BEATOS JUAN DE PERUGIA Y PEDRO DE SAXOFERRATO, Mártires
Los Beatos Juan y Pedro son de nacionalidad italiana; el primero nacido en Perusa, ciudad de Umbría, y el segundo en Saxoferrato, de la región de los Abruzos. Entraron en la Orden Franciscana en edad avanzada y fueron formados espiritualmente bajo la dirección del mismo seráfico Padre San Francisco. Juan era sacerdote, y Pedro hermano laico. De esto se infiere que Juan era ya sacerdote cuando ingresó en la Orden, porque ni la edad -entró de edad avanzada- ni la organizacióón de la Orden antes del año 1220, que es el tiempo en que hay que colocar la fecha de su entrada en la misma, podían proporcionarle ocasión y coyuntura para adquirir la formación intelectual que entonces se requería para el estado sacerdotal.
La fecha de ingreso en la nueva Orden, todavía en proceso de fundación, no la conocemos. Ciertamente hay que colocarla después del año 1209, fecha en que comienzan a afluir los primeros discípulos de San Francisco, y antes de 1220, fecha cierta en que aparecen en la ciudad de Teruel.
Su formación espiritual la recibieron del mismo San Francisco, bajo su dirección inmediata, como todos los primeros compañeros que se le agregaron. Adiestrados en la vida espiritual por tan insigne maestro, bien pudieron realizar en sí el ideal del perfecto religioso franciscano.
Según la Crónica de los XXIV Generales fueron enviados por el Seráfico Padre al Reino de Aragón «para predicar la fe católica». El Reino de Aragón era el camino que les había de conducir a la España ocupada por los árabes, cuyo punto más próximo era Valencia.
Hay algo de discrepancia entre los historiadores respecto de la fecha de su llegada a Teruel. En dos capítulos generales envió San Francisco sus frailes a las Misiones: el de 1217, del cual salieron los religiosos principalmente a tierras cristianas, y el de 1219, de donde se dirigen a tierras de moros, pasando por Aragón. La fecha de la llegada de nuestros Beatos a Teruel depende de una u otra de estas dos expediciones, en que debieron de salir a predicar la fe. Algunos sostienen que llegaron a Teruel en 1216 ó 1217, mientras que otros, más numerosos, dan como año de entrada en Teruel el 1220. Esta fecha nos parece más aceptable: primeramente por convenir en ella mayor número de historiadores, y luego por estar más en consonancia con la finalidad de la misión de los religiosos enviados por el Seráfico Padre a la tierra de infieles; más concretamente, la predicación de la fe a los sarracenos de España y Marruecos, cuyo paso natural para llegar allí era Aragón. Resultado de esta misión fueron los protomártires de la Orden en Marruecos y nuestros Beatos, martirizados por los moros de Valencia. Ya hemos dicho que la misión de 1217 tuvo como finalidad la predicación entre fieles y propagar la Orden en las naciones cristianas de Europa; por eso no se produjo ningún martirio.
Enviados por San Francisco al Reino de Aragón, ellos mismos eligieron la ciudad de Teruel para fijar pie en ella. La causa de esta elección es obvia. El P. Tomás Jordán, cronista del Convento de Zaragoza, lo declara al afirmar que, siendo la intención de los Beatos predicar la fe a los moros, y con ello buscar la gracia del martirio, se dirigieron a Teruel como punto más cercano a Valencia, que es en donde ellos intentaban predicar.
De su estancia en Teruel, dice la Crónica de los XXIV Generales que, con la oración y la predicación, esparcieron por aquellas tierras el buen olor de su santidad. Su porte humilde, caritativo y sencillamente franciscano les granjeó en gran manera el afecto de todo el pueblo.
Cuadra aquí muy bien una antigua tradición muy arraigada en Teruel. Apenas llegaron a la ciudad, no teniendo todavía local donde cobijarse, se dirigieron a un hospital, dicen que de leprosos, situado en la plaza de San Juan, donde comenzaron a prestar los buenos servicios de la caridad a los enfermos. Las noches las pasaban en casa de una persona caritativa que los albergaba por amor de Dios. El emplazamiento de esta casa todavía se muestra en la calle llamada de los Santos Mártires, donde hasta hace poco aún existían restos de pinturas antiguas que recordaban este hecho. Hoy lleva esta casa en la fachada unos azulejos con las imágenes de los santo mártires. Este modo de preceder anda en perfecto acuerdo con la primitiva organización de la Orden Franciscana. Los frailes franciscanos no tuvieron residencias fijas hasta después del año 1221. Hasta esa fecha vivían practicando la oración, la predicación y la caridad recorriendo ciudades y villas, siendo siempre sus lugares preferidos los hospitales. Era, pues, muy puesto en razón que al llegar a Teruel los Beatos Juan y Pedro se dirigieran al hospital, según su modo de vivir en Italia.
