rufino, quien las consignó en su "Historia de la Iglesia". Por su parte, Frumencio, cuyo principal deseo consistía en convertir a los etíopes, fue a Alejandría a pedir al obispo San Atanasio que enviase un pastor a los etíopes. San Atanasio, juzgando que Frumencio era el más capacitado para llevar a cabo la obra que había comenzado, le consagró obispo. Tal fue el principio de las relaciones de los cristianos de Etiopía con la Iglesia de Alejandría, que persisten aún en nuestros días.
Probablemente, la consagración de San Frumencio tuvo lugar en 340 o inmediatamente después de 346 (o tal vez entre los años 355 y 356). El santo volvió a Aksum, donde con su predicación y milagros obró numerosas conversiones. Se cuenta que consiguió ganar al cristianismo a los dos reyes, Abreha y Asbeha, cuyos nombres figuran en el santoral etíope. Pero el emperador Constancio, que era arriano, concibió un odio implacable por San Frumencio, porque estaba unido con San Atanasio por los lazos de la fe y el cariño. Viendo que no podía atraerle a la herejía, Constancio escribió a los dos reyes etíopes que enviasen a San Frumencio a Jorge, el obispo instruso de Alejandría, quien se encargaría de velar por "su bienestar". En la misma carta, el emperador los prevenía contra Atanasio "por sus muchos crímenes". Lo único que consiguió Constancio con su carta fue que ésta cayese en manos de San Atanasio, quien la incluyó en su "Apología". San Frumencio murió antes de convertir a todos los aksumitas. Después de su muerte, se le dieron los títulos de "Abuna" (nuestro padre) y "Aba salama" (padre de la paz). El primado de la Iglesia disidente de Etiopía lleva todavía hoy el título de "Abuna".
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