(1142 p.c.) - El fundador de la congregación religiosa conocida con el nombre de Ermitaños de Monte Vergine, nació en Vercelli, en 1085, de una familia piamontesa. Tras la muerte de sus padres, a los que perdió cuando era un niño, vivió con algunos familiares hasta la edad de catorce años, cuando abandonó su casa y, como un pobre peregrino, caminó hasta Santiago de Compostela, en España. No satisfecho con las penalidades que significaban una caminata tan larga, se cinchó con dos aros de hierro la cintura. No se sabe a ciencia cierta cuánto tiempo permaneció Guillermo en España y no volvemos a saber de él hasta el año de 1106, cuando se encontraba en Melfi, en la Basilicata italiana, de donde pasó a Monte Solicoli, en cuyas estribaciones pasó dos años entregado a la vida de penitencia y oración junto con otro ermitaño. A este período pertenece el primero de los milagros realizados por San Guillermo: la devolución de la vista a un hombre ciego. Aquella curación le dio gran fama y, para evitar que las gentes le aclamaran como a un santo milagroso, partió de la comarca para refugiarse junto a San Juan de Matera. Como los dos perseguín los mismos fines con igual espíritu, llegaron a ser íntimos amigos. Guillermo tenía la intención de la chimenea completamente ileso. Aquel milagro hizo que la mujer se arrepintiera: renegó de su pasada vida de pecado y no tardó en tomar el velo en el convento de Venosa. El rey Rogelio, por su parte, dispensó su absoluta protección al santo, ayudó generosamente a sus monasterios y él mismo hizo fundaciones nuevas que entregó a San Guillermo para que las gobernase.
San Guillermo murió en Guglietto, el 25 de junio de 1142. No dejó ninguna constitución escrita, pero el tercer abad general de sus comunidades, Roberto, redactó un código de reglamentos y puso a la orden bajo la regla de los benedictinos. El único de los muchos monasterios que fundó San Guillermo que existe todavía, es el de Monte Vergine. En la actualidad, pertenece a la comunidad benedictina de Subiaco y, en su iglesia, conserva una pintura de Nuestra Señora de Constantinopla que es muy venerada.
Hay una biografía, no desprovista de varias observaciones personales, que parece haber sido escrita por un discípulo del santo, llamado Juan de Nusco. Tomándola de un manuscrito que desapareció hace mucho, fue impresa en Acta Sanctorum, junio, vol. VII. Un texto mejor y más completo que llena algunas lagunas dejadas por el más antiguo, fue descubierto en Nápoles a principios de este siglo y fue editado por Dom C. Mercuro en la Revista Storica Benedictina, vol.I (1906), vol. II (1907) y vol. III (1908), en varios artículos que incluyen un comentario histórico junto con el propio documento. También cf. al P. Lugano, Vitalia Benedictina (1929), pp. 379-439; y E. Capobianco, Sant'Amato da Nusco (1936).
No hay comentarios.:
Publicar un comentario