martes, 24 de marzo de 2020

25 de Marzo: ANUNCIACIÓN DE LA BIENAVENTURADA VIRGEN MARÍA Y ENCARNACIÓN DEL VERBO


Bartolomé Esteban Murillo, Anunciación 1650-55, Museo del Prado, Madrid

El misterio de la Encarnación que se cumplió en el mismo instante en que el Ángel le anuncia a la santísima Virgen, y esta Señora dio su consentimiento debe considerarse romo el principio de todos nuestros misterios como el fundamento de nuestra Religión, como la basa de nuestra fe, como el resto de la omnipotencia, como el origen de nuestra dicha, y como el misterio por excelencia de la bondad y amor de Dios para con los hombres; autorizado por el Espíritu Santo, admirado de los Ángeles, «predicado á los gentiles, creído en el mundo, y sublimado á la gloria: Magnum pietatis sacramentum, quod manifestatum est in carne... creditum est in mundo, assumptum estin gloria. (I ad Timoth. III). Y porque la felicísima embajada que el arcángel san Gabriel llevó a la santísima Virgen del misterio de la Encarnación es en lodo rigor la señal mas sensible, y la primera época de nuestra Religión, por eso explica la Iglesia con el título de la Anunciación todos los misterios que se comprenden en ella.
Habiendo llegado en fin el dichoso momento destinado desde la eternidad para hacerse la reconciliación de los hombres con Dios, aquel mismo arcángel Gabriel, que cuatrocientos años antes habia declarado al profeta Daniel el nacimiento y la muerte del Mesías, y aquel mismo también, que seis meses antes había anunciado a Zacarías el nacimiento del que había de ser el Precursor, fue enviado a una tierna doncella, llamada María, de la tribu de Judá y de sangre real, porque era descendiente de la casa de David.
Aquel Señor, que la había escogido para Madre del Mesías, la había prevenido en el primer instante de su concepción de todos los dones celestiales, y de una plenitud de gracia tan asombrosa, que era el pasmo del cielo; y como dicen los Padres, excedía en méritos y en santidad a las mas perfectas criaturas.
Aunque por una rara virtud, hasta entonces sin ejemplo, había consagrado a Dios con voto su virginidad; con todo eso quiso la divina Sabiduría que se desposase con un varón justo llamado José, de la misma casa de David, para que fuese guarda de su honor, testigo y protector de su pureza, tutor y padre putativo del hijo que había de nacer solo de ella.
Vivía esta doncellita en Nazaret, pequeña ciudad de Galilea. Aquí fue donde el arcángel san Gabriel se la apareció á tiempo (dice san Bernardo) que, retirada de la vista y comercio de las criaturas, se dedicaba enteramente a su Dios en contemplación muy elevada. Lleno de respeto y veneración el celestial paraninfo á vista dé la que consideraba ya como reina y soberana suya, la saludó de esta manera: Dios te salve, llena de gracia; el Señor es contigo; bendita eres entre todas las mujeres: salutación que comprendía el mas pomposo y mas magnífico elogio que podía darse a una pura criatura; porque la aseguraba que estaba llena de todos los dones del Espíritu Santo; que poseía todas las virtudes en supremo grado; que estaba colmada de bendiciones, y que era ella la criatura mas agradable a los ojos de Dios que había en el cielo y en la tierra.
La repentina vista de un Ángel en figura de hombre causó al principio alguna turbación á la purísima doncella. Llenóse su virginal rostro de un vergonzoso rubor, y su corazón de sobresaltó; lo que advertido por el Ángel, la aseguró diciéndola: No temas, María; porque has hallado gracia en los ojos de Dios. Este Señor quiere que seas madre de un hijo; pero sin detrimento de tu virginal pureza: Concebírosle en tus entrañas, darásle a luz, y le llamarás Jesús. Será á todas luces grande; y las maravillas que obrará le harán reconocer por hijo del Altísimo, y por hijo tuyo, por descendiente de David, puesto que tú eres de su sangre real. Pero no ascenderá al trono por el derecho de la sucesión; porque su soberanía se le deberá por otros títulos muy diferentes. Como hijo de David dominará sobre los pueblos de todo el universo, aunque su corona no será como la de los reyes de la tierra. Fundará una nueva monarquía. En la Iglesia de Dios vivo, en esta misteriosa casa de Jacob, reinará sin sucesor, puesto que el imperio de este gran Monarca no reconocerá mas limites en su extensión que los de todo el universo, ni mas términos en su duración que los de la eternidad misma.
