¡Oh María concebida sin pecado!,
rogad por nosotros que recurrimos a Vos
En 1830 la Santísima Virgen se apareció a una humilde novicia de la Caridad, Sor Catalina Labouré, ordenándole que se hiciese acuñar una medalla cuyas efigies le mostró. Una de las caras de la medalla lleva la imagen de la Inmaculada despidiendo rayos de sus manos, con esta plegaria: "Oh María concebida sin pecado, rogad por nosotros que recurrimos a vos".
Las curaciones y milagros de todo orden obrados por esta medalla aceleraron la definición dogmática de la Inmaculada Concepción, razón por la cual es la Medalla Milagrosa la más usada por las Hijas de María de todo el mundo y propiamente la insignia oficial de las mismas.
He aquí cómo relata la propia sor Catalina su primera aparición:
"Vino después de la fiesta de San Vicente, en la que nuestra buena madre Marta hizo, por la víspera, una instrucción referente a la devoción de los santos, en particular de la Santísima Virgen, lo que me produjo un deseo tal de ver a esta Señora, que me acosté con el pensamiento de que aquella misma noche vería a tan buena Madre. ¡Hacía tiempo que deseaba verla! Al fin me quedé dormida. Como se nos había distribuido un pedazo de lienzo de un roquete de San Vicente, yo había cortado el mío por la mitad y tragado una parte, quedándome así dormida con la idea de que San Vicente me obtendría la gracia de ver a la Santísima Virgen.
Por fin, a las once y media de la noche, oí que me llamaban por mi nombre: Hermana, hermana, hermana. Despertándome, miré del lado que había oído la voz, que era hacia el pasillo. Corro la cortina y veo un niño vestido de blanco, de edad de cuatro a cinco años, que me dice: Venid a la capilla; la Santísima Virgen os espera. Inmediatamente me vino al pensamiento: ¡Pero se me va a oír! El niño me respondió: Tranquilizaos, son las once y media; todo el mundo está profundamente dormido, venid, yo os aguardo.
Me apresuré a vestirme y me dirigí hacia el niño, que había permanecido de pie, sin alejarse de la cabecera de mi lecho. Puesto siempre a mi izquierda, me siguió, o más bien, yo le seguí a él en todos sus pasos. Las luces de todos los lugares por donde pasábamos estaban encendidas, lo que me llenaba de admiración. Creció de punto el asombro cuando, al ir a entrar en la capilla, se abrió la puerta apenas la hubo tocado el niño con la punta del dedo; y fue todavía mucho mayor cuando vi todas las velas y candeleros encendidos, lo que me traía a la memoria la misa de Navidad. No veía, sin embargo, a la Santísima Virgen.
El niño me condujo al presbiterio, al lado del sillón del señor director. Aquí me puse de rodillas, y el niño permaneció de pie todo el tiempo. Como éste se me hiciera largo, miré no fuesen a pasar por la tribuna las hermanas a quienes tocaba vela.
Al fin llegó la hora. El niño me lo previene y me dice: He aquí a la Santísima Virgen; hela aquí. Yo oí como un ruido, como el roce de un vestido de seda, procedente del lado de la tribuna, junto al cuadro de San José, que venía a colocarse en las gradas del altar, al lado del Evangelio, en un sillón parecido al de Santa Ana; sólo que el rostro de la Santísima Virgen no era como el de aquella Santa.
Dudaba yo si sería la Santísima Virgen, pero el ángel que estaba allí me dijo: He ahí a la Santísima Virgen. Me sería imposible decir lo que sentí en aquel momento, lo que pasó dentro de mí; parecíame que no la veía. Entonces el niño habló, no como niño, sino como hombre, con la mayor energía y con palabras las más enérgicas también. Mirando entonces a la Santísima Virgen, me puse de un salto junto a Ella, de rodillas sobre las gradas del altar y las manos apoyadas sobre las rodillas de esta Señora...