Después del año 1220 comienza ya en la Orden Franciscana, recién fundada, la organización de las casas en residencias fijas. La Crónica de los XXIV Generales dice que los Beatos Juan y Pedro, conformándose con la nueva modalidad de la Orden, resolvieron establecer en Teruel residencia fija. El lugar preciso donde construyeron su humildísima morada está bien determinado por las fuentes históricas que refieren el caso. Muy cercana a la ciudad y a la vera del río Turia, se alzaba una pequeña ermita dedicada al Apóstol San Bartolomé. Como ya hemos dicho antes, los santos religiosos se ganaron el afecto de toda la población por su caridad, predicación y buen ejemplo. Ello fue causa de que de muy buen grado les ofrecieran dicha ermita para edificar junto a ella su pobre y pequeña morada. Fabricaron de pobres y humildes materiales dos celditas adosadas al ábside de la ermita, de tal manera que la del Beato Juan correspondía al lado del Evangelio y la del Beato Pedro al lado de la Epístola. Junto a la ermita tenían los Beatos un huertecito en el cual cultivaban las verduras que les servían para su pobre alimentación. Este huerto existía todavía al final del siglo XVII.
Dentro del actual claustro de los Franciscanos hay un pozo que ya de tiempo inmemorial se tiene como obra de nuestros Beatos. Este pozo es lo único de los santos mártires que ha llegado hasta nosotros. Tiene escasa profundidad y nunca se ha agotado el agua. De la grande veneración en que se ha tenido este pozo y de los prodigios obrados por su agua, ya hablaremos más adelante. Las Relaciones del Proceso de Beatificación de los santos mártires nos hablan de este pozo como obra realizada por ellos mismos, para proveerse de agua en sus necesidades.
El tiempo que estuvieron en Teruel lo emplearon santamente en la edificación de aquellas gentes con su buen ejemplo, con la oración y la predicación de la divina palabra. Este apostolado no se limitó sólo a Teruel, sino que también se extendió a toda la comarca circundante. En su propia capillita la predicación era muy frecuente y seguramente concurrida, dada la veneración y afecto que les tenía el pueblo. La ermita tenía un púlpito que ellos construyeron o que existía ya al tomar posesión de la misma, de donde solían dirigir la palabra de Dios a los fieles. Este púlpito había de ser, andando el tiempo, como el primer altar que recibiera sus santos cuerpos al ser rescatados después de su martirio y ser traídos en viaje triunfal a Teruel.
No podemos determinar con exactitud el tiempo transcurrido en Teruel hasta su partida a predicar la fe en Valencia. Waddingo dice que ocurrió su martirio a los diez años de su llegada a Teruel y el P. Vicente Martínez Colomer afirma que moraron en Teruel diez años.
El tiempo que estuvieron los Beatos Juan y Pedro en Teruel lo podemos determinar con estos datos: su llegada a Teruel ocurrió en el año 1220; podemos dar como fecha más tardía de su martirio el año 1228; por tanto, el tiempo que estuvieron en Teruel no va más allá de ocho años.
Los dos santos varones Juan y Pedro, almas formadas al calor e irradiación de la santidad de San Francisco, de quien reciben la obediencia para predicar la fe a los sarracenos de España; acrisolados y maduros en las obras del apostolado, de la oración, caridad y predicación entre los turolenses en los ocho años de su permanencia en estas tierras, consideraron ya llegada la hora de dar cima a la empresa que les había sido encomendada. El celo santo de la fe, la salvación de las almas por la predicación de la divina palabra y el ardiente deseo del martirio, fueron los estímulos que empujaron a nuestros Beatos a emprender el viaje a Valencia.
Para establecer bien los hechos de la fecha del martirio de Juan y Pedro, y el tiempo que medió entre su llegada a Valencia y la muerte de los mismos, hemos de tener presente las circunstancias que concurrieron a su llegada a dicha ciudad.
