Se celebra la Estación en la Basílica de San Pedro del Vaticano, donde el pueblo se congregaba por la tarde para asistir a la ordenación de los sacerdotes y ministros sagrados. Apellidábase este día Sábado de las doce lecciones porque se leían doce pasos de las Sagradas Escrituras como el Sábado Santo (El papa Gelasio (492-496) organizó la liturgia del sábado de las Témporas y fijó en este día las ordenaciones). La Misa en que tenía lugar la ordenación se celebraba en la noche, ya empezado el domingo. Posteriormente se anticipó al Sábado esta misa de la ordenación; mas en recuerdo del uso antiguo no se señaló al Domingo otro Evangelio que el que hoy se lee el sábado, de donde resulta la repetición del mismo en ambos días seguidos. Ya hemos observado la misma particularidad el Sábado de las Témporas de Adviento, porque la Misa de la ordenación se adelantó asimismo ese día.
COLECTA
Doblemos las rodillas.
Suplicámoste, Señor, mires propicio a tu pueblo y apartes clemente de él los castigos de tu ira. Por el Señor.
PRIMERA LECCIÓN
Lección del libro del Deuteronomio.
En aquellos días habló Moisés al pueblo, diciendo: Cuando hubieres dado el diezmo de todos tus frutos, dirás en presencia del Señor, tu Dios: He tomado de mi casa lo que fue santificado, y lo he dado al levita, y al peregrino, y al huérfano, y a la viuda, como me lo has ordenado: no he despreciado tus mandatos, ni me he olvidado de tu imperio. He obedecido la voz del Señor, mi Dios, y lo he ejecutado todo según me lo mandaste. Mira desde tu santuario, y desde la excelsa morada de los cielos, y bendice a Israel, tu pueblo, y la tierra que nos has dado, como se lo juraste a nuestros padres, la tierra que mana leche y miel. Hoy te ordenó el Señor, tu Dios, que ejecutases estos mandatos y juicios, y que los guardases y cumplieses con todo tu corazón, y con toda tu alma. Hoy elegiste al Señor, para que fuese tu Dios y para seguir sus caminos, y para guardar sus ceremonias y sus mandatos y juicios, y para obedecer su imperio. Y el Señor te eligió hoy, para que fueses su pueblo escogido, como te lo dijo, y para que observases todos sus preceptos y para hacerte más excelso que todas las gentes que creó, para alabanza, y renombre, y gloria suya: para que fueses el pueblo santo del Señor, tu Dios, como Él lo dijo.
OBEDIENCIA A LAS LEYES DE LA IGLESIA
Nos enseña el Señor en este paso de Moisés que una nación fiel en guardar todas las proposiciones del servicio divino, será bendita entre todas las demás. Testigo abonado es la historia para confirmar la verdad de este oráculo. De cuantas naciones han perecido no hay una sola que no lo haya merecido por haber olvidado la ley de Dios; y así debe suceder. Aguarda a veces el Señor antes de descargar el golpe, pero es para que el castigo sea más solemne y ejemplar. ¿Queremos darnos cuenta de la firmeza de los destinos de un pueblo? Paremos mientes en su grado de fidelidad a las leyes de la Iglesia. Si su derecho público se asienta en los principios e instituciones del cristianismo, esa nación podrá abrigar algunos gérmenes de enfermedad, pero su temperamento es robusto; la agitarán las revoluciones pero sin disolverla. Si la masa de los ciudadanos es fiel en la observancia de los preceptos exteriores, si guarda por ejemplo el día del Señor, las prescripciones de la Cuaresma, hay en esto un fondo de moralidad que preservará a dicho pueblo de los peligros de la ruina. Tal vez los economistas vean en esto una superstición pueril y tradicional, útil sólo para mantenerla al margen de todo progreso; no importa. Dejad que esa nación hasta la fecha dócil y fiel a los mandatos divinos, tenga la desgracia de dar oídos a esas soberbias y necias teorías; no pasará un siglo sin tener que deplorar que, emancipándose de la ley de Cristo, baje el nivel de la moral pública y privada y sus destinos comiencen a bambolearse. Puede el hombre decir, puede escribir lo que quiera; Dios quiere ser servido y honrado por su pueblo y quiere El mismo dar sus normas de servicio y adoración. Todo atentado contra el culto exterior, que es el verdadero nexo social, recaerá con la mole de su peso sobre el edificio de los intereses humanos. Y aunque la palabra del Señor no estuviera en ello empeñada es de extricta justicia que así sea.
