FIGURAS DE LA EUCARISTIA EN EL ANTIGUO TESTAMENTO
EL PARAÍSO PERDIDO. — El hombre vió abrirse ante él los horizontes desolados de la tierra de destierro. El árbol de la vida no es más que un doloroso recuerdo. Le encontraremos más tarde; debe adornar la nueva tierra donde el Señor ha de introducir a sus elegidos, el día de la gran Pascua y del restablecimiento de todas las cosas. Día feliz, dice el Apóstol, al que aspira ahora toda criatura, doliente y sometida, por una falta que no es suya, a la inconstancia de cambios sin fin. El que contra la voluntad de la creación la sometió a esta servidumbre de corrupción, la conserva en la esperanza de que, cuando sea rescatada, participará de la gloriosa libertad de los hijos de Dios2. Porque la gloria del nuevo Paraíso será mayor que la del primero. Porque no ha de obrarse, en efecto, la unión deificante bajo la sombra vacía de los símbolos, ni en un acercamiento fugaz, sino que la Sabiduría se dará substancialmente y sin velos a la humanidad en un abrazo eterno. Pero en el tiempo y sobre la tierra ha de pactarse esta unión, cuyo goce perfecto y estable será para la eternidad. Y ¿cuáles serán, después de la caída, las condiciones de la alianza de la que la eterna Sabiduría no ha desistido?
SACRIFICIOS DEL HOMBRE CAÍDO: "En este día, dice el Señor, seré propicio a los cielos y ellos serán propicios, a la tierra; la tierra será propicia al trigo, al vino y al aceite, y éstos serán propicios a Jezrahel, la raza de Dios?, dándole con el trigo y el vino la materia de los Misterios, y, con el aceite, sacerdocio que debe transformarlos en el dote de la alianza en el acto del Sacrificio. Porque por el Sacrificio y en la sangre debe consumarse esta alianza de justicia y amor. Los sacrificios sangrientos, establecidos en el umbral del Edén como expresión ritual de la religión de los primeros tiempos, se continuarán hasta en los abismos adonde el extravío del politeísmo arrastrará a la humanidad.
Incapaces de producir la gracia y demostrándolo bastante por su multiplicidad misma, estos sacrificios tendrán por fin conservar en la humanidad la conciencia de la caída y la esperanza del Salvador, manteniendo así, en el espíritu de todos, la base de los actos sobrenaturales necesarios para la justificación y la salvación. Pero los retoques añadidos al plan divino después de la caída, no serán los solos representados en este importante rito: la unión de Dios con su criatura, objeto primitivo y siempre principal en las intenciones del Creador, la unión del hombre y la Sabiduría en el banquete preparado por ella misma, hallará allí su expresión figurativa en la división de la víctima entre Dios y el hombre, entre la divinidad aplacada por el derramamiento de sangre y la humanidad rehabilitada, alimentada con esta carne inocente, llegada a ser para ella, alimento de una vida nueva y divina. La regla general de los sacrificios en todas las naciones será tal, que, a la vez que sube por el fuego hacia el cielo la parte correspondiente a la divinidad, un ágape en común—verdadera señal de comunión entre el cielo y la tierra—deberá hacer una sola cosa de los mismos asistentes en la consumación de las partes restantes de la hostia.
¡Admirable armonía! ¡Profecía viviente, repetida en todos los tonos por los miles de víctimas degolladas cada día en todos los lugares! En ellas, el Cordero de Dios que anuncian, es inmolado desde el origen del mundo: aplicada su sangre por la esperanza y la fe, corre con abundancia sobre las almas, borrando los pecados de las generaciones sucesivas; y la humanidad, mantenida alerta por las prescripciones inspiradas de su ritual misterioso, se prepara desde entonces al banquete de las bodas del Cordero.
LOS SACRIFICIOS DE LA ANTIGUA ALIANZA. — Al acercarse los tiempos mesiánicos, los símbolos se hacen cada vez más precisos. He aquí al rey-sacerdote Melquisidec, que después de la victoria de Abraham y la libertad de Lot, ofrece a Dios en sacriñcio pan y vino. He aquí en el momento de la salida de Egipto, la institución de la Pascua, en que la sangre del cordero inmolado salva a los israelitas de la muerte, mientras que su carne los alimenta. He aquí la ley que Moisés recibe sobre el Sinaí y ordena que cada mañana y tarde se ofrezca a Dios el holocausto de un cordero acompañado de una libación de vino y de la ofrenda de una medida de harina con un poco de aceite. En adelante no falta ya nada a las figuras; la realidad puede presentarse.
EL CORDERO DIVINO.— Por fin los tiempos se cumplen. El que es al mismo tiempo verdadero sacerdote y víctima, se encarna en la Virgen María. En este Sábado, saludemos a María, Sede de la sabiduría pará los pueblos. En su seno tuvo lugar el bendito encuentro, objeto de la espera de los siglos. Su sangre purísima suministró la sustancia de este cuerpo sin tacha, en el esplendor del cual, el más hermoso de los hijos de los hombres, dió cima a la alianza indisoluble de nuestra naturaleza con la Sabiduría eterna; y su alma extasiada contempla el inefable misterio de las bodas divinas realizadas en su seno virginal. ¡María, jardín cerrado, donde la Sabiduría se goza en la luz y el amor; tálamo florido del Cántico embalsamado por el Espíritu con perfumes suavísimos; tabernáculo augusto de la Virgen María, mil veces más santo que el de Moisés! Allí escondido en el velo inmaculado de esta carne virginal, el Espíritu Santo, por el inefable abrazo de dos naturalezas en la unidad del Hijo único, derrama la unción que le hace a la vez Esposo y Pontífice para siempre, según el Orden de Melquisedec.
Ya el hombre puede descansar tranquilo; ya ha descendido a la tierra el pan del cielo, el pan de la alianza; y, si aun nos separan muchos meses de la noche que debe darle a luz a nuestros ojos en Belén, el Pontífice está ya obrando en su santo templo. "No quisiste víctimas y oblaciones, dice al Padre, pero me formaste un cuerpo. Los holocaustos y sacrificios por el pecado no Te plugieron. Entonces dije: He aquí que vengo según está escrito en el principio del Libro, para hacer, oh Dios, tu voluntad'".
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