SANTA JULIANA Y LOS SERVITAS. — A principios del siglo XIII, Florencia, ciudad rica y perturbada con mil pasiones, conoció un despertar magnífico de piedad. Entre las familias que fueron objeto de la complacencia divina, sobresalió la de los Falconieri. Dos de sus miembros, dos hermanos, se convirtieron ruidosamente. El primero, San Alejo, fué uno de lo siete gloriosos fundadores de la Orden de los Servitas de María, que se consagraron a Nuestra Señora el día de la Asunción de 1233. El otro, Carísimo, casado, quedó en el mundo; pero, temiendo no haber ganado siempre honestamente su inmensa fortuna, resolvió emplearla en servicio de la Iglesia y de los pobres. Fué gran bienhechor de los Servitas y los ayudó en la construcción de su iglesia, la Annunziata. Su caridad y piedad fueron bien recompensadas: al fin de su vida, Recordata, su esposa, estéril hasta entonces, tuvo una hija, Juliana, la Santa que hoy celebra la Iglesia.
La niña Juliana no conoció a su padre. La educó su tío San Alejo, quien la inculcó el espíritu de la Orden de los Servitas, enseñándola la devoción a la Virgen y la práctica de la penitencia; muy pronto consideró a la Orden como a su segunda familia. Hecha religiosa, los Superiores de los Servitas la tuvieron en tal consideración, que solicitaron con frecuencia sus oraciones por los intereses de la Orden y sobre todo para triunfar de los graves obstáculos que ponían en Roma a la aprobación de sus Constituciones. Santa Juliana vivió y murió a la sombra de la Annunziata, que guardará más tarde sus reliquias, y se la puede honrar igual que a los Siete Fundadores, porque su gran obra será la organización de la Tercera Orden Femenina de los Servitas, las Mantelatas de María.
SANTA JULIANA Y LAS MANTELATAS. — Aun no tenía 15 años, cuando solicitó y recibió el hábito de los Servitas de manos del General de la Orden San Felipe Benizi, en la Iglesia de la Annunziata. Fué la primera que llevó el gran manto de la Orden, que dará a las Terciarias Servitas el nombre de Mantelatas. Hasta entonces las otras terciarias no tenían hábitos religiosos y vivían con sus familias. Santa Juliana también permaneció con su madre para cuidarla en su vejez y administrar sus bienes.
Hasta después de la muerte de su madre no pudo consagrarse enteramente a la vida religiosa. Habiendo comprado una casa, la convirtió en convento, en el que, invitadas por ella, se reunieron numerosas terciarias, recibieron el manto de la Orden y comenzaron a practicar la vida común. Sólo entonces Santa Juliana se presentó descalza y con una soga a la garganta, pidiendo ser admitida entre ellas. Ansiaba ser siempre la última y como la criada de sus hermanas. Pero su vida fué allí tan edificante, que, al cabo de dos años, la comunidad, teniendo que elegir superiora, unánimente nombró a Santa Juliana, que siguió en este cargo hasta su muerte.
Compuso, aconsejada por los Superiores de los Servitas, el reglamento de la nueva Congregación. En general su organización era la misma que la de los religiosos. Vida de oración y de mortificación al mismo tiempo que de caridad y apostolado entre los pobres y enfermos. Santa Juliana en todo daba ejemplo haciendo patente su ardiente celo por la conversión de los pecadores, la liberación de las almas del purgatorio y la reconciliación de los enemigos. Apaciguó discordias civiles y curó milagrosamente a multitud de enfermos. Su influencia, bienhechora fué considerable en Florencia.
LOS SIETE DOLORES DE NUESTRA SEÑORA. — Su más notable devoción fué la de todos los Servitas: los Siete Dolores de Nuestra Señora. Quizá alguno piense que abandonó lo esencial de la religión para adherirse a una devoción secundaria; mas el culto tributado a Nuestra Señora, Corredentora y Mediadora de todas las gracias, y en particular la asidua meditación de los Siete Dolores, no pueden ser considerados como devociones secundarias de la piedad cristiana, porque no se las puede separar del culto tributado a Jesús. Los dolores del Corazón de Nuestra Señora son inseparables de los dolores del Corazón de Jesús, y se encuentra en el centro del mistesrio de nuestra Redención. En su vocación de reparadora, Santa Juliana permaneció constantemente unida a Jesús crucificado, uniéndose a la Virgen al pie de la Cruz, y enseñando a sus hijas a ser imitadoras perfectas de la "Virgen Dolorosa, Reina de los Mártires".