EVANGELIO
Continuación del santo Evangelio según S. Mateo .
En aquel tiempo tomó Jesús a Pedro, y a Santiago, y a Juan, su hermano, y los llevó aparte, a un elevado monte: y se transfiguró ante ellos. Y resplandeció su cara como el sol: y sus vestidos se tornaron blancos como la nieve. Y he aquí que se les aparecieron Moisés y Elías, hablando con Él. Y, respondiendo Pedro, dijo a Jesús: Señor, es bueno estarnos aquí. Si quieres hagamos aquí tres tiendas, una para ti, una para Moisés, y una para Elías. Aun hablaba él, cuando una nube lúcida les envolvió. Y he aquí una voz de la nube, diciendo: Este es mi amado Hijo, en el que me he complacido bien: oídle a El. Y, al oírlo los discípulos, cayeron sobre sus rostros, y temieron mucho. Y se acercó Jesús, y les tocó, y les dijo: Levantaos, y no temáis. Y, alzando sus ojos, no vieron a nadie, sino sólo a Jesús. Y, al descender ellos del monte, les ordenó Jesús, diciendo: A nadie diréis esta visión, hasta que el Hijo del hombre resucite de entre los muertos.
DIGNIDAD DEL SACERDOCIO
Esta lectura del Evangelio que mañana oiremos también, va hoy destinada a autorizar la ordenación; los antiguos liturgistas, tras el sabio abad Ruperto, nos dan la clave. Quiere la Iglesia llamarnos la atención sobre la dignidad con que acaban de ser agraciados los sacerdotes que hoy han recibido la unción sagrada. Están representados en los tres apóstoles que Jesús lleva consigo al monte para contemplar su gloria. Pedro, Santiago y Juan solos suben al Tabor. Contarán a los demás discípulos y al mundo, cuando llegue la hora oportuna, el espectáculo de que han sido testigos y cómo el Padre ha proclamado la grandeza y divinidad del Hijo del hombre. "Oímos nosotros esta voz del cielo, dice San Pedro, cuando estábamos con él en la montaña santa. Decía: Este es mi Hijo muy amado en quien he puesto todas mis complacencias, escuchadle'". Del mismo modo estos nuevos sacerdotes que acaban de ser consagrados a vuestra vista y por los cuales habéis ofrecido vuestros ayunos y plegarias entrarán en la nube donde reside el Señor. Sacrificarán la víctima de vuestra salvación en el silencio del Canon de la Misa. Dios bajará por vosotros entre sus manos; y sin dejar de ser mortales y pecadores como vosotros estarán cada día en comunicación con la divinidad. El perdón que esperáis de Dios en este tiempo de reconciliación pasará por sus manos, su sobrehumano poder irá a buscarle a favor vuestro hasta el cielo. De este modo acarreó Dios el remedio a nuestro orgullo. La serpiente nos dijo al principio de los tiempos: "Comed esta fruta y seréis como dioses." Tuvimos la desdicha de asentir a tan pérfida sugestión y el fruto de nuestra prevaricación fue la muerte. Dios, empero, quería salvarnos; pero para humillar nuestras pretensiones nos hace efectiva la salvación por intermedio de hombres. Su Hijo eterno se hizo hombre y ha dejado tras sí otros hombres a quienes dijo: "Como mi Padre me envió así os envío'". Honremos, pues, a Dios en esos hombres que hoy han sido objeto de tal distinción y entendamos bien que el respeto al sacerdocio es parte integrante de la religión de Jesucristo.
ORACIÓN
Humillad vuestras cabezas a Dios.
Confirme, oh Dios, a tus fieles la anhelada bendición, la cual haga que nunca discrepen de tu voluntad y siempre se feliciten de tus beneficios. Por el Señor.
Fuente: Año Litúrgico - Dom Prospero Gueranger
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