Fáciles son de concebir los primeros movimientos de aquel corazón humildísimo, de aquella Virgen la mas humilde de todas las criaturas. No podía comprender que Dios hubiese puesto los ojos en ella para cumplimiento de tan alto y tan asombroso misterio. Por otra parte la asustaba mucho el título de madre, apreciando tanto el puro estado de virgen. Esto la obligó a preguntar, cómo podía serlo que el Ángel la decía, no habiendo conocido hasta entonces a hombre alguno, y estando resuelta a no conocerle jamás. Pregunta, dice san Agustín, que no haría la purísima doncella, si no hubiera hecho voto de perpetua castidad : Quodprofecto non diceret, nisi Virginem se ante vovisset. (Lib. de Virginit.).
Para sosegarla y para satisfacerla el Ángel le declaró que solo Dios seria padre del hijo de quien ella había de ser madre ; que concebiría por obra del Espíritu Santo, el cual siendo la virtud del Altísimo, formaría milagrosamente el fruto que había de nacer de sus entrañas, haciendo mas pura su virginidad; y, en fin, que el hijo que había de dar a luz se llamaría, y seria verdaderamente hijo de Dios, en quien residiría corporalmente toda la plenitud de la divinidad, todos los tesoros de la santidad y de la sabiduría divina. en testimonio de esta verdad, añadió el Ángel, pongo en tu noticia la maravilla que Dios acaba de obrar en favor de tu prima Isabel, la cual en su avanzada edad no podía ya esperar tener hijos naturalmente, y con todo eso está en cinta de seis meses, porque nada es imposible al Todopoderoso; y el que pudo dar un hijo a una anciana y a una estéril, también podrá hacer madre a una doncella sin que deje de ser virgen.
Mientras hablaba el Ángel se sintió María interiormente iluminada de una clarísima luz sobrenatural, con la cual comprendió toda la economía y todos los milagros de aquel inefable misterio, y aniquilándose delante de Dios: He aquí, dijo, la esclava del Señor; hágase en mi según tu palabra. Al decir esto desapareció el Ángel, y en aquel felicísimo momento formó el Espíritu Santo en las entrañas de la Virgen un hermosísimo cuerpo de su misma purísima sangre, y criando al propio tiempo la mas perfecta alma que crió jamás, unió el cuerpo y el alma sustancialmente a la persona del Verbo: Ét Verbum caro factum est (Joan, i), y el Verbo por medio de esta sustancial unión se hizo carne. En el mismo punto todos los Ángeles adoraron a aquel Hombre-Dios; en el mismo punto se convirtió en templo del Verbo encarnado el vientre de la más pura entre todas las vírgenes, y en el mismo punto se cumplieron todas las profecías que anunciaban la venida del Mesías: Hodie Davidicurn est impletum oraculum, dice san Gregorio de Neocesarea (Hom. 1): entonces se verificó el oráculo de David: Gaudebunt campi, et exuultabunt ormia ligna silvarum a facie Domini, quomnia venit: saltará de gozo toda la naturaleza, porque el Hombre-Dios se dejó ver en el mundo. Hodie qui est, gignitur, dice san Juan Crisóstomo (De Divin. Gen.): en este día fue concebido en tiempo el que es ante todos los siglos; y aunque esencialmente inmutable, comenzó a ser lo que no era, haciéndose hombre; pero sin perder lo que antes era siendo Dios: Qui est, fit id quod non erat. Nec cuín Deitatis jactura factus est homo. En este dia, dice el sabio y piadoso Gerson, fueron oidos los ardientes deseos de tantos santos patriarcas que suspiraban por la venida del Mesías: Hodie completa sunt omnia desideria. Esta es la principal fiesta de la Santísima Trinidad, no habiendo otro día en que hubiese obrado iguales maravillas: Hodie primum est et principale totius Trinitatis festum. ¡Cuántos misterios se incluyen en uno solo, y cuántos prodigios en este solo misterio! En Jesucristo un Hombre Dios; en María una Virgen Madre de Dios, y en nosotros, a cuyo beneficio se hirieron todas estas maravillas, unos hijos adoptivos de Dios.