Los santos religiosos llegan a Valencia, dentro del año 1228, en los últimos tiempos del último rey moro de aquel Reino árabe, conocido entre los cristianos con el nombre de Azoto, el célebre moro Zeit Abuzeit, hermano de Miramolín, el caudillo de los Almohades, derrotado en las Navas de Tolosa. Rey tirano y déspota, perseguidor de los cristianos para vengar en ellos la derrota de los Almohades en las Navas. Los miraba como a espías de los ejércitos cristianos; por eso permitió el asalto al barrio cristiano de Valencia, donde tantas crueldades y crímenes se cometieron.
Al llegar a la ciudad del Turia los Beatos Juan y Pedro, la persecución de los cristianos se encuentra en fase aguda, como lo prueba el mismo hecho de su propio martirio.
Los cronistas andan bastante discordes en el establecimiento de la fecha del martirio de los dos Beatos. En el espacio de una década, desde 1221 hasta 1231, se hallan comprendidos los distintos pareceres en orden al año de su muerte.
Prescindiendo de distintos pareceres, para fijar con bastante seguridad la fecha del martirio de los Beatos Juan y Pedro tenemos en la historia de Valencia de estos tiempos un acontecimiento bien conocido que tomamos como término ad quem del martirio. Este hecho es el destronamiento del rey moro Zeit Abuzeit, ocurrido en el año 1229. Es un dato histórico indiscutible y admitido por todos los historiadores de los santos mártires que el rey moro de Valencia Zeit Abuzeit fue el que ordenó su martirio siendo rey de la Ciudad y Reino. Pues bien: a raíz de la muerte de nuestros santos mártires estalló la sublevación de los moros de la ciudad contra Zeit, al tiempo que la ocupaba con sus tropas un noble jeque de aquella tierra y gobernador de Denia, conocido por los historiadores con el nombre de Zaen. Zeit tuvo que huir y buscar refugio en don Jaime I el Conquistador, a quien encontró en Calatayud. Después de 1229 reina ya en Valencia Zaen. El martirio de nuestros Beatos no pudo ser posterior a esta fecha. Como entre el martirio y la caída de Zeit transcurrió poco tiempo, si Zeit fue destronado en 1229, el martirio debió ocurrir el día 29 de agosto de 1229, o en el mismo día de 1228, como se dice en el Proceso de Beatificación. De estas dos fechas nos parece más probable la de 1228, porque daría más tiempo para producirse los acontecimientos del cambio de Zeit: la rebelión de Valencia, la huida del mismo Zeit y la toma de la misma ciudad por Zaen.
Acuciados por el celo apostólico más encumbrado por la salvación de las almas apartadas de la fe, y con vivo y ardiente anhelo de dar su sangre por la gloria de Dios, por el año 1228 los Beatos entran en Valencia para dar cima a la obra que se habían propuesto. Tan pronto como llegaron comenzaron a predicar con ardor y valentía la fe de Cristo y la falsedad de la religión mahometana a los sarracenos. Fueron detenidos y llevados a la presencia del rey Zeit, quien les interrogó acerca de la causa de su venida a Valencia, y como primera providencia los encerró en cárcel durísima. Zeit pone todo su empeño en atraerles a la ley musulmana; para ello emplea todos los medios a su alcance. Recurre a los halagos, promesas y todo cuanto de humano pudiera cautivar el interés de los invictos varones. No consiguiendo nada por este camino, recurre a las amenazas, a las que siguen los tormentos. Estas torturas las padecieron atados a un ciprés. No especifican las fuentes de información la clase de tormentos que recibieron atados al ciprés. Sin embargo, no es difícil comprender que al ser atados al árbol era para recibir el tormento de los azotes. Así lo han entendido los escritores posteriores.
Después del horrendo castigo, nuestros Beatos no sólo quedaron con la fe más robusta, si es que en ella cabían grados, sino que sin dejarse amilanar por los tormentos persistieron en la predicación. Perdidas, pues, todas las esperanzas de atraerles a la ley islámica, Zeit pronuncia la sentencia capital contra ellos.
