Philippe de Champaigne, «Los santos Gervasio y Protasio
se aparecen a san Ambrosio », 1658, Muso del Louvre, París.
DOS SANTOS PACIFICADORES. — Aunque sólo se haga una simple memoria, en este día, de los gloriosos hermanos cuyo nombre fué antiguamente tan célebre en Occidente, sin embargo su mérito no debe disminuir ante nosotros. Gervasio y Protasio no son ahora honrados con fiesta solemne, precedida de vigilia, como nos lo presenta el Sacramentarlo Gelasiano; pero se ha conservado el lugar que ocupaban en las Letanías de la Iglesia Romana como representantes del éjercito de los mártires.
Los historiadores de los ritos sagrados nos enseñan que el Introito de la Misa de ambos mártires "El Señor dará la paz a su pueblo", es un monumento erigido por la confianza de San Gregorio Magno en su poderosa intercesión. Reconocedor de los felices resultados obtenidos anteriormente, les encomendó, al elegir esta antífona la pacificación total de la Iglesia, expuesta a la invasión de los Lombardos y a las reivindicaciones de la corte de Bizancio.
DESCUBRIMIENTOS DE SUS RELIQUIAS. — Dos siglos antes, ya San Ambrosio había experimentado la especial virtud pacificadora que Nuestro Señor parecía haber puesto en los huesos de estos gloriosos mártires en premio de su muerte. Por segunda vez la emperatriz Justina y el arriano Auxencio pretendieron dar el asalto definitivo contra el Obispo de Milán con las fuerzas coaligadas de la tierra y del infierno; pero por segunda vez había contestado Ambrosio a los que le intimaban que abandonase su Iglesia: "No es propio de un sacerdote hacer entrega del templo'" y amenazó con la excomunión a los soldados enviados para ayudar a los asaltantes del sagrado recinto, si llevaban a cabo su cometido; y, como sabía, que estaban ligados por el bautismo a Dios antes que al príncipe, los soldados no hicieron caso de la consigna sacrilega. Poco tiempo después dijo a la corte, atemorizada a causa de la indignación universal, cuando le suplicaba que apaciguase al pueblo sublevado ante medidas tan odiosas: "Está en mi poder no excitarle; mas su apaciguamiento pertenece a Dios." En fln, cuando, venidas las tropas arrianas, cercaron la basílica en que se hallaba San Ambrosio, se vió cómo, en el nombre indivisible y pacífico de la Santísima Trinidad, se encerraba todo el pueblo con su Obispo en la iglesia y sostenia solamente con la fuerza de la divina salmodia y de himnos sagrados este nuevo asedio. Pero el postrer acto de esta lucha de dos años contra un hombre sin armas, el suceso que puso fin, a la herejía, fué el hallazgo de las preciosas reliquias de Gervasio y Protasio, que poseía Milán sin saberlo, y que fueron reveladas al pontífice por inspiración divina.
Escuchemos la sencilla y amena narración que del hecho nos hace el santo Obispo en carta a su hermana Marcelina:
"El hermano a su señora y hermana más querida que la niña de sus ojos y su vida: Tengo por costumbre participar a tu santidad todo lo que aquí sucediere mientras tu ausencia; sábete, pues, que hemos encontrado cuerpos de mártires. En efecto, mientras estaba consagrando la basílica que conoces, la multitud me interpela a una diciendo: "dedícala como la Basílica Romana". Yo respondo: "Lo haré si encontrare reliquias de mártires. Y al momento me invade la emoción de cierto presagio. ¿Qué más? El Señor dió su gracia. A pesar de los reparos de los mismos clérigos, mandé cavar delante del lugar que ocupa la balaustrada de los santos Félix y Nabor. Encontré las señales deseadas: al punto se llevaron posesos a los que teníamos que exorcizar; y sucedió que, al aparecer los santos mártires, bajo el más profundo silencio, una posesa fué echada por tierra ante la santa tumba. Allí encontramos dos hombres de estatura prócer, como los de los tiempos antiguos, el esqueleto completo y cierta cantidad de sangre. El lugar fué muy concurrido durante dos días. ¿Para qué más detalles? Los cuerpos santos, dispuestos como era conveniente, los trasladamos íntegramente por la tarde a la basílica de Fausta; allí tuvimos la vigilia toda la noche y la imposición de las manos. Al día siguiente, traslación a la basílica que llaman Ambrosiana; durante el trayecto, fué curado un ciego'".