Sí, carísimos hermanos, dice san Agustín: Talis fuit ista susceptíoquae Deum hommem faceret,et hominem Deum (Serm. de Annun. Mar.): tal fue el efecto de la Encarnación, que en virtud de ella, y en la persona de Cristo, el hombre se elevó á ser Dios, y Dios se abatió hasta la forma de hombre. Un Dios verdadero hombre, y un hombre verdadero Dios. Las dos naturalezas divina y humana unidas en una misma persona; pero haciéndose esta unión sin confusión de naturalezas. El Verbo se hizo carne; y por esta unión real y sustancial del Verbo con la humanidad, hizo propias suyas todas las miserias naturales del hombre; comenzando también el hombre al ser participante de todas las grandezas de Dios. Misterio inefable, a cuya ejecución se debe rendir todo entendimiento criado; porque, como dice san Juan Crisóstomo, no hay que preguntar con qué virtud ni de qué manera pudo la naturaleza humana ser sublimada por el Verbo eterno unión tan noble, á estrechez tan inexplicable: Neque hic quaeritur quomodo hoc factum sit aut fieri potuerit. (Divio. Gener.). Pues el orden de la naturaleza cede á todo lo que quiere Dios: Ubi enim Deus vult, ibi natura ordo cedit. Quiso Dios hacerse hombre; pudo hacerlo, lo hizo y salvó a los hombres: Voluit, potuit, descendit, salvavit. ¡Oh qué inagotable fondo de piadosas reflexiones y de afectos de admiración, de amor y de reconocimiento se comprende en este inefable misterio!
Pero si el asombroso abatimiento del Verbo, dicen los Padres, es asunto grande de admiración al mundo, la sublime elevación de María a la dignidad augusta de Madre de Dios no incluye ni descubre inferiores maravillas. Una virgen que concibe en tiempo a aquel mismo Hijo que Dios engendró ante todos los siglos en la eternidad. María hecha madre de Dios en sentido propio, natural y riguroso; y por esta divina maternidad, María con autoridad sobre Dios, y Dios con subordinación a María, Utrinque miraculutn; dos grandes prodigios: un Dios con todas las obligaciones de un hijo para con su madre, y María en posesión, respecto de Dios, de todos los derechos de una madre para con su hijo, y de todos los bienes, por decirlo así, de este mismo hijo. Después de esto no hay que admirarnos diga san Agustín que entre todas las puras criaturas ninguna es igual a María. Taceat, et contremiscat omnes crealura, exclama el célebre san Pedro Damiano, et vix audeat aspicere ad tantae dignnitis immensitatem (Serm. de Nativ. Virg.). Calle, poseída de un respetuoso temor, toda pura criatura á vista de una inmensa dignidad que no puede comprender. Ni hay que tener miedo, añade el sabio cancelario de París, de exceder o de decir demasiado cuando se ensalzan las grandezas de María; porque enriquecida con los bienes de su Hijo, y solo inferior á Dios, es superior a los elogios de los Ángeles y de los hombres : Quidquid humanis potest dici verbisminus esi á laude Virginis. (Serm. de Concep.).
