BEATO INOCENCIO XI,
Papa
El conflicto con Luis XIV constituye el rasgo dominante del pontificado de Benedicto Odescalchi, nacido en Como, hecho cardenal por Inocencio X. Su actitud fue la de un Pontífice digno, defensor de las libertades en Europa, siempre pensando en una cruzada contra los infieles, enemigo de las heterodoxias. Condenó el probabilismo de los jesuitas, que todavía tenía sus defensores, pero al que duramente había tocado González de Santalla, de la Universidad de Salamanca; prohibió la usura practicada por los judíos; tomó medidas en contra del lujo exagerado, de moda en Roma, y combatió el galicanismo, que llegó a sus formas más violentas e insensatas bajo el reinado de Luis XIV.
La paz fue firmada por fin entre Francia y España, en Nimega (1678), y un año más tarde entre Francia y Austria. Francia había salido otra vez victoriosa y su rey estaba en el apogeo de su poder. Su máxima preocupación era la de debilitar el Imperio y, siguiendo esta política, tan peligrosa para Europa, apoyó a los turcos en su proyecto de atacar a Austria y Sicilia. Viena fue asediada por las tropas del sultán. En 1683, Inocencio XI logró forjar una alianza entre el emperador y el rey de Polonia, que se dirigió con sus tropas hacia la capital asediada. El 12 de septiembre de 1683 los aliados cristianos derrotaban a los turcos ante las murallas de la heroica ciudad, en una batalla cuyas consecuencias habían de ser catastróficas y definitivas para el Imperio de la Media Luna. Igual que la batalla de Lepanto había puesto fin a la hegemonía naval de los turcos en el Mediterráneo, la batalla de Viena cortó para siempre su avance en la tierra firme.
Poco después, en 1688, los cristianos vencían a sus enemigos en Belgrado. Europa respiraba aliviada. La batalla de Viena fue tan importante para la cristiandad como la de Poitiers, de las Navas de Tolosa y de Lepanto. Sobieski aparecía como el salvador de Europa y el Papa como el autor de una alianza que se había revelado como esencial. Las victorias sobre los turcos hubieran seguido con el mismo ritmo si los soberanos europeos no hubieran sido obligados a dedicar parte de sus esfuerzos a la guerra contra Luis XIV, cuya misión era la de obligar al emperador a retirar parte de sus tropas que luchaban en el frente oriental, para aliviar a los turcos. A pesar de todo, los turcos fueron vencidos y obligados a firmar, en 1699, la paz de Carlowitz, que los obligaba a abandonar Hungría y Transilvania, con la excepción del banato de Timisoara, poblado por rumanos. Los principados rumanos quedaban también bajo soberanía turca.
La situación en Inglaterra había evolucionado, en una primera etapa, a favor de los católicos. Carlos II, era católico y se empeñó en dirigir su pueblo hacia la verdadera fe. Pero lo hizo sin habilidad y sin tener en cuenta los derechos que el pueblo había conquistado bajo Cromwell. Autorizó el regreso de los jesuitas, y uno de ellos, el Padre Eduardo Petre, llegó a ser consejero del rey. Una embajada del Papa fue recibida con grandes honores en Windsor. Las tendencias absolutistas de Jacobo y su poca habilidad en la política interior, hicieron estallar una rebelión, que entronizó a Guillermo de Orange, Stathouder de Holanda, que tomó el nombre de Guillermo III; éste volvió a establecer las libertades con la proclamación, en 1689, de la "Declaración de los Derechos", y fundó la monarquía parlamentaria. El catolicismo quedaba prohibido. Inglaterra, después de un periodo de decadencia, marcado sobre todo por Carlos II, se dirigía hacia el glorioso destino que la esperaba. Inocencio XI fue acusado por varios historiadores, entre ellos Leopoldo Ranke, de haber instigado a Jacobo II a exagerar en su política procatólica, y que conociendo las planes de Guillermo, no los había comunicado a Jacobo, lo que hubiera salvado a éste y a la Iglesia. Documentos publicados últimamente demuestran que Inocencio hizo lo posible para frenar el fanatismo de Jacobo y que nadie le hubiera convencido para apoyar el retorno a Inglaterra de un príncipe protestante.
Inocencio vivió en la más absoluta pobreza. No fue popular en Roma debido a las severas medidas que había tomado en contra del lujo y de las malas costumbres. Pero a su muerte todos se dieron cuenta de que un gran Papa había abandonado el trono de Pedro (un Papa comparable a Sixto V, correcto, valeroso, buen político, fiel a la doctrina) y que fue debido a su intervención el que el mundo cristiano se hubiera salvado de la amenaza que pesaba hacía siglos sobre él. Sobieski había derrotado a los turcos bajo las murallas de Viena, pero había sido el Papa Odescalchi el que le había llamado a combatir. Fue un capuchino, San Marcos de Aviano, el que se lanzó en la batalla, con el crucifijo en la mano, gritando a los infieles: "Fugite partes adverse", dando a todos ejemplo de heroísmo. El Papa estaba de este modo presente en la batalla que destruyó el poderío turco en Europa.
Cuatro meses antes de su muerte, fallecía en Roma la reina Cristina de Suecia. El Papa y la reina fueron enterrados en la Basílica de San Pedro.
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