Era el día 29 de agosto de 1228, fiesta de la Degollación de San Juan Bautista, como hacen notar todas las fuentes históricas. La sentencia pronunciada sobre los dos confesores de Cristo era la decapitación, la cual había de cumplirse en lugar público. El escenario escogido para el suplicio lo indican bien claro los testimonios históricos más antiguos: la plaza de la Higuera o de la Figuereta, como entonces se la nombraba. Esta plaza estaba junto a la antigua iglesia de Santa Tecla, que correspondía a la actual plaza de la Reina. Con anterioridad nuestros Beatos habían estado en el palacio de Zeit, donde fueron encarcelados y sufrieron los interrogatorios; además, vista la ineficacia de éstos, fueron atados a un ciprés de aquella finca y allí recibieron el tormento de los azotes y demás vejaciones e injurias. Ciertamente, la sangre de los santos Mártires también llegó a santificar aquella regia morada, convertida más tarde en convento.
Puestos ya nuestros dos santos religiosos en el lugar del suplicio en la llamada plaza de la Higuera, dieron gracias al verdugo por el beneficio del martirio, y puestos de rodillas en tierra, con fervor rogaron por la salud espiritual del Rey, e interiormente recibieron del cielo la convicción de que su oración era atendida. Hincadas las rodillas en el suelo, y después de haber pronunciado unas palabras proféticas referentes a la conversión del tirano Zeit, los Beatos Juan y Pedro fueron decapitados, recibiendo con ello la tan ansiada palma del martirio. Esto ocurría en la fiesta de la Degollación de San Juan Bautista, día 29 de agosto de 1228.
Ejecutada la sentencia, los cristianos residentes en Valencia se hicieron cargo de los cuerpos y de las cabezas separadas de los santos mártires, hasta las reliquias más insignificantes. En el tiempo que andamos de nuestra historia, existía en Valencia, ya desde los comienzos de la conquista árabe, un barrio cristiano llamado de "Rebetins", que estaba situado entre las calles actuales de la Concordia, San Bartolomé y Portal de Valldigna. A los cristianos, que tenían la costumbre de hacer sus enterramientos dentro de las iglesias, les servía de cementerio la iglesia del Santo Sepulcro, después iglesia de San Bartolomé, enclavada dentro del barrio cristiano. Obtenidos ya los sagrados cuerpos, allí les dieron honrosa sepultura, y allí estuvieron sepultados hasta su traslado a Teruel.
Según hemos dicho, los gloriosos mártires, habiendo orado por la conversión del rey Zeit y después de recibir aviso del cielo de que su oración había sido escuchada, le anunciaron con palabras proféticas su futura conversión a la fe cristiana. ¿Cómo y en qué circunstancias se cumplió esta profecía? Zeit, consumado el martirio de nuestros santos religiosos, experimentó un cambio radical en su propia contextura psicológica y moral. Torcedores remordimientos y angustiosas tristezas le acompañaban de continuo. Se dijo que alguien le vio entrar disfrazado en el barrio cristiano. Por otra parte, en 1229 estalló la rebelión del pueblo de Valencia contra Zeit, a quien destronó, proclamando en su lugar a Zaen o Zellan. Zeit, con unos partidarios suyos, huyó a Zaragoza, a buscar a don Jaime, con el cual tenía un tratado de amistad, poniéndose a sus órdenes. Según J. Zurita, Zeit fue bautizado en 1233. Ayudó antes a don Jaime en la reconquista de Valencia, y éste le concedió la Señoría de Villahermosa, donde gobernó hasta su muerte, acaecida en 1247.
La devoción popular a los santos mártires Juan y Pedro comenzó en el punto mismo de su muerte y sepultura. A raíz de su martirio se apresuró el Señor a honrar a sus siervos con el don de milagros obtenidos por intercesión de los mismos. Pronto comenzaron a ser invocados con los nombres de Beatos y Santos, no sólo entre la gente del pueblo, sino también entre las personas de la nobleza y de la familia real.
Dada la comunicación que había entre Teruel y Valencia por los mercaderes que iban y venían por razón de sus negocios, la noticia del martirio de nuestros Beatos llegó pronto a Teruel. Además, los nobles caballeros Blasco de Alagón y Artal de Luna, presentes en Valencia durante el proceso y martirio de los gloriosos confesores de Cristo, volvieron a Teruel en el mismo año o, a lo más tardar, al siguiente del martirio. Pudieron, pues, referir todos los pormenores de lo acaecido en Valencia. La devoción y afecto que la gente de Teruel sentía por estos santos varones por el olor de santidad que habían difundido en la ciudad y sus aledaños durante los ocho años de convivencia con ellos, hubo de tomar mucho vuelo con la llegada de estas noticias.