No debe causarnos admiración esta unánime conspiración de los santos Padres en publicar las inefables prerrogativas de la Madre de Dios en el día de su Anunciación gloriosa; porque la divina maternidad de que tomó posesión en este dia incluye en sí todos los elogios. Hoc solum de beata Virgine praedicare, dice san Anselmo, quod Dei Mater est, excedit omnem altitudinem quae post Deum dici et cogitar ipotest: solo con decir que María es madre de Dios, se dice lo mas que después de Dios se puede decir ni se puede pensar. Este es el origen y como el título radical de todos los privilegios que goza. De aquí dimanó aquella concepción sin mancha, aquella virginidad sin ejemplo, aquella plenitud de gracia sin medida, aquella elevación, aquella universalidad de virtudes sin limitación: de aquí los magníficos, los dulces títulos de Reina del cielo y de la tierra, de Madre de misericordia, de amparo de los pecadores. Tributad a María, escribe san Bernardo a los canónigos de Lyon, tributad a María las alabanzas que de justicia se la deben. Decid que para sí, y para todos, halló la fuente de la gracia; publicad que es la mediadora de la salvación y la restauradora de los siglos; porque esto es lo que la Iglesia canta, y todos los Padres publican: Magnifica gratiae inventricem, mediatricem salutis, restauratricem saeculorum: haec mihi de illa cantat Ecclesia. (Epist. 174).
Luego que fue madre de Dios, dice san Lorenzo Justiniano, comenzó a ser escala del paraíso, puerta del cielo, abogada del mundo, y mediadora entre Dios y los hombres: Paradisi scala, caeli janua, interventrix mundi, Dei atque hominum verissima mediatrix. (Serm. de Annunt.).
Hay apóstoles, hay patriarcas, hay profetas, hay mártires, hay confesores, hay vírgenes. Todos estos son sin duda poderosos intercesores con Dios, y yo cuento en la realidad mucho con su poderosa intercesión; pero, Virgen santa, exclama el devotísimo Anselmo, lo que todos estos pueden juntos contigo, tú sola lo puedes sin ellos: Quod possunt omnes isti tecum, tu sola potes sine illis ómnibus. (Oratío. 45 ad Virg. Mar.). ¿Y por qué puedes tú sola tanto, y mas que todos juntos? ¿Quare hoc potes? Porque eres madre de nuestro Savado, Esposa del mismo Dios, Reina del cielo y de la tierra, y soberana Emperatriz de todo el universoMientras tú no hablas en mi favor, ninguno se atreve á abogar por mi: Pero luego que tú te declaras por mi causa, tendré tantos abogados como cortesanos celestiales.
¡Cuántas veces (dice el famoso abad de Celles) debieron a la clemencia de la Madre la gracia de su conversión aquellos a quienes la justicia del Hijo estaba ya para condenar al fuego eterno! Pues ¿qué confianza no debemos tener en aquella Señora que, por el mismo hecho de ser Madre de Dios, fue declarada tesorera general de sus gracias, depositando, por decirlo así, en sus manos nuestra salvación?
Este fue el dictamen general de todos los Padres en orden a la Madre de Dios; esta ha sido en todos tiempos la fe de la Iglesia. Solamente los herejes jamás han podido tolerar que se le rinda el religioso culto que se la debe. No ha tenido enemigo el Hijo que no lo haya sido de la Madre. Habiendo sido ella la que pisó la cabeza del dragón, no es de admirar haya sido siempre tan aborrecida de él; y siendo el misterio de la Encarnación el fundamento de la fe, no hay blasfemia que no haya vomitado el infierno contra este divino misterio.
