lunes, 29 de junio de 2020

29 de junio SAN PEDRO, PRÍNCIPE DE LOS APÓSTOLES

Guido Reni, Cristo entrega las llaves a San Pedro
Guido Reni, Cristo entrega las llaves a San Pedro


(¿64? P.C.) - La historia de San Pedro, tal como la cuentan los Evangelios, es muy conocida y no hay necesidad de relatarla aquí en detalle. Sabemos que era Galileo, que tenía su casa en Betsaida, que estaba casado, que era pescador y que era hermano del Apóstol San Andrés. Portaba el nombre de Simón, pero el Señor, en el primer encuentro que tuvo con él, le dijo que se llamaría Cefas, el equivalente, en arameo, de la palabra griega que significa "piedra" y que, en su forma española, derivó hasta convertirse en el apelativo Pedro. Nadie que haya leído, aunque sea superficialmente, el Nuevo Testamento, habrá dejado de advertir el sitio predominante que se le otorga siempre entre los primeros seguidores de Jesús. Fue él quien actuó como portavoz de los demás, al proclamar una sublime profesión de fe: "¡Tú eres el Cristo, el Hijo de Dios vivo!" A él personalmente le dirigió el Salvador estas palabras, con una solemnidad que no tiene paralelo en los Evangelios: "¡Bendito seas, Simón, hijo de Jonás, porque no han sido la carne ni la sangre las que te revelaron estas cosas, sino mi Padre que está en los Cielos! Y Yo te digo que tú eres Pedro y sobre esta piedra edificaré mi Iglesia, y las puertas del infierno no prevalecerán contra ella; a ti te daré las llaves del Reino de los Cielos: y todo lo que tú atares en la tierra, atado quedará en el cielo; y lo que desatares en la tierra, quedará desatado en el cielo".
No menos familiar es la historia de la triple negativa de Pedro hacia su Maestro, no obstante la advertencia que El mismo le había hecho sobre el particular. El caso fue relatado por los cuatro evangelistas con una abundancia de detalles que parece exagerada ante la pequenez del suceso, si se le compara con los otros incidentes en la Pasión de Nuestro Señor y, esta misma singularización aparece como un tributo a la elevada posición que San Pedro ocupaba entre sus compañeros. Por otra parte, si bien las advertencias de Jesús no fueron tomadas en cuenta por el Apóstol, tengamos presente que estuvieron precedidas por otras palabras, asombrosas y desconcertantes por su extraño cambio del plural al singular en la misma frase: "Simón, Simón, mira que Satanás va tras de vosotros para zarandearos como el trigo en la criba; mas yo he rogado por ti, a fin de que tu fe no parezca; y tú, cuando te conviertas, confirma a tus hermanos". Igualmente impresionante es la triple reparación que el Señor, con acentos de ternura, pero con una insistencia rayana en la crueldad, le pidió a su avergonzado discípulo junto al Lago de Galilea: "Cuando hubieron comido, Jesús le dijo a Simón Pedro: Simón, hijo de Juan, ¿me amas tú más que éstos? El respondió: Sí, Señor, Tú sabes que te amo. Jesús le dijo: Apacienta mis ovejas. Después volvió a decir: Simón, hijo de Juan, ¿me amas? Simón le respondió: ¡Sí, Señor; Tú sabes que te amo! Y El le dijo: Apacienta mis ovejas. Y por tercera vez le repitió: Simón, hijo de Juan, ¿me amas? Y él repuso: ¡Señor! ¡Tú, que sabes todas las cosas, bien sabes que te amo! Jesús volvió a decir: Apacienta mis ovejas". Todavía más maravillosa es la profecía que Jesús hizo a continuación: "En verdad, en verdad, yo te digo: cuando tú eras joven te ceñías a ti misino e ibas donde querías. Pero cuando seas viejo, extenderás las manos para que otro te ciña y te conduzca a donde tú no quieras". "Y esto", agrega el evangelista, "lo dijo para significar por cuál muerte habría de glorificar a Dios".
