miércoles, 12 de agosto de 2020

12 de agosto SANTA CLARA DE ASÍS, VIRGEN

 


Había comenzado S. Francisco su vida de penitencias y sacrificios. Se había dado cuenta, al renunciar al mundo, de las grandes lecciones de la cruz, y saliendo después de la caverna que le servía de morada, hizo brotar de su corazón el amoroso cántico con que atraería a las almas generosas. Ya en esta época cumplía las palabras del Crucifijo de San Damián: "Ve, y reconstruye mi casa semiarruinada"; mas al reconstruir el templo de las almas, quiso también reconstruir el templo material donde se aposenta el huésped divino. La iglesita de San Damián fué restaurada por sus cuidados, llevando él mismo las piedras sobre sus espaldas y animando a obreros de buena voluntad les decía: "Venid, hermanos míos, ayudadme a terminar este edificio, porque un día, en este lugar, se levantará un monasterio de pobres mujeres, que darán gloria al Padre celestial en toda la Iglesia".

VOCACIÓN DE CLARA.—Pasados apenas cuatro años esta profecía se cumplía. Mientras Francisco predicaba en Asís en la iglesia de San Jorge, una joven de noble familia fué con su madre y su hermana para oír una de sus pláticas. Clara escucha su palabra llena de fuego, contempla su faz radiante y al punto escogió a Francisco por guía de su alma. Comunica sus intenciones a una tía suya y se dirige con ella a Santa María de los Angeles. ¿Quién podrá expresar lo que pasó en esta primera entrevista en el alma del Seráfico Padre con la que había de ser su ayuda en la obra que el cielo le confiaba? Francisco descubrió a Clara la hermosura del celestial Esposo, las excelencias de la virginidad y después la habló de lo más querido para él, es decir: del poder y encantos de la pobreza, de la necesidad de la penitencia. Escucha Clara admirada y enajenada. Percibe el llamamiento divino en su corazón. Pronto toma una resolución: romperá todos los lazos de la tierra para consagrarse a Dios.

LA CONSAGRACIÓN. — En la noche del Domingo de Ramos de 1212, abandona a hurtadillas lcasa paterna con algunas amigas íntimas y se encamina a Santa María de los Angeles. Francisco y sus frailes acuden a su encuentro con antorchas en las manos y la introducen en el santuario de María. Allí tienen lugar por la noche los desposorios espirituales. Francisco la pregunta que es lo que quiere. "A Dios, al Dios, dijo ella, del pesebre y del Calvario. No quiero otro tesoro ni otra herencia". Mientras Francisco la corta los cabellos, se deshace de su adornos y su joyas y recibe un burdo hábito, la cuerda, un grueso velo y se consagra a Dios para siempre.

LA PEQUEÑA PLANTA DE SAN FRANCISCO.—Hemos recordado esta escena tan sencilla y encantadora. Pero lo que en adelante será un resumen de su vida, lo que debemos recordar de la Santa, es lo que ella misma escribirá con sencillez en su testamento: "es la pequeña planta de San Francisco". Clara en efecto recibió en su plenitud el espíritu de San Francisco; caló muy hondo en su corazón; fué tan colmada de su espíritu que vivió constantemente de él; hizo el alimento de su inteligencia, el alimento de su caridad y como el principio mismo de sus obras. Vivió del espíritu seráfico con la misma perfección que San Francisco vivió del espíritu evangélico. Imitó a San Francisco en todo, en la pobreza, en la humildad, en la penitencia, en la oración y en el amor generoso y agradecido.

LA POBREZA. — La pobreza fué la virtud preferida de San Francisco. Fué su dama y el sueño de su vida y pudo darse testimonio al morir que la había sido ñel. El mismo amor se encuentra en Santa Clara. Muchas fueron las almas que como ella se consagraron a él; pero supieron de antemano a lo que se comprometían. Clara, en cambio no sabía más que una cosa y era, que adoptaba la pobreza más absoluta; se diría que se lanzaba a lo desconocido; más se arrojaba en los brazos de Dios en quien confiaba con un acto de generosidad incomparable. Aceptó la pobreza con alegría desde el principio, y fué fiel a ella hasta el fin. Y mientras Francisco sufrirá a menudo de las incomprensiones de sus frailes, las hermanas de San Damián serán siempre su consuelo. Para Clara la pobreza no era más que la práctica perfecta y perpetua del abandono a la Providencia del Padre y la libertad de amarle sin división. Por eso, cuando el Papa, temiendo por el porvenir del pequeño monasterio, la propone dispensarla de su voto: "No, santísimo Padre, replicó ella con viveza, absuélvame de mis pecados, pero no tengo ningún deseo de ser dispensada de seguir lo más cerca posible las huellas de Jesucristo."

