OFICIO DE SAN CARLOS Y LA GRACIA DE DIOS. — "Para conocer bien a un santo, hay que atender sobre todo al oficio que Dios le encomendó en este mundo, a la obra a que consagró su vida y a las gracias con que Dios le dotó para llevarla al cabo.
"Ahora bien, la obligación y la obra que la Providencia de Dios confió en este mundo a San Carlos Borromeo, fué la de reformar la santa Iglesia católica completando y ejecutando los decretos disciplinares del Concilio de Trento. La gracia que recibió de Dios para cumplir tal designio, fué, además de la plenitud del sacerdocio, la plenitud del espíritu sacerdotal. He ahí el gran don sobrenatural que recibió San Carlos y que fué en él la razón de todos los otros con que le favoreció el cielo; por él se distingue de todos los santos y de todos los obispos que ha dado Dios a su Iglesia.
EI OBISPO. — "Otros santos pontífices le han podido igualar o exceder en algún don sobrénáturál, pero quizá ninguno haya reunido en la misma perfección la plenitud de los dones naturales y sobrenaturales que vemos en este santo obispo. Toda su vida se resume en esta sola palabra: no quiso hacer otra cosa en este mundo más que obras de obispo, y, ciertamente, todo en su vida estuvo tan ordenado por esta intención única de su voluntad, que lo que hay en él de humano desaparece del todo ante lo que tiene de pontífice; diríase que el glorioso esplendor de su santidad no provenía de su persona, sino solamente de su ministerio. En una palabra, parece que Dios no quiso de él sino que fuese molde y modelo humano de obispos"
SECRETARIO DE ESTADO. — Pío IV, elegido Papa el 26 de diciembre de 1559, no tardó en llamar junto a sí, para asociarle al gobierno de la Iglesia, a su sobrino Carlos Borromeo. Tenía éste entonces 22 años, pero en su administración mostró de qué cualidades estaba adornado: dotado de una resistencia de trabajo extraordinaria y de voluntad enérgica y perseverante, sabía escuchar, pedir consejo y luego obrar con decisión. Su vida era austera; mas en el agobio de sus ocupaciones, sólo buscaba el descanso en la oración, en el estudio de la teología y en la predicación.
A instancias suyas reanudó Pío IV en 1560 el Concilio de Trento, y Carlos Borromeo fué el intermediario entre el Papa y el Concilio; una vez terminado, se ocupó en dar a conocer la doctrina y los reglamentos, cuidó la redacción del "Catecismo del Concilio de Trento" y fué el primero en dar ejemplo de la más completa sumisión a las reformas prescritas.
SAN CARLOS EN MILÁN. — Después de la elección de San Pío V, que sucedía a su tío, solicitó salir de Roma para ir a administrar su diócesis de Milán, y el nuevo Papa cedió a sus ruegos.
Sus primeros cuidados son para el clero: funda seminarios y colegios, pide ayuda a las Ordenes religiosas, principalmente a los Jesuítas, reforma los monasterios. Luego ordena su dilatada diócesis, nombra en ella visitadores encargados de informarle, reforma el arzobispado y el cabildo. El mismo procura ocuparse directamente de la mayor parte de los asuntos, se pone en contacto con su pueblo y resiste con firmeza a todas las intrigas del poder civil. Su acción, traspasando la diócesis, se extiende a toda la provincia de Milán por medio de los Concilios provinciales que preside de un modo regular, y llega hasta las provincias vecinas que visita en calidad de Legado.
LA PESTE EN MILÁN. — En 1576 , cuando invade la peste el Milanesado y se extiende por la ciudad, tiene ocasión el arzobispo para dar señales públicas de un corazón esforzado y de una caridad sin límites. A falta de autoridades locales, ordena los servicios de sanidad, funda o renueva los hospitales, busca socorros, procura provisiones, decreta medidas preventivas. Vela sobre todo por asegurar los auxilios espirituales, la asistencia a .los enfermos, el entierro de los muertos y la recepción de los sacramentos a los habitantes que no pueden salir de sus casas. Sin temer el contagio, no vacila en exponerse a sí mismo visitando los hospitales, presidiendo las procesiones de penitencia, haciéndose todo para todos como un padre y pastor de verdad. Toda su vida muestra además su amor a los pobres y desheredados, a quienes, al morir, deja todos sus bienes.
VIDA. — San Carlos nació el 2 de octubre de 1538 en el Castillo de Arona, cerca del Lago Mayor, de familia de mucha fe y de gran bondad. Tonsurado a los ocho años, hizo sus estudios clásicos en Milán, luego estudió el Derecho en Pavía, donde obtuvo el grado de doctor en 1559. En 1560 el Papa le llamó a Roma y le hizo Cardenal. Se ordenó de sacerdote en 1562, y luego recibió la consagración episcopal él 7 de diciembre de 1563. En 1566, al ser elegido Papa San Pío V, dejó Roma para residir en su diócesis de Milán, donde murió la noche del tres al cuatro de noviembre de 1584. El Papa Paulo V le incluyó en el número dé los santos el 1 de noviembre de 1610.
MODELO DE VIRTUDES. — Te alabamos y nos regocijamos de tu gloria con toda la Iglesia. Desde tu infancia te previno la gracia divina, te acompañó durante toda la vida y tú siempre le fuiste fiel. Ayudándote de las riquezas que el bautismo y demás sacramentos depositaron en tu alma, alcanzaste al fin de tu vocación sin negar a Dios nunca nada. Por eso mereces ser nuestro modelo. Ayúdanos, pues, a imitar tus virtudes. Danos devoción sólida y el celo por la oración que te daba fuerza a ti para combatir el buen combate. Haz que imitemos tu caridad, tu mansedumbre y tu afabilidad con todos, tu espíritu de pobreza que tanto te hacía querer a la Orden de San Francisco, tu devoción y tu sumisión a la Santa Sede, tu amor a la Iglesia, a la que consagraste tantos trabajos y toda tu vida.
MODELO DE PASTORES. — Pero estabas destinado de modo especial a ser el modelo de los pastores de almas. "Un obispo está obligado a la perfección" decías, queriendo dar a entender "que más santidad se exige donde el elemento sobrenatural y divino es mayor". Vemos que brillan en ti todas las virtudes de los pontífices; dígnate comunicarlas en abundancia a los obispos de nuestros días. Exhórtalos como lo hiciste en tus Concilios; aviva hoy "aquella solicitud pastoral que te llenó de gloria". Ruega al Señor de la mies que envíe muchos obreros, formados a imitación tuya y devorados por un celo que será maravillosamente fecundo si estudian profundamente la doctrina de la Iglesia y acatan sus leyes con sumisión filial.
PLEGARIA. Protege particularmente a la Iglesia de Milán, cuyo ornato más bello fuiste tú con tu predecesor San Ambrosio. Conserva en ella la luz de la fe que tú predicaste y el gusto por la Santa Liturgia que allí restauraste. Finalmente, tengan hoy cumplimiento por tus oraciones, como en otro tiempo por tus trabajos, estas palabras de las Escrituras: "Colmaré de gracias a las almas sacerdotales, y mi pueblo se saciará de mis bienes".
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