"En ese instante experimenté la emoción más dulce de mi vida y que me es absolutamente imposible describir, La Santísima Virgen me explicó la manera como debía haberme en medio de mis penas y, señalándome con la mano izquierda las gradas del altar, me dijo que viniera siempre, en semejantes ocasiones, a postrarme allí, y abrir allí mi corazón para desahogalo y recibir todos los consuelos de que tenía necesidad. Y agregó: Hija mía, quiero confiarte una misión. Tendrás grandes amarguras para llevarlas a cabo, pero las sobrellevarás con el pensamiento de que todo irá encaminado a la mayor gloria de Dios. Padecerás contradicción, pero no temas porque no te faltará la gracia que necesitas; y no dejes de manifestar ingenua y sencillamente todo lo que pase. Has de ver algunas cosas, y has de recibir particulares inspiraciones en la oración. Pero, mira, da cuenta de todo a tu padre espiritual.
"Entonces supliqué a la Santísima Virgen que me explicara las cosas que había visto, Hija mía -me respondió-, los tiempos que corren son malos y van a traer grandes calamidades sobre Francia. El trono va a ser echado por tierra. El mundo entero será azotado por toda suerte de males. La Santísima Virgen mostraba un aire tristísimo diciendo esto: Pero, mira, en aquellos tiempos de tribulación, venid, venid al pie de este santo altar. Aquí, mis gracias serán derramadas sobre todos. ...todas las personas que las pidieren, grandes y pequeñas.
Llegarán a tal extremo las cosas que parecerá que ya no habrá remedio; todo se creerá perdido; pero tened buen ánimo, no desconfiéis un momento; yo estaré con vosotros; experimentaréis sensiblemente mi presencia, y la protección de Dios y de San Vicente descenderá sobre sus dos Familias. (La de los Sacerdotes de la Misión y la de las Hijas de la Caridad).
Después, los ojos arrasados en lágrimas, añadió: En otras comunidades igual que en el clero de París, habrá víctimas. El Ilustrísimo Señor Arzobispo morirá. Al proferir estas palabras, sus lágrimas rodaron, Hija mía, la Cruz será vilipendiada y arrojada al suelo. Será abierto de nuevo el costado de mi Divino Hijo. Las calles se inundarán de sangre; el mundo entero que dará sumido en la tristeza. Aquí la Santísima Virgen ya no pudo hablar, y un dolor profundo dibujóse en su semblante, Entonces Sor Labouré púsose a pensar: "Cuándo sucederán todas estas cosas?" y una lumbre interior claramente le indicó que dentro de cuarenta años, vaticinando así los luctuosos acontecimientos que se desarrollaron entre los años 1870 y 1871.
La Santísima Virgen le encargó además que trasmitiera a su Director varias recomendaciones referentes a las Hijas de la Caridad y le anunció que un día se vería investida de una autoridad que le permitiría poner en ejecución lo que ella le pedía. Luego concluyó:
Grandes calamidades, pues, habrán de sobrevenir. Máximo será el peligro. Con todo, no temáis vosotras; la protección de Dios, particularmente, os acompañará siempre, y San Vicente os protegerá también. Yo misma permaneceré con vosotras y en vosotras siempre tendré puestos mis ojos para concederos gracias en abundancia.
La Santa añade: "Las gracias serán derramadas particularmente sobre las personas que las pidieren; pero, es preciso orar, ..orar mucho. , ."
"No podría decir -continúa la confidente de María- cuánto tiempo permanecí con la Santísima Virgen. Todo lo que puedo afirmar es que, después de haberme hablado largo tiempo, desapareció de mi vista como una sombra que se desvanece".
Habiéndose levantado, la Santa volvió a hallar al niño en el mismo sitio en que lo había dejado, Entonces él le dijo: La Virgen ya se fue. y otra vez, colocándose a la izquierda, la llevó lo mismo que la había traído, derramando claridades celestiales en tomo suyo.
"Creo -concluye el relato de la Santa Hermana- que este niño era el Ángel de mi Guarda, porque yo le había rogado encarecidamente que me alcanzase el favor de ver a la Santísima Virgen. Vuelta a mi cama, oí sonar las dos, y no volví a dormir,.."
LA APARICIÓN DEL 27 DE NOVIEMBRE
Lo que acaba de ser referido no es más que una parte de la misión confiada a Sor Labouré, o más bien, una preparación de la entrega del preciosísimo legado que iba a depositar en sus manos, como prenda de su amor a la humanidad, la bondadosa Reina de los cielos.
