" ¡BIENAVENTURADA PENITENCIA!"—" ¡ Bienaventurada penitencia, que tanto premio me ha merecido!" Así se expresaba el Santo de este día al llegar a los cielos, al mismo tiempo que Teresa de Jesús exclamaba en la tierra: "¡Y qué bueno nos le llevó Dios ahora en el bendito Fray Pedro de Alcántara! No está ya el mundo para sufrir tanta perfección. Dicen que están las saludes más flacas y que no son los tiempos pasados. Este santo hombre de este tiempo era; estaba grueso el espíritu, como en los otros tiempos, y ansí tenía el mundo debajo de los pies. Que, aunque no anden desnudos ni hagan tan áspera penitencia como él, muchas cosas hay, como otras veces he dicho, para repisar el mundo, y el Señor las enseña cuando ve ánimo. ¡Y cuán grande le dió su Majestad a ese Santo que digo para hacer cuarenta y siete años tan áspera penitencia, como todos saben!"
.PENITENCIA DE SAN PEDRO. — " . . . Y éste era el mayor trabajo de penitencia que había tenido en los principios de vencer el sueño, y para esto estaba siempre o de rodillas o en pie. Lo que dormía era sentado, y la cabeza arrimada a un maderillo que tenía hincado en la pared. Echado, aunque quisiera, no podía, porque su celda, como se sabe, no era más larga de cuatro pies y medio. En todos estos años jamás se puso la capilla, por grandes soles y aguas que hiciese, ni cosa en los pies, ni vestida, sino un hábito de sayal, sin ninguna otra cosa sobre las carnes, y éste tan angosto como se podía sufrir, y un mantillo de lo mesmo encima. Decíame que en los grandes fríos se le quitaba, y dejaba la puerta y ventanilla abierta de la celda para, con ponerse después el manto y cerrar la puerta, contentaba al cuerpo para que sosegase con más abrigo. Comer a tercero día era muy ordinario. Y di jome que de qué me espantaba, que muy posible era a quien se acostumbraba a ello... Su pobreza era extrema y mortificación en la mocedad, que me dijo que le había acaecido es ar tres años en una casa de su Orden y no conocer fraile, si no era por la habla; porque no alzaba los ojos jamás, y ansí a las partes que de necesidad había de ir, no sabía, sino íbase tras los frailes. Esto le acaecía por los caminos. A mujeres jamás miraba; esto muchos años. Decíame que ya no se le daba más ver que no ver; mas era muy viejo cuando le vine a conocer, y tan extrema su flaqueza, que no parecía sino hecho de raíces de árboles" "Entre otras cosas, me certificaron había traído veinte años cilicio de hoja de lata contino".
"Si NO HICIEREIS PENITENCIA..."— Una austeridad así la parece lo más natural a la ilustre reformadora del Carmelo, que sentía no practicarla en toda su extensión, y a nosotros nos desanimaría tal vez. Y desde luego, diremos otra vez que si todos los santos son admirables, no son imitables todos. Y con gusto repetiremos con los contemporáneos de Santa Teresa, que el mundo no es ya capaz de semejante perfección y que las saludes están ya muy estragadas para llegar a eso. Y, a pesar de todo, el Evangelio, que es eterno, que contiene consejos siempre oportunos, nos dice una y más veces: "¡Si no hiciereis penitencia, todos pereceréis!" Nuestra Señora, haciendo coro a su divino Hijo, ha querido repetir en todos sus mensajes al mundo, especialmente desde hace cosa de un siglo, las mismas palabras: "¡Penitencia! ¡Penitencia! ¡Penitencia!"
LA PENITENCIA QUE SE NOS EXIGE. — Bernardeta en Lourdes y los afortunados videntes de Fátima después, transmitieron el mensaje celestial, y estos últimos le explicaron también recientemente. No deja de tener interés el conocer con exactitud lo que espera el Señor de nosotros para perdonarnos y para alejar del mundo los castigos bien merecidos por los pecados tan graves y tan numerosos: "Dios, misericordioso, desea ardientemente la vuelta a la paz; pero está apenado de ver tan pocas almas en estado de gracia y dispuestas a renunciar a todo lo que El exige y a guardar su ley. Y, precisamente? lo que Dios nos pide ahora es penitencia; éste es el sacrificio que cada cual debe imponerse para vivir una vida justa de acuerdo con su ley.