TUMBAS DE LA AMBROSIANA. — Diez años más tarde Ambrosio ocupará a su vez un lugar junto a ellos bajo el altar de la basílica Ambrosiana. Fué colocado al lado de la Espístola, dejando el del Evangelio para los dos mártires. En el siglo ix uno de sus sucesores, Angilberto, reunió en un mismo sarcófago de pórfido los tres cuerpos santos y se les colocó en sentido longitudinal con el altar y sobre las tumbas primitivas. Allí fué donde, pasados mil años y gracias a los trabajos de reparación de la basílica, reaparecieron el 8 de agosto de 1871 no en la sangre que había hecho reconocer a los mártires en el siglo iv, sino en una capa de agua profunda y límpida: imagen encantadora del agua de la Sabiduría 1 que había brotado con tanta abundancia de los labios de Ambrosio, principal personaje de la sepultura. Allí, no lejos de la tumba de Marcelina convertida en altar, el peregrino actual, enchida su alma de recuerdos de antiguas edades, venera todavía estos piadosos restos; pues permanecen aún juntos en la urna de cristal en donde, sometidos a la tutela inmediata del Romano Pontífice2, esperan todavía la resurrección.
San Agustín y San Ambrosio no escribieron nada sobre la historia de los santos Gervasio y Frotasio. Quizá no sabían nada acerca de su vida y martirio. Se limitaron solamente a cantar los milagros que se obraban en su tumba y a ensalzar su valimiento ante Dios. Así fué como su culto se extendió en pocos años por Italia, Francia y el resto de Occidente.
EL TESTIMONIO DE LA SANGRE. — Oh Santos mártires, aunque las enseñanzas de vuestra vida, no han llegado a nuestros oídos, con todo eso, exclamaremos con Ambrosio cuando os presentaba al pueblo: "La mejor elocuencia es la de la sangre; pues la sangre tiene un sonido atronador, que resuena en la tierra y en el cielo'". Hacednos comprender su poderoso lenguaje. Los cristianos deben estar siempre prestos a dar testimonio del Dios Redentor. ¿Será quizás que nuestras generaciones no tienen ya sangre en sus empobrecidas venas? Sanad su incurable decaimiento; lo que no pueden los médicos de las almas, siempre lo puede Cristo.
Levantaos, pues, gloriosos hermanos; enseñadnos el camino regio de la abnegación y del sufrimiento. No puede ser en vano el que nuestros ojos hayan podido, en estos últimos tiempos, contemplaros como os contempló Ambrosio; si Dios os revela de nuevo a la tierra después de tantos siglos, es que tiene en vista el mismo fin que antiguamente, esto es: levantar por medio de vosotros al hombre y a la sociedad de una esclavitud funesta, deshacer el error, salvar a la Iglesia, que no puede perecer, pero que El quiere liberar por medio de sus santos. Vosotros, que en otro tiempo obtuvisteis por vuestras oraciones la paz para Italia asolada por larga guerra, alcanzadnos del cielo la paz para el mundo entero. Reconoced mediante dignos y nuevos servicios, la protección con que Pedro ha custodiado vuestros restos. Haced que Milán sea digna de vosotros y de Ambrosio. Proteged las comarcas próximas o lejanas, a las que enriqueció en otro tiempo la sangre encontrada en vuestro sepulcro.
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