A fines de noviembre de este mismo año de 1830, nuestra Santa dio cuenta a su Director de una nueva visión. Esta vez no es ya la madre afligida que llora sobre los males que amenazan a sus hijos; es la mirífica Reina de los cielos que baja trayendo la promesa de las bendiciones, de la salud eterna y de la paz.
He aquí su relación, escrita de la propia mano de Sor Labouré:
"El 27 de noviembre de 1830, víspera del primer Domingo de Adviento, a las cinco y media de la tarde, en medio profundo silencio de la meditación, oí del lado derecho del altar, un ruido de sedas que se rozan, e inmediatamente vi a la Santísima Virgen junto al cuadro de San José. De estatura mediana, su rostro era tan hermoso que me sería imposible describir, aún pálidamente, su belleza. Estaba de pie, vestida con una túnica blanca, nacarada, color de aurora, sin escote y mangas lisas, a la moda que hoy se llama de la Virgen. Tenía cubierta la cabeza con un velo blanco que le caía a cada lado hasta los pies; los cabellos recogidos y por encima una especie de manteleta, guarnecida de un corto encaje, ajustada a la cabeza. El rostro quedaba bastante descubierto y los pies descansaban sobre un globo terráqueo, del cual sólo veíase la mitad. Las manos, levantadas a la altura del pecho, sostenían, naturalmente, otro globo, que también representaba el mundo. Su mirada se elevaba dulcemente al cielo en actitud de ofrecer a Dios la esfera representativa del Universo.
"De repente sus dedos cubriéronse de anillos adornados con piedras preciosísimas de sin igual belleza. Los haces de rayos que despedían, iluminaban a la Virgen de tal suerte que su claridad deslumbradora ya no dejaba ver ni su vestido ni sus pies. Las gemas eran de diferentes tamaños y asimismo los rayos que lanzaban eran proporcionalmente de diversa claridad.
"No podré decir lo que entonces experimenté ni todo lo que aprendí de ello en tan poco tiempo.
"Como estuviese yo completamente embebida en su contemplación, la Santísima Virgen inclinó sus ojos sobre mí y una voz me dijo en el fondo del corazón: Este globo que aquí ves representa al mundo entero, pero especialmente a Francia y aun a cada persona en particular.
"Aquí ya no sé describir de ningún modo la espléndida belleza ni el brillo que cobraron los rayos luminosos, cuando la Santísima Virgen añadió: Estos rayos son figura de las gracias que derramo sobre las personas que imploran mis favores, haciéndome comprender así cuán generosa es con las personas que a ella se dirigen. ¡Cuántas gracias concede a quienes se las piden! En estos instantes inefables, ¿existía yo o no existía? No lo sé. ¡Yo gozaba... gozaba inmensamente!
"De pronto la aparición tomó la forma de óvalo, en cuya parte superior se dibujó esta inscripción en caracteres de oro: ¡Oh María sin pecado concebida, rogad por nosotros que recurrimos a Vos!
Este vivo cuadro que Sor Catalina tenía: delante de sus ojos, de pronto se cambió sensiblemente. Las manos de María como abrumadas por el peso de las gracias de que eran símbolo las radiantes sortijas y sus piedras preciosísimas, se bajaron y extendieron en el ademán gracioso que hoy ostenta la medalla. Luego, la Virgen dejó oír estas palabras: Haz acuñar, una medalla según este modelo. Cuantos piadosamente la llevaren, recibirán gracias particularísimas, sobre todo si la llevaren suspendida al cuello. Las gracias serán muy abundantes para cuantas la llevaren animados de confianza.
Un instante después -dice la Santa- el retablo se volvió, dejando ver en el reverso la letra M; sobre la. que se levantaba una Cruz que descansaba en una barra horizontal, y debajo, los Sagrados Corazones de Jesús y María; el primero rodeado de una Corona de Espinas y el segundo atravesado por una espada".
Aunque los apuntes de la vidente nada dicen de las doce estrellas que circundan el monograma de María y los dos Sagrados Corazones, sin embargo, siempre han figurado en el reverso de la Medalla, pues es moralmente seguro que este detalle lo manifestó de viva voz la Santa en tiempo de las apariciones.
En otras notas, escritas igualmente por la misma Hermana, que completan esta relación, se añade que algunas de las piedras de los anillos no despedían rayo ninguno, y, admirándose de esto la Vidente, se le respondió que las piedras que quedaban en la sombra representaban las gracias que los hombres no piden a María.