Después de la Ascensión, nos encontramos con que San Pedro se halla aún en primer plano. A él se le nombra primero en el grupo de los Apóstoles y se indica que moraba con los demás en "una habitación alta", donde "todos animados de un mismo espíritu, perseveraban juntos en oración con las mujeres y con María, la Madre de Jesús y, sus parientes", hasta la venida del Espíritu Santo, el día de Pentecostés. También fue Pedro quien tomó la iniciativa al elegir un nuevo Apóstol en el lugar de Judas y el que primero habló a la muchedumbre para darle testimonio de "Jesús" de Nazaret, un hombre autorizado por Dios a vuestros ojos, con los milagros, maravillas y prodigios que, por medio de El, ha hecho entre vosotros, a quien Dios ha resucitado, de los que todos nosotros somos testigos". Y se agrega más adelante: "Oído este discurso se compungieron sus corazones y dijeron a Pedro y los demás: Hermanos, ¿qué es lo que debemos hacer? A lo que Pedro respondió: Haced penitencia y sea bautizado cada uno de vosotros en el nombre de Jesucisto". Entonces, "los que habían recibido su palabra, fueron bautizados" y se agrega que aquel día se añadieron a la Iglesia, "cerca de tres mil personas". También se ha registrado a Pedro como al primero que realizó un milagro de curación en la Iglesia cristiana. Un hombre cojo de nacimiento, se hallaba al borde del camino por donde Pedro y Juan subían hacia el Templo a orar y les rogó que le diesen limosna. "Pedro entonces, fijando con Juan la vista en aquel pobre, le dijo: Mira hacia nosotros. El los miraba de hito en hito, en espera de que le diesen algo. Mas Pedro le dijo: Plata y oro yo no tengo, pero te doy lo que tengo. En el nombre de Jesucristo Nazareno, levántate y camina. Y tomándole de la mano derecha lo levantó, y al instante se le consolidaron las piernas y los pies. Y dando un salto, se puso en pie y echó a andar, y entró con ellos en el templo por sus propios pies, saltando y loando a Dios".
Al iniciarse la persecución que culminó con el martirio de San Esteban en presencia de Saulo, el futuro Apóstol de los Gentiles, la mayoría de los nuevos convertidos a las enseñanzas de Cristo, se dispersaron, pero los Apóstoles permanecieron agrupados en Jerusalén, hasta que llegaron noticias sobre la acogida favorable que habían recibido en Samaria las predicaciones de San Felipe el Diácono. Entonces, San Pedro y San Juan se trasladaron a aquellas comarcas e impusieron las manos (¿confirmaron?) sobre los que San Felipe había bautizado. Entre éstos se hallaba un hombre al que conocemos con el nombre de Simón el Mago, quien presumía de poseer ocultos poderes y había adquirido mucha fama por sus hechicerías. Al ver el Mago lo que sucedía con los recién confirmados, se acercó a los Apóstoles para decirles: "Dadme a mí también esa potestad, para que cualquiera a quien imponga yo las manos, reciba el Espíritu Santo". Pero, aun cuando ofreció dinero, no obtuvo más que una rotunda negativa. Pedro le dijo: "Perezca tu dinero contigo; pues has juzgado que se alcanzaba por dinero el don de Dios."
En la literatura apócrifa conocida como las "Clementinas", se representa a Simón el Mago, en una época posterior, al encontrarse con San Pedro y entablar una larga discusión con él y con San Clemente, mientras viajan de una a otra de las ciudades marítimas de Siria, en su travesía a Roma. Todavía antes que las Clementinas, San Justino Mártir (que escribió por el año de 152), declara que Simón el Mago fue a Roma, donde se le honró como a una deidad; pero debe admitirse que las evidencias citadas por Justino sobre este particular, son muy poco satisfactorias. También en las apócrifas "Actas de San Pedro" hay una dramática historia sobre los intentos del Mago para ganarse la voluntad de Nerón por medio de demostraciones de sus poderes ocultos, de los que pensaba valerse para volar por los aires. De acuerdo con aquella leyenda, San Pedro y San Pablo estaban presentes y, por medio de sus oraciones, anularon los poderes mágicos de Simón que, al emprender el vuelo, cayó a tierra y, poco después, murió a consecuencia de las heridas. Muchos otros relatos contradictorios son relatados por Hipólito (en su Phüosophumena) y varios escritores antiguos, siempre en torno a una discusión, a un conflicto entre Simón el Mago y los dos grandes Apóstoles, con Roma por escenario. A pesar de la debilidad de las evidencias, hubo una inclinación general entre los escritores cristianos primitivos, como por ejemplo San Ireneo, para considerar a Simón el Mago como "padre de los herejes" y, en eso debe haber algo de simbólico, porque los antagonistas del Mago eran siempre San Pedro y San Pablo, los representantes de la verdad cristiana en la capital del mundo de entonces.