El mismo rey don Jaime sintió viva devoción a los nuevos Mártires, de tal manera que a la intercesión de ellos atribuía los clamorosos triunfos logrados en su continuo batallar contra los moros. Con vivo anhelo deseaba el rey recuperar las santas reliquias, y con no menos singular interés lo deseaban también los turolenses, quienes miraban a los santos mártires como a sus venerandos maestros de espíritu. No era, sin embargo, cosa fácil la recuperación de los cuerpos de los Beatos Juan y Pedro. Las relaciones entre el nuevo régulo de Valencia, Zaen, y don Jaime distaban mucho de ser amistosas. Fue la divina Providencia quien llevó las cosas de manera que con facilidad, y como venidas a la mano pudieran ser trasladadas las reliquias a Teruel.
La fecha de la entrada en Teruel de los cuerpos de los santos mártires la colocamos en el año 1232. En efecto, aquel año el rey don Jaime se encontraba en Teruel y, a instancia de los turolenses, rechazando la ingente suma que le ofreció el rey moro Zaen, pidió los cuerpos de los mártires como precio del rescate de los nobles moros de Morella, prisioneros del monarca aragonés tras la caída de dicha ciudad a finales de 1231. No era cosa difícil para Zaen encontrar los sagrados cuerpos. Depositados en la iglesia del Santo Sepulcro (San Bartolomé), cementerio de los cristianos, éstos los entregaron al rey moro, quien los consignó a unos mercaderes cristianos, que traficaban entre Valencia y Teruel, para su traslado a esta ciudad. Salieron de Valencia encerrados en una caja en la cual los cristianos valencianos escribieron los nombres de nuestros Beatos en esta forma: San Juan y San Pedro. Y con este título se les ha invocado en el transcurso de los siglos posteriores, y con este título ha quedado aún hoy profundamente arraigada en el corazón de los turolenses la devoción a los Beatos Juan de Perusa y Pedro de Saxoferrato.
El recibimiento de los sagrados cuerpos fue apoteósico. Llegan a Teruel al tiempo en que la ciudad se encuentra visitada por muchos y muy ilustres huéspedes de todo Aragón, convocados por don Jaime con motivo de la magna asamblea para preparar la conquista de Valencia. Este asunto del rescate de las santas reliquias es muy del agrado y de la devoción de don Jaime, y por ello todas estas gestiones las lleva personalmente, por el gran deseo que tenía de tenerlas consigo. De aquí que, al acercarse la comitiva que traía los sagrados despojos, se aparejaron, por orden del Rey, todos los habitantes de la ciudad para recibirlos con gran devoción y compostura y solemne procesión. Y, como advierte el Proceso de beatificación, el propio don Jaime, que presidía esta fastuosa al par que piadosa manifestación, recibió las santas reliquias en sus propias manos, llevándolas con suma devoción y recogimiento hasta el lugar designado para ellas. Este lugar era el mismo oratorio o ermita de San Bartolomé, con las dos celditas que, adosadas al ábside, habían construido ellos mismos. En elegante urna de alabastro fueron colocadas en el púlpito desde donde tantas veces habían predicado la divina palabra a los turolenses.
Al llegar la caja con los santos cuerpos a Teruel, no faltaba ninguno de los miembros. Sin embargo, las cabezas de los dos mártires, separadas de sus cuerpos por la espada y contenidas también en el arca al llegar a Teruel, no fueron depositadas en el oratorio de San Bartolomé, sino que el rey don Jaime las sacó de la caja y, engastadas en plata, las colocó en su relicario o capilla con suma devoción y ternura.
La veneración y culto secular a nuestros mártires, constantemente mantenido por la devoción de los fieles, tardó por diversas circunstancias en obtener el reconocimiento oficial de la Iglesia. El 31 de enero de 1705 la Sagrada Congregación de Ritos publicó, con la aprobación del papa Clemente XI, el decreto en el que confirmaba el culto inmemorial de estos santos mártires, lo que equivale a una beatificación formal. Y el 23 de julio de 1723 el Papa Benedicto XIII concedía el Oficio divino y Misa en honor de los Beatos Juan y Pedro, a toda la Orden franciscana, a las ciudades y diócesis de Valencia, Teruel y Perusa, y al pueblo de Saxoferrato.
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