R Maluta, Gregorio Barbarigo, 1903
(1697 p.c.) - Nacido en Venecia en 1625, de una familia de antiguo y noble linaje, Gregorio Luis Barbarigo recibió la educación en su ciudad natal. Acababa de cumplir veinte años, cuando el gobierno veneciano le escogió como acompañante de su embajador, Luigi Contarini, al famoso Congreso de Münster, donde los representantes plenipotenciarios de Alemania, Francia y Suecia, firmaron el Tratado de Westfalia, el 24 de octubre de 1648, y así pusieron fin a la Guerra de Treinta Años. Durante su estancia en Münster, Barbarigo tuvo amistad con el nuncio apostólico, Fabio Chigi, quien quedó tan favorablemente impresionado por el joven, que, aun después de haber sido ascendido al trono pontificio con el nombre de Alejandro VII, le dio numerosas muestras de su estimación y de su decidido apoyo. En 1657, el Papa nombró a Gregorio Barbarigo obispo de Bérgamo y en 1660, le consagró cradenal; cuatro años más tarde, fue transferido al obispado de Padua.
El celo con que Gregorio llevó a cabo sus deberes pastorales, le valió ser considerado como un segundo Carlos Borromeo. A decir verdad, su conducta fue ejemplar en todos los aspectos. Su prodigalidad era famosa y se sabe que distribuyó en limosnas la cantidad de ochocientas mil coronas. Era benigno y misericordioso con todos y no usaba de severidades más que consigo mismo; su piedad se mostraba sobre todo hacia los que sufrían o estaban en desgracia. Con el propósito de fomentar la cultura, fundó un colegio y un seminario que obtuvieron gran renombre. A las dos instituciones las dotó con imprenta propia y con una biblioteca muy bien surtida, particularmente con los escritos de los Padres de la Iglesia y los estudios sobre las Sagradas Escrituras. Murió pacíficamente el 15 de junio de 1697. Fue beatificado en 1761 y canonizado por SS. Juan XXIII el 26 de mayo de 1960.
De la homilía de canonización extraemos:
este nuestro San Gregorio Barbarigo fue un Prelado modelo en el sentido más justo y amplio del término. Obispo de Bérgamo y a medio siglo de distancia de San Carlos Borromeo, fue un imitador suyo admirable en la aplicación de la legislación postridentina para el gobierno de la diócesis. Trasladado a Padua y allí pastor infatigable de aquella grey, durante treinta años hizo florecer en ella tal riqueza de instituciones eclesiásticas, de cultura, de asistencia, de apostolado, que hizo veneradísima su persona e inmortal su nombre, incluso para los siglos que siguieron a su laborioso paso. Prelado de alta cultura científica, de física y de matemáticas, de literatura latina, italiana y de las diversas lenguas de Europa y de Oriente; vigilante de todas las formas más penetrativas del celo pastoral, fue realmente un gran personaje de sus tiempos. Pero bajo el velo precioso de su modernidad él cultivó ante todo un espíritu exquisitísimo de santidad auténtica, purísima, que le permitió conservar la inocencia bautismal y crecer año tras año en el ejercicio de las virtudes sacerdotales más altas y edificantes. Eran estas virtudes: una fe que lo puso en guardia contra las sutilezas del quietismo y del galicanismo, una confianza en Dios que le hacía familiar la elevación continuada de su espíritu hacia Jesús, mediante jaculatorias continuas como dardos de amor, una fortaleza impertérrita en circunstancias angustiosas que le hicieron decir con el puño cerrado sobre el pecho: «color de púrpura, color de sangre; y que esto os diga que por la justicia y por el buen derecho de Dios yo estoy dispuesto a sacrificar mi vida». Una caridad inflamada de padre y de pastor desarrollada en las formas más abundantes y variadas de la entrega de un gran corazón de hombre insigne y de sacerdote venerable. La caridad es la esencia de la santidad y de la caridad de San Gregorio Barbarigo os queremos dar, queridos hermanos e hijos, todavía un nuevo testimonio esta tarde junto a la tumba de San Pedro.
este nuestro San Gregorio Barbarigo fue un Prelado modelo en el sentido más justo y amplio del término. Obispo de Bérgamo y a medio siglo de distancia de San Carlos Borromeo, fue un imitador suyo admirable en la aplicación de la legislación postridentina para el gobierno de la diócesis. Trasladado a Padua y allí pastor infatigable de aquella grey, durante treinta años hizo florecer en ella tal riqueza de instituciones eclesiásticas, de cultura, de asistencia, de apostolado, que hizo veneradísima su persona e inmortal su nombre, incluso para los siglos que siguieron a su laborioso paso. Prelado de alta cultura científica, de física y de matemáticas, de literatura latina, italiana y de las diversas lenguas de Europa y de Oriente; vigilante de todas las formas más penetrativas del celo pastoral, fue realmente un gran personaje de sus tiempos. Pero bajo el velo precioso de su modernidad él cultivó ante todo un espíritu exquisitísimo de santidad auténtica, purísima, que le permitió conservar la inocencia bautismal y crecer año tras año en el ejercicio de las virtudes sacerdotales más altas y edificantes. Eran estas virtudes: una fe que lo puso en guardia contra las sutilezas del quietismo y del galicanismo, una confianza en Dios que le hacía familiar la elevación continuada de su espíritu hacia Jesús, mediante jaculatorias continuas como dardos de amor, una fortaleza impertérrita en circunstancias angustiosas que le hicieron decir con el puño cerrado sobre el pecho: «color de púrpura, color de sangre; y que esto os diga que por la justicia y por el buen derecho de Dios yo estoy dispuesto a sacrificar mi vida». Una caridad inflamada de padre y de pastor desarrollada en las formas más abundantes y variadas de la entrega de un gran corazón de hombre insigne y de sacerdote venerable. La caridad es la esencia de la santidad y de la caridad de San Gregorio Barbarigo os queremos dar, queridos hermanos e hijos, todavía un nuevo testimonio esta tarde junto a la tumba de San Pedro.
Hay una biografía escrita en latín y traducida al italiano, debida a A. Ricchini. En 1877, P. Uccelli publicó los hasta entonces inéditos escritos de san Gregorio, así como un relato de sus visitas pastorales que escribió A. Coi, en 1907. Los grandes esfuerzos del obispo para lograr la unión con los griegos fueron descritos por G. Poletto en tres artículos aparecidos en Bessarione de 1901 a 1902. Fueron publicados nueve estudios para la biografía de san Gregorio, por el Prof. F. Serena, de Venecia, entre 1929 y 1940.
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