Los Arríanos negaban la divinidad del Verbo; los Nestorianos la unión sustancial del Verbo con la carne, admitiendo en Cristo dos personas; los Euitiquianos reconocían en Él una sola naturaleza; los Monotelitas una sola voluntad, y los Marcionitas un cuerpo fantástico. Todos estos rasgos emponzoñados iban de rebote a borrar en María el augusto título de verdadera Madre de Dios. Fulminó rayos la Iglesia en sus concilios contra estos impíos errores, y anatematizó a los herejes; entre los cuales ninguno se declaró con mayor furor contra la divina maternidad de la Virgen que el impío Nestorio. Arrebatado del espíritu de orgullo este indigno patriarca de Conslantinopla, se atrevió descaradamente a disputar a María el augusto título de Madre de Dios; mas para dorar de alguna manera, o para endulzar la blasfemia de su error, concedió a la Señora los mas especiosos dictados que pudo discurrir, a excepción del de Teotocos, oh Madre de Dios, que es como el fundamento y la basa de todos los demás. Reconociendo la Iglesia que negar esta indisputable excelencia a la Virgen era echar por tierra el misterio de la Encarnación, tomó la defensa de este esencialísimo punto con todo el ardor y con todo el empeño que correspondía a su celo. Convocó el célebre Concilio Efesino el año 431, en que Nestorio fue excomulgado y degradado, y sus errores condenados; quedando definido como uno de los principales artículos de fe que María es verdadera Madre de Dios en sentido natural y riguroso, sin que este dogma, tan antiguo como la Iglesia misma, pudiese padecer interpretación maligna, declarándose que el término Teotocos sería tan consagrado y tan característico contra la herejía de Nestorio, como lo era ya el de Consutatancial contra los errores de Arrio. No se puede imaginar el aplauso y regocijo con que fue recibida esta definición de la Iglesia universal en gloria de la santísima Virgen, y es razón no omitir aquí las demostraciones que se hicieron en Éfeso el día que se publicó.
Llegado, pues, el que se había señalado para pronunciar definitivamente sobre la divina maternidad de María, todo el pueblo dejó las casas, ocupó las calles, llenó las plazas públicas, y concurrió a cercar la iglesia dedicada a Dios en honra de la Virgen, donde estaban congregados los Padres del Concilio. Luego que se publicó la decisión, llegándose a entender que María quedaba mantenida en la justa posesión del título de Madre de Dios, resonaron en toda la ciudad festivas aclamaciones y gritos extraordinarios de una devotísima alegría; siendo tan vivas y tan universales estas demostraciones del gozo, que al salir los Padres de la iglesia para retirarse a sus casas, todo el pueblo los condujo como en triunfo, colmándolos de bendiciones. Quemábanse pastillas y otros aromáticos perfumes en las calles por donde habían de pasar; brillaban en el aire festivas luminarias y variedad hermosa de fuegos artificiales, sin que faltase circunstancia alguna a la pompa del regocijo común, ni al esplendor de la gloriosa victoria que María acababa de conseguir de sus enemigos, que no lo eran menos de su santísimo Hijo. Tanta verdad es, como dice san Buenaventura, que la devota ternura, el religioso culto de la Madre de Dios, en todos tiempos fueron comunes a todos los verdaderos cristianos. Nació con la Iglesia la devoción a María, y siempre fue reputada como señal visible de predestinación. Ni es esta, añade san Bernardo, una confianza presuntuosa, que fomente la relajación; es un religioso culto; es una piadosa esperanza, fundada en la protección de la Madre de Dios, pero sostenida de una vida regular y timorata y cristiana. El desgraciado fin del impío Neslorio fue funesto anuncio del que deben esperar todos los que se declaran enemigos de la santísima Virgen.
Créese comunmente que en este concilio Efesino, en que presidió san Cirilo en nombre de san Celestino, papa, compuso juntamente con los demás Padres aquella devota oración á la Madre de Bies, que después adoptó la santa Iglesia: Santa María, Madre de Dios,ruega por nosotros pecadores ahora, en la ahora de nuestra muerte, Amen Jesús. (Barón, ad ann. 131).
En todos tiempos fue muy célebre en la misma Iglesia la fiesta de la Anunciación, Cuando vivía san Agustín estaba ya señalado para ella el día 25 de marzo, en el cual, dice este Padre, se cree por antigua y venerable tradición que fue concebido y murió nuestro divino Redentor.