LA HUMILDAD. — La pobreza origina la humildad. El autor de la imitación sólo nombra a un santo, que es San Francisco, a quien llama "el humilde Francisco", porque su gran virtud fué la humildad. Brilló también ésta en el alma de Santa Clara. Su vida tan hermosa puede resumirse en estas palabras: humildad, docilidad, y agradecimiento. A pesar de proceder de familia noble se empeña en permanecer oculta hasta su muerte; era la madre de su Orden y se hace la criada de sus hermanas, las manda con suavidad, las cuida con precauciones infinitas y se anonada ante ellas. Su humildad fué puesta un día a dura prueba; habiendo ido el Papa a San Damián pidió a Clara que bendijera ella misma los panes que había puesto en las mesas. Procuró ella sustraerse a este mandato, mas el Papa manda en nombre de santa obediencia y Clara está obligada a obedecer. Pero en el mismo instante Dios premió su obediencia con un milagro: una cruz de oro apareció sobre cada uno de los panes, benditos por la Santa.

LA PENITENCIA. — La pobreza y la humildad producen en el corazón el amor del sufrimiento y de la penitencia. Clara, siendo aun joven, sintió enternecerse su corazón al oir a San Francisco hablar de la Pasión del Salvador. Fué a Cristo crucificado con quien deseó desposarse en San Damián cuando por él se despojó de todo. De ahí que su vida fuera una cruz continua; llevaba siempre un cilicio a raíz de sus carnes, ayunaba casi de continuo, se acostaba sobre el suelo con una piedra por almohada. Pero las mortificaciones que se imponía lejos de ponerla triste, la hacían, por el contrario, tener rostro alegre.

LA ORACIÓN. — ¿De dónde sacaba esta energía? De la petición y de la oración. Esta era casi continua: repasaba todos los días a mediodía hasta las tres la Pasión del Señor; una parte de la noche se transcurría en conversación con Dios, sobre todo junto al Sagrario cerca de Jesús Hostia a quien tanto amaba. Allí encontró su fuerza y su amor, un amor que aumentando sin cesar la hizo morir en inefable alegría. Por eso al presenciar su muerte después de una vida tal, el Papa, en vez de cantar el oficio de difuntos en los funerales, mandó cantar la Misa de las Vírgenes, en honor de la que había entrado ya en posesión de la recompensa eterna.

VIDA.— Santa Clara nació en Asís en 1194. Pertenecía a la noble familia de los Offreduccio. Perdió a su padre siendo niña. Al quererla casar su familia dijo que su deseo era de consagrarse a Dios. El 18 de Marzo de 1212 se dirigió a San Damián donde San Francisco la vistió el hábito religioso. Más tarde su madre y su hermana se juntarán a ella en el claustro, y con ellas gran número de jóvenes, ávidas de realizar el ideal franciscano, que no era otro que el evangélico. Francisco las dió al principio una Formula vitae (Norma de vida), y después consiguieron seguir la regla que había compuesto para los Frailes Menores. Muchos monasterios se fundaron en Italia, en los países vecinos y hasta en Praga. En 1240, mientras estaba enferma la santa abádesa, los Sarracenos sitiaron el monasterio de San Damián. Clara tomó el copón en sus manos y se dirigió al enemigo que se dió a la fuga. En 1252 se acostó para no levantarse más. En su última enfermedad fué consolada por el Papa que la visitó y confirmó la Regla y el "privilegio de la pobreza", muriendo en 11 de Agosto en la paz del Señor. En 1850, fué encontrado su cuerpo incorrupto como el día de su muerte.

UN ALMA ILUMINADA.— ¡Oh Clara! con tanta razón así llamada. El reflejo del Esposo, con que se reviste en este mundo, no te basta; de él recibes directamente la luz. La claridad del Señor se recrea con delicias en el cristal tan puro de tu alma, aumentando la alegría del cielo y comunicándola también a este valle de lágrimas. Ilumina nuestras tinieblas con tu dulce esplendor. Quien pudiera por la limpieza de corazón, por la rectitud del pensamiento y por la sencillez de la mirada dar fuerza en nosotros al rayo divino que oscila en nuestra alma vacilante y que se oscurece con nuestras inquietudes, y que desvía y quebranta 1¿ doblez de una vida repartida entre Dios y la tierra.

Tu vida no estuvo dividida de este modo. La profundísima pobreza que tuviste por señora y guía, preservó tu espíritu de esta fascinación de la frivolidad que para los mortales empaña el brillo de los bienes verdaderos. El desprendimiento de todo lo perecedero mantenía tu mirada ñja en las realidades eternas; abría tu alma a los ardores seráficos que debían acabar de hacer de ti la émula de San Francisco, tu Padre. Por eso a semejanza de los serafines que tienen siempre puesta su mirada en Dios, tu actividad en la tierra fué inmensa; y fué durante tu vida San Damián una de las más firmes bases en las que el mundo decadente pudo apuntalar sus ruinas.

Dígnate, por favor, suministrarnos tu ayuda. Aumenta el número de tus hijas y hazlas fieles en seguir los ejemplos que harán de ellas como de su madre, el brazo poderoso de la Iglesia. Que la familia franciscana en sus diferentes ramas se anime siempre de sus rayos. Brilla por fin, oh Clara, sobre nosotros, para mostrarnos lo que valen esta vida que pasa y la otra que no se acabará nunca.

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