Casi todo lo que sabemos de cierto sobre la existencia posterior de San Pedro, procede de los Hechos de los Apóstoles y de algunas alusiones en sus propias Epístolas y en las de San Pablo. Tiene particular importancia el relato sobre la conversión del centurión Cornelio, puesto que, a raíz de aquel acontecimiento, surgió el debate sobre la continuación de la práctica del rito de la circuncisión y el mantenimiento de la prescripción de la ley judía para no mezclarse con los gentiles ni comer algunos de sus alimentos. Con las instrucciones que recibió en el curso de una visión, San Pedro, tras algunos titubeos, llegó a admitir que la antigua costumbre había terminado y que la Iglesia fundada por Cristo, iba a ser para los gentiles lo mismo que para los judíos. San Pablo le dirigió algunos reproches, como sabemos por la Epístola a los Gálatas (cap. II), al calificarle de oportunista y falto de corazón por aceptar estrictamente aquellos principios. El incidente parece haber estado en relación con el congreso de algunos Apóstoles y ancianos en el Concilio de Jerusalén, pero no se sabe a ciencia cierta si esta reunión fue anterior o posterior a las réplicas que San Pablo dirigió a San Pedro en Antioquía. De todas maneras, fue la palabra de Pedro la que inspiró las conclusiones que adoptó la asamblea de Jerusalén. Aquella resolución decía que los gentiles convertidos al cristianismo, no necesitaban ser circuncidados ni observar la ley de Moisés. Por otra parte, a fin de no herir la susceptibilidad de los judíos, estos podrían abstenerse de la sangre y de comer carne de seres estrangulados, así como se abstenían de la fornicación y de los sacrificios a los ídolos. Estas decisiones fueron comunicadas a los cristianos de Antioquía y sirvieron para calmar las inquietudes de los numerosos fieles en la gran ciudad.
Es posible, aunque no contemos con datos concretos, que antes del Concilio de Jerusalén (¿49? P.c), San Pedro hubiese sido, durante dos años o más, el obispo de Antioquía y que también había ido hasta Roma y había tomado posesión de la que habría de ser su sede permanente. Los Hechos registran un incidente trágico al relatar la súbita y violenta persecución de Herodes Agripa I, posiblemente en el año 43. Se afirma que Herodes "mató a Santiago, el hermano de Juan, con la espada" —éste, por supuesto, era Santiago el Mayor, Apóstol, cuya fiesta se celebra el 25 de julio— y que, después, procedió a detener también a Pedro. Pero mientras tanto "la Iglesia, incesantemente, hacía oración a Dios por él" y Pedro, "no obstante que estaba dormido entre dos guardias, atado a ellos con dos cadenas; y los centinelas a las puertas de la prisión, haciendo guardia, "fue puesto en libertad por un ángel" y partió en busca de un refugio seguro", tal vez en Antioquía o quizá en Roma. Desde aquel momento, los Hechos de los Apóstoles no vuelven a mencionar a Pedro.
La "pasión" de San Pedro tuvo lugar en Roma, durante el reinado de Nerón (54-68 P.c), pero no existe ningún relato escrito sobre el suceso. De acuerdo con una antigua tradición, no comprobada, se encerró a San Pedro en la cárcel Mamertina, donde ahora se encuentra la iglesia de San Pietro in Carcere. Tertuliano, quien murió cerca del año 225, dice que el Apóstol fue crucificado; por su parte, Eusebio agrega que (un dato que tomó del autorizado Orígenes, muerto en 253), por expreso deseo del anciano Pedro, la cruz fue colocada cabeza abajo. El sitio debe haber sido el acostumbrado: los jardines de Nerón, escenario de tantos dramas terribles y gloriosos por aquel entonces. La tradición que otrora se aceptaba por lo común, de que el pontificado de San Pedro duró < '.oelius, ofrecí un refrigerio en honor de Pedro y Pablo".
"DALMATIUM BOTUM IS PR0MIS1T REFRIGERIUM". "Por jurainnito, Dalmacio prometió ofrecer un refrigerio para ellos".
Algunos de los escritos son simples invocaciones: "PAULE ET PETRE PETITE PRO VICTORE". "Pablo y Pedro, pedid por Victor".
"PETRUS ET PAULUS IN MENTE ABEATIS ANTONIUS BASSUM". "Pedro y Pablo, tened presente a Antonio Basso".
Las inscripciones candidas, espontáneas y escritas, muchas veces, con graves faltas de ortografía, indican que existía un culto muy acendrado por los santos Pedro y Pablo en aquel lugar. La mayoría están escritas en latín y algunas en griego, pero hay muchas frases en latín, escritas con caracteres griegos. Ya dijimos que las placas de yeso estaban rotas y sus inscripciones eran fragmentarias y algunas, ilegibles, pero en ochenta del número total, aparecen los nombres de los santos Apóstoles, a veces el de Pedro primero o viceversa. No hay duda, por lo tanto, de que en la segunda mitad del siglo tercero, de acuerdo, en consecuencia, con una indicación del calendario Filocaliano (del año 324) que conmemora una traslación o una fiesta de los dos Apóstoles, en el 258, y en las catacumbas, de que existía por aquel entonces y en aquel lugar, una gran devoción por los dos Patronos de Roma.