El décimo concilio Toledano, celebrado en el año 456, llama a la solemnidad de este día la fiesta de la Madre de Dios por excelencia, la gran fiesta de la VirgenPorque, ¿qué otra fiesta mayor de la Madre de Dios, -dicen los Padres - que la Encarnación del Verbo? Por ser incompatible el luto que arrastra la Iglesia en tiempo de pasión y de penitencia, en el que por lo regular cae la Anunciación, con la alegría y la solemnidad que convenía a este misterio, los Padres del referido Concilio trasladaron la fiesta al tiempo de Adviento, en que el oficio diviso es casi todo de la Anunciación y de la Encarnación del Verbo, La santa iglesia de Toledo la fijó el día 18 de diciembre, y la de Milán el domingo que precede inmediatamente a la fiesta de Navidad, Pero habiéndola restituido la Iglesia romana a su propio día hacia el noveno siglo, casi todas las demás iglesias se conformaron con ella; bien que no por eso dejó de celebrar la mayor parte de ellas una fiesta particular en honra dé la santísima Virgen el día 18 de diciembre con título de la Expectación.
Hasta en Inglaterra, no obstante el funesto cisma,, se observa hoy la fiesta de la Anunciación, siendo una de las de precepto: se celebra ayuno, vigilia, oficio público, y una colecta particular, y comenzándose a contar el año eclesiástico por este día.
Son muchas las Órdenes religiosas que se honran con el distintivo de la Anunciación de María. Los Servitas o los siervos de la Virgen, cuyo instituto tuvo principio en Florencia por los años de 1232, y que en el espacio de cinco siglos ha dado muchos Santos al cielo y grandes hombres a la Iglesia-, se llama de la Anunciada, o de la Anunciación; no habiendo título mas oportuno para una Orden singularmente dedicado á servir y honrar a la Virgen, que el que está significando aquel feliz momento en que comenzó a ser Madre de Dios.
En Francia y en Italia hay religiosas con el mismo nombre, que se llaman las Celestes, las monjas azules, porque andan vestidas de este color. Y el total olvido del mundo, junto con el profundo silencio, retiro y soledad que profesan, contribuye mucho a fomentar en ellas aquel espíritu interior que reina en esta santa Orden, haciéndola muy digna del titulo de la Anunciada o de la Anunciación, con que se honra.
El año de 1460 el cardenal Juan de Torquemada fundó en Roma en la iglesia de la Minerva una piadosa congregación o cofradía con el título de la Anunciación, para casar doncellas pobres, y para dar dotes a las que quieren ser religiosas; habiendo crecido tanto las rentas de esta archicofradía, así por la liberalidad de los Papas, como por muchos legados píos que la han dejado, que cada año da estado cuatrocientas doncellas, yendo el mismo Papa en persona, con todo el aparato que se estila cuando sale de ceremonia, a distribuir las cédulas de dotes el día 25 de marzo.
En el año de 1639 la ilustre madre Juana Chezard de Matel fundó en Aviñon, con aprobación de la Sede apostólica, la Religión del Verbo Encarnado, cuyo principal fin es honrar continuamente con tierna devoción y caridad ardiente a este divino Verbo hecho carne en las entrañas de la mas pura y mas santa entre todas las vírgenes; disponiéndole castas esposas por medio de la piadosa y admirable educación que según su instituto dan a las doncellitas tiernas a quienes llama Dios por el camino de la religión; pudiéndose asegurar que el fervor y el religioso porte con que edifican á todos sostienen con esplendor el augusto título que las distingue, y las merecen el renombre de verdaderas hijas del divino Verbo encarnado.
Amadeo VIII, duque de Saboya, mudó en el año de 1438 el orden militar del Lago de amor, en el de la Anunciada, mandando que en lugar de la imagen de san Mauricio trajesen los caballeros la de la santísima Virgen, y en vez de los lagos unos cordoncillos con las palabras de la salutación angélica; lo que muestra bien no haber en el mundo cristiano Estado alguno que no profese singular veneración a este misterio que, siendo el primero de todos, fue principio v origen de nuestra dicha.
