Al dar a los Papas santos una Misa propia y señalar para dicha Misa el Prefacio de los Apóstoles, S. S. el Papa Pío XII quiso recordar a los fieles la devoción especial que deben tener a los que Dios se dignó confiar en otro tiempo su Iglesia
Como acogimos con alborozo en 1951 la beatificación y en 1954 la canonización de Pío X, de quien somos contemporáneos, cuya vida y obras nos son tan conocidas, cuya fotografía hemos visto tantas veces y de cuyas reliquias repartidas a millares hacemos tanto aprecio; como nos alegró la beatificación y la canonización de Pío X, a quien muchos de los que todavía viven hoy, vieron en Roma, a cuyas enseñanzas asentimos filialmente y cuya muerte sentimos todos, al comenzar la guerra mundial, cual si fuese la de un familiar nuestro; así:
No debemos olvidar el agradecimiento que debemos a sus lejanos predecesores, a todos los Papas y sobre todo a los que honra la Iglesia con un culto especial por razón de su santidad y a veces de su martirio.
Honor singular es para un hombre verse elevado a la Silla de San Pedro; es, sobre todo, un peso aplastante el aceptar el cuidado de todas las Iglesias del mundo; es temible la responsabilidad de llevar a Dios las almas de todos los hombres que viven en la tierra. Aceptar esta carga implicó a veces de un modo infalible aceptar de antemano el martirio. Era, al menos, aceptar el dolor y el sacrificio y, a pesar de lo alto de esa dignidad, "hacerse el siervo de los siervos de Dios."
De suerte que, si debemos celebrar y amar a todos los santos, sepamos dar una preferencia y profesar una devoción especial a los Papas santos que la Iglesia propone a nuestro culto. Hoy en particular, sepamos honrar al que gobernó la Iglesia en los días en que murió el último Apóstol; él, por decirlo así, la preparó a emprender la larga peregrinación que no terminará hasta el último día. La fe y la confianza de Evaristo merecieron pronto para la Iglesia las gracias de que tenía necesidad, las cuales nunca la faltaron en el curso de su historia.
VIDA. — Nacido en Grecia de padre judío, Evaristo llegó a ser Papa en el consulado de Valente el año 96, y murió el año 108. El Líber Pontificalis no nos dice que dió su sangre por Jesucristo; señala únicamente que fué enterrado junto a San Pedro en el Vaticano. Es, con todo, honrado como mártir, de igual modo que todos los primeros Papas. A él se debe la distribución de los títulos de la ciudad entre los sacerdotes romanos: determinó que, cuando predicase el Papa, le acompañasen siete diáconos "en atención a su elevada dignidad". Dispuso ademáis que el matrimonio se celebrase públicamente y fuese bendecido por un sacerdote.
PLEGARIA. — Fuiste el primer Pontífice a quien la Iglesia se vió confiada al desaparecer los últimos que conocieron al Señor. El mundo podía decir ahora en cierto sentido: Aun cuando hemos conocido según la carne a Cristo, ahora ya no lo conocemos así". El destierro era cada vez más absoluto para la Esposa; y en aquella hora en que no faltaban ni peligros ni dolores, el Esposo se dignaba encargarte de enseñarla a continuar sola su camino de fe, de esperanza y de amor. Supiste justificar la esperanza del Hombre- Dios. Vela siempre sobre Roma y sobre la Iglesia. Enséñanos que es necesario saber ayunar aquí en este mundo, resignarse a la ausencia del Esposo cuando se oculta a nuestra vista y servirle y amarle con todo nuestro corazón, con toda nuestra alma, con todas nuestras fuerzas, eon toda nuestra mente, en lo que dure este mundo y le plazca tenernos en él.
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