TERCERA APARICIÓN DE LA SANTÍSIMA VIRGEN
E1 Padre Aladel acogió con indiferencia, casi pudiera decirse con severidad, las comunicaciones de su penitente, llegando hasta prohibirle el darles crédito alguno. Pero la obediencia de la Santa, atestiguada por su mismo Director, no tuvo la eficacia para borrar de su memoria el dulce recuerdo de lo visto. Postrarse a los pies de María, constituía para ella toda su felicidad.
A María iba continuamente el giro de sus pensamientos, y estaba íntimamente persuadida de que volvería a ver a la Reina de los cielos.
Y en efecto, no quedaron frustradas sus esperanzas. En el mes de Diciembre fue favorecida con una nueva aparición, exactamente igual a la del 27 de Noviembre, y a la misma hora, con la única diferencia, sin embargo por otra parte notable, que la Santísima Virgen no se colocó junto al cuadro de San José, como la vez anterior, sino sobre el sagrario, un tanto hacia atrás, en el mismo lugar en que hoy está su imagen.
La mensajera escogida por la Inmaculada recibió de nuevo la orden de hacer acuñar una medalla, según este modelo. Sor Catalina termina su relación con estas palabras: "Deciros lo que sentí en el momento en que la Santísima Virgen ofreció a Nuestro Señor el globo que representaba el universo, es imposible, como también lo que experimenté en los instantes en que la contemplaba. Una voz que se dejó oir en el fondo de mi corazón, me dijo: Estos rayos son el símbolo de las gracias que la Santísima Virgen obtiene a las personas que se las piden.
Después, contra su costumbre, se le escapa una exclamación de júbilo al pensar en los homenajes que le serían tributados a María: "Oh, qué hermoso será oír decir un día: María es la Reina del Universo. Y cuando los niños exclamen: ¡María es la Reina de cada persona en particular! ¡Será llevada en triunfo y dará la vuelta al mundo!"
Cuando la Venerable Hermana refirió esta nueva aparición de la Medalla al Padre Aladel, éste le preguntó si en el reverso había alguna inscripción, así como la había alrededor de la Inmaculada. La Hermana contestó que no había inscripción ninguna. "Pero, entonces -replicó su Director-, pregunte usted a la Virgen qué es lo que allí se ha de poner".
La Hermana obedeció y después de haber orado largo tiempo, un día, estando en oración, le pareció oír una voz que le decía: Bastante dicen la letra M y los Sagrados Corazones.
DIFUSIÓN DE LA MEDALLA
Con verdad, puede decirse que desde el momento en que se acuñó la primera medalla, ésta comenzó a recorrer el mundo, convirtiendo una cantidad innumerable de almas, volviendo la paz a infinidad de familias, restaurando la sólida piedad cristiana en todos lados, abriendo el camino a la definición del dogma de la Inmaculada Concepción y luego confirmando esta verdad de nuestra fe en los corazones de todos los bautizados.
El mundo se escandaliza como siempre, del modo de proceder de Dios, el cual, al decir de San Pablo, se complace en realizar sus más grandes maravillas; con los medios más humildes y hasta, despreciables.
¿Cómo es posible -murmuran engreídos- que un trocito de metal, más o menos precioso, pueda tener la tan decantada virtud que se le atribuye? ..; esto es simplemente ridículo.
Esta arma, la Medalla con la imagen de.la Santísima Virgen, en efecto, es insignificante en sí misma, mas no lo es ciertamente, con la virtud que María Santísima ha puesto en ella.
El naturalismo y el sensualismo serán heridos de muerte en muchos creyentes con este piadoso procedimiento Nuestra Inmaculada Madre quiere combatirlos valiéndose de su Medalla.
Llevemos, pues, nuestra Medalla al cuello, rezando confiadamente la oración que lleva inscripta y recordando las palabras que Nuestra Señora en su aparición a Santa Catalina Labouré:
Y sólo, cuando Yo, bajo este emblema sea reconocida como Reina del Mundo, llegarán los días de Paz, de Alegría y de Felicidad, que han de ser muy largos...
CONSAGRACIÓN
A NUESTRA SEÑORA
DE LA
MEDALLA MILAGROSA
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