UNIDAD DE LA IGLESIA.— Al principio del año litúrgico celebramos a un obispo, mártir de la libertad de la Iglesia, Santo Tomás de Cantorbery, que decía: "Dios, nada ama tanto en este mundo, como la libertad de su Iglesia", una libertad que consiste en su completa independencia frente a todo poder secular, en orden a ejercer su misión salvadora cerca de todos los hombres.
Del mismo modo podríamos decir, y no con menos verdad, que "Dios nada ama tanto en este mundo como la unidad de su Iglesia". Símbolo de esta unidad fué la túnica inconsútil de Jesucristo, que no consintió que los soldados la deshiciesen al pie de la Cruz; de esta unidad habló a su Apóstoles y a su Padre celestial con harta frecuencia, pidiendo que "todos fuesen uno, como el Padre y él lo son y que todos fuesen consumados en la unidad". ¿A qué, se debe que terribles equivocaciones y las miserables pasiones humanas hayan frustrado el deseo de Cristo e inutilizado su más ardiente oración? Hacía ya siglos que las Iglesias de Oriente habían recibido antes que otra ninguna la buena nueva de la Redención y la propagaron por todo el mundo; brillaron por la santidad y la doctrina de sus pontífices y por el martirio de muchos de sus fieles. ¡Y estas Iglesias están hoy separadas, en parte, de la unidad católica y no quieren reconocer la autoridad suprema del Romano Pontífice!
Los Papas, con todo, jamás se han resignado a este doloroso estado de cosas; han multiplicado sus exhortaciones y empleado todas sus fuerzas para poner fin al cisma. Y, sobre todo, después de León XIII, oímos casi de continuo su voz invitando a esas Iglesias cismáticas a entrar en la unidad romana para que no haya más "que un solo rebaño y un solo pastor".
Es consolador para la Iglesia el poder comprobar que muchos han vuelto; todos los años los cuenta con una alegría muy de madre y pide a sus hijos que, por todos los medios que estén a su alcance, sostengan las obras encaminadas a acelerar el día en que todos se junten con ella en perfecta unidad de espíritu y de corazón. Pero sabe que los medios humanos serán ineficaces si no se apoyan en la oración.
La fiesta de hoy ha de ser ocasión para hacernos pensar en el deseo de Cristo y para unir nuestras oraciones a las de la Santa Iglesia, y nuestros sacrificios a los sacrificios, padecimientos y muerte del mártir de la unidad: San Josafat.
OBISPO DE LOS RUTENOS. — Numerosos son, en efecto, los méritos de este Santo obispo en la causa de la unidad católica. Pasada su infancia en perfecta castidad y heroica mortificación, se hizo monje y se dedicó a reformar el orden monástico de los basilios. En atención a su celo, santidad y ciencia teológica fué nombrado obispo, y entonces desplegó más todavía sus fuerzas como verdadero pastor de las almas. Su predicación, sus escritos, su ministerio, sostenidos por la oración y la penitencia de tal modo fueron bendecidos por Dios, que convirtió a muchos cismáticos, lo que le atrajo el odio de sus enemigos y amenazas de muerte. Pero la muerte, ni siquiera la violenta, no asusta a los verdaderos servidores de Dios. Y en vez de huir, esperó tranquilamente a sus verdugos y cayó a sus golpes mientras alzaba las manos para bendecirlos y perdonarlos.
VIDA. — Josafat Kuncewicz nació en 1584 de padres católicos y nobles por su origen, en Wlodimir de Volinia. Un día, durante su infancia, al hablarle su madre de la Pasión del Señor, fue herido en el corazón por un dardo que salió del costado de la imagen de Cristo crucificado. Inflamado del amor divino, a partir de ese momento, de tal forma se dió a la oración y demás obras piadosas, que era el ejemplo y la admiración de sus compañeros mayores. A los veinte años abrazó la regla monástica en el claustro basilio de la Trinidad en Vilna, e hizo progresos maravillosos en la perfección evangélica. Andaba descalzo a pesar de los intensísimos fríos de los crudos inviernos de aquellas rejones. Desconocía el uso de la carne; otro tanto sucedía con el vino, si no se lo imponía la obediencia. Hasta la muerte llevó sobre sus carnes un áspero cilicio. Lo sagrado nos habla del falso pastor que huye viendo venir al lobo; pero la Homilía que le comenta en el Oficio nocturno, también afrenta con el calificativo de mercenario al guardián que, sin huir, consiente que el enemigo haga su obra tranquilamente en el aprisco Oh Josafat, líbranos de esta clase de hombres, verdadero azote del rebaño, que sólo piensan en apacentarse a sí mismos. Ojalá logre el divino Pastor, modelo tuyo hasta el fin, hasta dar la vida por las ovejas revivir en todos los que se digna llamar como a Pedro a participar de un amor mayor.
Apóstol de la unidad, secunda las intenciones del Sumo Pontífice, que llama al único redil a las ovejas descarriadas. Los Ángeles que velan por la familia eslava aplaudieron tus combates: de tu sangre tenían que salir otros héroes; las gracias que merecieron por el derramamiento de su sangre sostengan continuamente al pueblo admirable, pobre y humilde de los rutenos, y hagan fracasar al cisma que se cree todopoderoso. Quiera Dios que estas gracias lleguen hasta los hijos de los perseguidores y los dirijan a la vez hacia Roma, que tiene para ellos las promesas del tiempo y de la eternidad.
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