"No quiere de nosotros otra mortificación sirio que cumplamos simple y honradamente nuestras obligaciones de cada día y que suframos con paciencia los trabajos y tribulaciones. Quiere que se enseñe claramente a las almas esta vía; porque son muchos los que se imaginan que la penitencia consiste en "grandes austeridades" y, no teniendo fuerzas ni valentía para hacerlas, se desalientan y se arrastran en una vida de indiferencia y de pecado.
". . . Dice Nuestro Señor: El sacrificio que a todos se exige, consiste para cada uno en el cumplimiento de sus propias obligaciones y en la observancia de mi ley; ésa es la penitencia que ahora quiero."
Practicar esta penitencia será, pues, para" nosotros, el medio de imitar a los santos, aun a los más austeros, y podemos y debemos tener la firme convicción de que así responderemos a los deseos de Cristo y de su Santa Madre sobre cada uno de nosotros.
VIDA. — Pedro Garavito nació en 1499 en Alcántara, España. A los 16 años, entró en la Orden de los Frailes Menores y, una vez terminados sus estudios, le encargaron la predicación. Con su celo, que le consumía, logró convertir a muchos pecadores. Pero, además, quería restaurar en su Orden el primitivo fervor. Consiguió para ello el permiso de la Santa Sede y fundó el convento de Pedroso, al cual siguieron otras muchas fundaciones en España y en las Indias. Era de una extrema austeridad, mas por eso se vió regalado con altísima contemplación, y Dios reveló a Santa Teresa que despacharía favorablemente toda petición que se le hiciese en nombre de Pedro de Alcántara. Gozó también del don de profecía y discernimiento de espíritus. Murió el 18 de octubre de 1562, confortado con la aparición del Señor, de Nuestra Señora y de los Santos. El Papa Gregorio XV le declaró Beato el 18 de abril de 1622, y Clemente IX le canonizó el 4 de mayo de 1669.
LA RECOMPENSA. — "Hela aquí acabada esta aspereza de vida con tan gran gloria". ¡Cuán dulces fueron las últimas palabras que tus labios moribundos pronunciaron: Me he alegrado de lo que se me ha dicho: Iremos a la casa del Señor*. No había llegado aún la hora de la recompensa para el cuerpo, al que habías determinado negar en esta vida todo descanso, reserrvándoselo para la otra; pero el resplandor y los aromas de ultratumba en los que el alma le envolvía al despedirle, ya nos declaraban a todos que el contrato que fielmente se cumplió en su primera parte, lo sería en la segunda también. Por el contrario, el cuerpo del pecador, destinado a horribles tormentos por causa de unos vanos deleites, rugirá eternamente contra el alma que le llevó a la perdición; tus miembros, una vez que entren en la felicidad del alma ya dichosa para completar su gloria con los propios resplandores, proclamarán a lo largo de los siglos eternos cómo tu aparente aspereza de un instante fué para ellos sabiduría y amor.
LA LUCHA.-—Y ¿acaso tendremos que esperar al día de la resurrección para reconocer, desde este mundo, que escogiste sin duda ninguna la mejor parte? ¿Quién se atrevería a comparar, los placeres prohibidos, pero ni siquiera los gooces que puede uno permitirse en el mundo, con, los santos placeres que la divina contemplación reserva ya desde esta vida a todo el que se pone en condiciones de gustarlos? Si se dan en premio a la mortificación de la carne, señal es de que en este mundo la carne y el espíritu sostienen una lucha; pero la lucha para un alma generosa tiene sus atractivos, y aun la carne, a la que ella glorifica, por ella también se ve libre de mil peligros.
PLEGARIA POR LA IGLESIA Y EL ESTADO RELIGIOSO.— Consíguenos tú la saciedad del cielo que nos aparte de los placeres de la tierra, pues, según la palabra del Señor, no te invocaremos en vano si te dignas tú mismo presentarle nuestros ruegos. Es la petición que en tu nombre y con la Iglesia dirigimos a Dios, que hizo admirable tu penitencia y sublime tu contemplación. La gran familia de los Frailes Menores guarda con cariño el tesoro de tus ejemplos y de tus enseñanzas; para honra de tu Padre San Francisco y bien de la Iglesia, mantenía en el amor de sus austeras tradiciones. Continúa tu ayuda preciosa al Carmelo de Teresa de Jesús; y en las pruebas de nuestros días, extiéndela a todo el estado religioso.
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