Ya a principios del siglo tercero afirmaba Cayo, según cita de Eusebio, que el lugar del triunfo de San Pedro se encontraba en la colina del Vaticano; el sitio del martirio de San Pablo se veneraba en la Vía Ostiense. El padre Dolehaye y algunos otros hagiógrafos distinguidos sostienen que los cuerpos de los dos Apóstoles fueron sepultados ahí desde un principio, y nadie los ha tocado; otros sugieren que fueron temporalmente sepultados en la Vía Apia, inmediatamente después del martirio, hasta que se construyeron sepulcros o santuarios en los mismos lugares de su muerte. En cualquier caso, la inscripción hecha por el Papa San Dámaso I (muerto en 384), en un sitio próximo a San Sebastián, no significa que ahí hubiesen estado sepultados los dos Apóstoles, sino que era la conmemoración de alguna fiesta instituida en 258, que por iilguna razón se celebraba en las catacumbas.
En fecha posterior a la época en que se escribió lo anterior, se practicaron excusaciones bajo la basílica de San Pedro. Los resultados de aquellos trabajos, ini( indos en 1938, se publicaron profusamente. El sitio y los restos fragmentario. H ile la tumba del Apóstol San Pedro, habían sido identificados sin lugar a dudn , pero entonces, ahora y tal vez para siempre, está en el terreno de las posil'ilidades la suposición de que los restos humanos hallados en las proximü dad< •-> de la tumba, sean los de San Pedro. Los descubrimientos en el Vaticano aviviron el interés en los del sitio de San Sebastián; pero, por diversas razones, la t' <nía de que los restos de San Pedro fueron llevados en el año de 258 a las cat¡»' mnbas y se quedaron ahí para siempre, es inadmisible.
Al parecer, la fiesta doble de San Pedro y San Pablo ha sido conmemorada sien'i'ie, en Roma, el 29 de junio; Duchesne considera que esta práctica se renv-ula, por lo menos, a los tiempos de Constantino; pero en el oriente, esa conmemoración se asignaba, al principio, al 28 de diciembre. Lo mismo sucedía en (' - v rliynchus, en Egipto, como atestiguan antiguos papiros, hasta el año de 536; pero en Constantinopla y en otras partes del Imperio Romano oriental, la ft lia del 29 de junio se aceptó poco a poco. En Siria, a principios del siglo quinto, como lo sabemos por una nota del "Breviario" sirio que dice así: "28 de diciembre, en la ciudad de Roma, Pablo, el Apóstol y Simón Cefas (Pedro), el jefe de los Apóstoles del Señor", la fecha era la que se observaba en el oriente.
Hay, por supuesto, abundantísima literatura relacionada con San Pedro, con su vida y sus actos, desde cualquier punto de vista. Los comentaristas de los Evangelios y los Hechos de los Apóstoles suministran la enorme mayoría de los datos con que se practicaron las posteriores investigaciones. El librillo Sí Pierre (en la serie Les Saints), por L.C. Fillion, es una excelente introducción para el estudio del asunto, puesto que incluye todos los datos registrados sobre el Apóstol; el St. Pierre de C. Fouard es más extenso y detallado, pero sólo se ocupa de los primeros años de la Iglesia y deja de lado lo que dicen de San Pedro los Evangelios. Ver a R. Aigrain, en St. Pierre (1938) y una obrilla popular del estadounidense W. T. Walsh, St. Peter, the Apostle (1950). Sobre la primacía, deberá consultarse la obra del obispo Besson: St. Pierre et les origines de la Primauté Romaine (1929). Entre los investigadores no católicos, ver Apostolic Fathers (1877), del obispo Lightfoot; a W. Ramsey, en The Church and the Román Empire (1893); O. Culmann, en Peter, disciple, apostle, martyr (1954); y H. Lietzmann, Petras und Paulus in Rom (1927) y Petras Romischer Martyrer (1936). La discusión sobre el problema de las catacumbas podrá estudiarse en el artículo de F. Toletti de Rivista di archeologia cristiana 1947-1948; Mons. A. S. Barns, en The Martyrdom of St. Peter and St. Paul (1933), incluido en Analecta Bollandiana, vol. ui (1934), pp. 69-72; y P. Stieger, Die rómischen Katacumben (1933). Ver el Liber Pontificalis (ed. Duchesne), vol. i y Delehaye, en Origines du cuite des Martyrs (1933), pp. 263-269. Los informes sobre las excavaciones entre 1938 y 1950, fueron publicados en dos volúmenes de texto y uno de ilustraciones; ver un artículo del P. Romanelli, en el Osservatore Romano 19 de diciembre de 1951. Aparecieron numerosos artículos en varios idiomas, para hablar sobre el resultado de las excavaciones: ver el de J. B. Ward Perkins, en The Listener, 25 de Sept. 1952 y en el Journal of Román Studies, vol. XLTI (1952).



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