Guido Renni, S. Catalina de Alejandría, s. XVII
Desde el
siglo X o aun antes, se venera mucho en el oriente a Santa Catalina de
Alejandría (~290 – 25 de noviembre de 303). Sin embargo, desde la época de las
Cruzadas hasta el siglo XVIII, la santa fue todavía más popular en occidente.
En efecto, se le dedicaron numerosas iglesias y se celebraba su fiesta con gran
solemnidad; se la incluyó en el número de los Catorce Santos Protectores y se
la veneró como patrona de las estudiantes, de los filósofos, de los
predicadores, de los apologistas, de los molineros, etc. Adán de San Víctor
escribió un poema en su honor. Su voz fue una de las que oyó Santa Juana de
Arco. Bossuet le dedicó uno de sus más célebres panegíricos.
Según las actas
respectivas, pertenecía a una noble familia de Alejandría. En el curso de sus
profundos estudios, Catalina conoció el cristianismo y se convirtió a él
gracias a una aparición de la Virgen y el Niño Jesús. Cuando estalló la
persecución de Majencio, Catalina, que sólo tenía dieciocho años y era
extraordinariamente bella, se presentó ante él y le echó en cara su tiranía.
Majencio, no pudo contestar a sus argumentos contra los dioses y reunió a
cincuenta filósofos para que los rebatiesen. Los filósofos se convirtieron a la
fe, vencidos por la sabiduría de Catalina y fueron condenados por el emperador
a perecer en la hoguera. Alban Butler comenta sobre este episodio: "El
sexo femenino no es menos apto que el masculino para las ciencias sublimes, ni
se distingue menos por la vivacidad de su genio." Todavía en la actualidad
se considera a Santa Catalina como patrona de los filósofos cristianos, por
razón de su erudición.
En seguida,
Majencio trató de convencer a la santa con halagos y le ofreció casarla con un
príncipe. Catalina se rehusó indignada, por lo cual fue golpeada y encarcelada.
Majencio partió a inspeccionar un campo militar. A su regreso, se enteró de que
su esposa y un cortesano habían ido, por curiosidad, a visitar a Catalina y se
habían convertido, junto con 200 soldados de la guardia. El emperador los mandó
matar, y condenó a Catalina a morir en una rueda erizada de puntas afiladas,
(de ahí procede el nombre de la "rueda de Santa Catalina"). Pero, no
bien pusieron los guardias a Catalina sobre la rueda, se desataron
milagrosamente sus ataduras, la rueda se rompió, y las puntas de hierro volaron
por el aire y mataron a muchos de los presentes. Entonces la santa fue
decapitada: de su cuello brotó un líquido blanco como la leche.
Todos los
textos de las actas afirman que los ángeles trasladaron su cuerpo al Sinaí,
donde más tarde se construyó una iglesia y un monasterio. El año 527, el
emperador Justiniano construyó un monasterio fortificado para los ermitaños del
Sinaí. Según se dice, allá fueron trasladadas las reliquias de Santa Catalina
en el siglo VIII o en el IX. Actualmente, el gran monasterio del Sinaí, tan
famoso en una época, no es más que una sombra de lo que fue, pero todavía
conserva las reliquias de Santa Catalina, bajo el cuidado de los monjes de la iglesia ortodoxa de oriente.
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