El más famoso entre todos los milagros obrados por Santa Clara de Asís, es el que ocurrió en 1240, un viernes del mes de septiembre. Clara se encontraba frente a la amenaza de los soldados sarracenos que habían logrado penetrar el claustro del convento de San Damián. Logró que éstos huyeran mostrándoles la Hostia Santa.
Roguemos que por intercesión
de Santa Clara, retrocedan los
ejércitos invasores musulmanes.
Los Sarracenos, enemigos de Dios y de la Iglesia.
Los cristianos medievales señalaron a los Sarracenos como enemigos de Dios y de la Iglesia.
Sarraceno es uno de los nombres con los que la cristiandad medieval denominaba genéricamente a los árabes o a los musulmanes. Las palabras “islam” o “musulmán” no se introdujeron en las lenguas europeas hasta el siglo XVII, utilizándose expresiones como “ley de Mahoma”, mahometanos, ismaelitas, agarenos, moros, etc.
Santa Clara de Asís dos veces logró hacer huir a los sarracenos, alistados en el ejército de Federico II, con solo mostrarles desde la ventana del dormitorio la custodia con el Santísimo Sacramento (1240), o exhortando a las hermanas a la oración, estando totalmente inmovilizada a causa de sus continuos dolores.
Santa Clara y el cerco de Asís
En 1240, soldados musulmanes venidos para sitiar Asís, invaden el monasterio. Entre el pánico general, sólo la abadesa conserva la sangre fría. No hay posibilidad alguna de socorro humano; pero queda Dios. Y Clara se dirige a Cristo en la Eucaristía, como recuerda una testigo en el Proceso de canonización:
«Una vez entraron los sarracenos en el claustro del monasterio, y madonna Clara se hizo conducir hasta la puerta del refectorio y mandó que trajesen ante ella un cofrecito donde se guardaba el santísimo Sacramento del Cuerpo de nuestro Señor Jesucristo. Y, postrándose en tierra en oración, rogó con lágrimas diciendo, entre otras, estas palabras: “Señor, guarda Tú a estas siervas tuyas, pues yo no las puedo guardar”. Entonces la testigo oyó una voz de maravillosa suavidad, que decía: “¡Yo te defenderé siempre!” Entonces la dicha madonna rogó también por la ciudad, diciendo: “Señor, plázcate defender también a esta ciudad”. Y aquella misma voz sonó y dijo: “La ciudad sufrirá muchos peligros, pero será protegida”. Y entonces la dicha madonna se volvió a las hermanas y les dijo: “No temáis, porque yo soy fiadora de que no sufriréis mal alguno, ni ahora ni en el futuro, mientras obedezcáis los mandamientos de Dios”. Y entonces los sarracenos se marcharon sin causar mal ni daño alguno» (Proceso 9,2).
De manera semejante, dice el relato paralelo de Celano que los sarracenos cayeron sobre San Damián y entraron en él, hasta el claustro mismo de las vírgenes; entonces las damas pobres acudieron a su madre entre lágrimas. «Ésta, impávido el corazón, manda, pese a estar enferma, que la conduzcan a la puerta y la coloquen frente a los enemigos, llevando ante sí la cápsula de plata, encerrada en una caja de marfil, donde se guarda con suma devoción el Cuerpo del Santo de los Santos» (LCl 21). Estos textos hacen pensar en una pequeña caja o cofre de plata revestido de marfil, en el cual se tenía entonces la costumbre de conservar las formas consagradas, más que en una custodia. En 1230, Juan Parente, Ministro general de la Orden franciscana, mandó que se conservara en todos los conventos el Santísimo Sacramento en copones de marfil o de plata, colocados en tabernáculos bien cerrados. Nótese, sin embargo, que las custodias más antiguas se remontan al siglo XIII.
“Clara Defensor civitatis”.
Santa Clara defendió la ciudad de Asís de los ejércitos invasores por medio de la oración y la penitencia.
Beatriz, hermana de Clara, nos informa: “Y luego de haber hecho oración, al día siguiente, el ejército que estaba a las puertas de la ciudad de Asís se retiró”.
Santa Clara se ofrece como Fiadora, “ponedme delante de ellos”
“Y yo quiero seros fiadora de que no nos harán ningún mal; si vienen, ponedme delante de ellos”
En su oración resuenan palabras del Salterio que han pasado al Te Deum: “Salvum fac populum tuum, Domine; et benedic hereditati tuae” (Salva a tu pueblo, Señor; y bendice a tu heredad).
Los testimonios de las hermanas referentes a la invasión de los Sarracenos
Testigo II (Sor Bienvenida de Perusa)
Cómo, por las oraciones de santa Clara, fue librado de los sarracenos el monasterio
20. Declaró también que en una ocasión, durante la guerra de Asís, algunos sarracenos habían escalado el muro y habían bajado a la parte interior del claustro de San Damián. Y la dicha santa madre Clara, entonces gravemente enferma, se levantó de la cama e hizo llamar a las monjas, infundiéndoles ánimo para que no tuviesen miedo. Y, hecha oración, el Señor libró del enemigo al monasterio y a las hermanas. Y los sarracenos que habían entrado se marcharon.
Testigo III (Sor Felipa, hija de messer Leonardo de Gislerio)
18. Dijo también que, en el tiempo de la guerra de Asís, las hermanas temían mucho la venida de los tártaros y sarracenos y otros enemigos de Dios y de la santa Iglesia. Y entonces la dicha bienaventurada madre comenzó a animarlas, diciendo: “Hermanas e hijitas mías, no tengáis miedo, pues, si Dios está con nosotras, los enemigos no podrán ofendernos. Confiad en nuestro Señor Jesucristo, que El nos librará. Y yo quiero seros fiadora de que no nos harán ningún mal; si vienen, ponedme delante de ellos”.Un día, atacando de improviso los enemigos para destruir la ciudad de Asís, unos sarracenos escalaron el moro del monasterio y bajaron al claustro, lo que produjo gran temor en las hermanas. Pero la santísima madre las animaba a todas y despreciaba las fuerzas de ellos, diciendo: “No temáis, que no podrán hacernos daño”. Y, dicho esto, recurrió a la ayuda de su acostumbrada oración. Y la virtud de ésta fue tal, que los dichos enemigos sarracenos huyeron como si hubieran sido puestos en fuga, sin hacer mal alguno, sin tocar a nadie de la casa.
“No temáis, porque yo soy fiadora de que no sufriréis mal alguno, ni ahora ni en el futuro, mientras obedezcáis los mandamientos de Dios”.
Padre Francis Xavier Weninger, 1876
Los sarracenos, presa de un miedo repentino, ellos mismos se echaron en fuga, los que ya habían escalado las paredes, se quedaron ciegos, y se lanzaron hacia abajo. Así Santa Clara y sus religiosas fueron protegidas y toda la ciudad preservada de la devastación absoluta, por la piedad y la devoción de la Santa al Santísimo Sacramento.
Santa Clara de Asís ruega por nosotros.
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