Su vida era de gran austeridad: no tomaba alimento los miércoles y viernes, llevaba áspero cilicio, se disciplinaba hasta derramar sangre y con frecuencia hasta perder el sentido. Sin embargo, tenía que luchar constantemente contra terribles tentaciones de impureza, de las que no salía victoriosa sino mediante la rigurosa guarda de los sentidos y especialmente de la vista. Dios la ayudaba en estos combates con gracias de alta contemplación, y con frecuencia en sus largas oraciones, que se prolongaban hasta medio día, era arrebatada en éxtasis.
He aquí a la Santa que Nuestro Señor y Nuestra Señora suscitaron en otro tiempo para convertir la inquieta y voluptuosa ciudad de Florencia. Con razón, pues, nos invita hoy la Iglesia a dirigirnos a Santa Juliana, a tributarla el homenaje debido, a seguir su ejemplo y a pedirla la salvación de la sociedad, que se desmorona a causa de las guerras y de las costumbres corrompidas.
VIDA. — Juliana nació en Florencia en 1270. Manifestó desde su tierna infancia una piedad ardiente: sus primeras palabx-as fueron Jesús y María. En 1284, después de rehusar un matrimonio ventajoso, recibió el hábito de los Servitas de María y comenzó una vida de caridad, oración y austera penitencia. En 1306, fundó el primer monasterio de las Mantelatas del que pronto fué superiora. Dió a esta Orden terciaria una vida inspirada completamente en los misterios de la Pasión del Señor y en los Dolores de Nuestra Señora. No pudiendo durante su última enfermedad comulgar, pidió que depositasen el santo Viático sobre su pecho. La Hostia penetró entonces en él invisiblemente, y después de su muerte se vió su figura grabada sobre el corazón. En memoria de este milagro las Mantelatas llevan la imagen de una hostia en su escapulario. Juliana murió el 19 de Junio de 1341. Fué beatificada en 1678 por Inocencio XI y canonizada por Clemente XHI en 1737.
SERVIR A MARÍA. — Servir a María era el único título de nobleza, ¡oh Juliana! que ocupaba tus pensamientos; compartir sus dolores, la única recompensa que ambicionaba tu humilde y generosa alma. Tus deseos quedaron satisfechos. Pero la que ahora reina en excelso trono sobre los hombres y los ángeles, aquella que se proclamó esclava del Señor y cuya esclavitud atrajo la mirada divina, quiso también ensalzarte a ti por encima de los poderosos. Saliendo de la silenciosa oscuridad en que quisiste ocultar el esclarecido linaje de tu famila, tu gloria eclipsó pronto el brillo que iba unido al nombre de tus padres haciéndole más puro; por tí, humilde terciaria, sierva de las siervas de Nuestra Señora, el nombre de los Falconieri es conocido hoy por todo el mundo. Aún más; en el país de las verdaderas grandezas, en la ciudad celestial en donde el Cordero, al distribuir desigualmente sus destellos sobre la frente de los elegidos, constituye las categorías de la nobleza eterna, brillas tú con una aureola que es una participación de la gloria de María. Pues como ella lo fué para la Iglesia después de la Ascensión del Señor, así tú, por lo que se refiere a la Orden gloriosa de las Servitas, dejando a otros la acción exterior y la autoridad que rige las almas, fuiste también, en tu humildad la madre de la nueva familia que Dios se había escogido, y no solamente de las Mantelatas sino también de toda la Orden de los Servitas de María. Tu esmerada solicitud se extendía a todos y en el laborioso desenvolvimiento de la Orden recurrieron con frecuencia a tu poderosa intercesión Superiores aun tan santos como Felipe Benicio.
PLEGARIA. — Sigue prestando tu ayuda a la piadosa familia de los Servitas de María. Extiende tu benéfica influencia sobre todas las Ordenes religiosas tan probadas en nuestros días. Cuida de que Florencia conserve, como el más preciado recuerdo, el de los favores de Nuestra Señora y de los Santos, que produjo en ella la fe de antiguas edades; cante siempre la Iglesia por los nuevos beneficios recibidos, el poder que el Esposo divino te otorgó sobre su Corazón. En retorno del insigne favor con que El coronó tu vida y consumó en ti su amor, apiádate de nosotros en nuestro último combate. Alcánzanos la gracia de no morir sin antes haber sido fortalecidos por el santo Viático. Haz que la sagrada Hostia sea el amor de toda nuestra vida; y que nos fortalezca en la hora suprema. ¡Ojalá nuestra muerte sea también el paso dichoso del banquete divino de aquí abajo a las delicias de la unión eterna!
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