El mismo espíritu de devoción y de reconocimiento movió al papa Urbano II, en el año de 1095, a ordenar en el concilio de Clermont, donde presidió en persona, que todos los clérigos rezasen el oficio parvo de Nuestra Señora, introducido ya entre los monjes por san Pedro Damiano; y que tres veces al día, por la mañana, a medio día y por la noche se tocase á las oraciones, que vulgarmente se llama á las Ave Marías (Angelus)y en otro tiempo se decia tocar al perdón, por las grandes indulgencias que concedieron á cuanlos las rezasen tres veces al día los papas Juan XXII, Calixto III, Paulo V, Alejandro VII, y Clemente X.
HIMNO DE SAN BERNARDO
HIMNO DE SAN BERNARDO
La Misa es de la fiesta, y la Oración la siguiente:
Oh Dios, que quisiste que el Verbo tomase carne en las entrañas de la santísima Virgen luego que el Ángel le anunció el misterio; concédenos por sus ruegos, que así como firmemente la creemos y confesamos por verdadera Madre de Dios, así también nos favorezca para contigo con su soberana intercesión. Por Nuestro Señor Jesucristo, etc.
La Epístola es del capítulo VII del profeta Isaías:
En aquellos días habló el Señor a Acaz, diciendo: Pide al Señor tu Dios un portento del profundo del infierno, o arriba en lo excelso. Y Acaz respondió: No le pediré, y no tentaré al Señor. Y dijo: Oid, pues, casa de David: ¿Por ventura es poco para vosotros el molestar a los hombres, sino que sois molestos también a mi Dios? Por esto el mismo Señor os dará un portento. Mirad, una virgen concebirá, y parirá un hijo y se llamará su nombre Emanuel. Comerá manteca y miel, para que sepa reprobar lo malo y elegir lo bueno.
REFLEXIONES.
Habló el Señor a Acaz: Locutus est Dominus ad Achaz. Bien pueden nuestras culpas encender la ira de Dios; pero no podrán apagar su misericordia. Era Acaz un rey impío. Sus maldades habían acarreado a todo su reino grandes y rigurosos azotes. Veíanse desoladas todas sus provincias por sus enemigos, muertos a sus manos mas de ciento y veinte mil hombres, y hechos prisioneros mas de doscientos mil. Pero tantas calamidades no habían sido bastantes para convertir al Monarca: habíanle abatido, pero no le habían hecho ni mas humilde ni menos irreligioso. Reducido ya a las últimas extremidades, le exhorta el Profeta que recurra a Dios, y coloque en él toda su confianza. Resístese el desdichado Rey; y la misericordia de Dios toma ocasión, por decirlo así, de su poca fe para dar a su pueblo nueva muestras de su bondad. Puntualmente en el tiempo en que lodo era desolación, y en que parecía haber olvidado y reprobado Dios a su pueblo, entonces te renovó la promesa que ya le tenía hecha de enviarle el Salvador, dándole la señal mas singular y mas clara que se podía pedir, ni se podía desear. ¡Oh cuánta verdad es que Dios no se olvida de que es padre, por mas que le irrite la rebeldía de sus hijos! ¡cuánta verdad es que se acuerda de su misericordia, aun cuando está mas encendida su ira! Concebirá una virgen, y parirá un hijo, que se llamará Emanuel, esto es, Dios con nosotros. Prodigio singular e inefable, pronosticado ochocientos años antes que sucediese. Sucedió en fin este prodigio. La respuesta de María al Ángel, la admiración de José cuando advirtió el preñado de su Esposa, todo convence concluyentemente la virginidad de aquella Madre milagrosa. Concibió María, y parió a Dios hecho hombre: se dejó ver en la tierra, y conversó con los hombres. Pide ahora otro mayor milagro en el cielo o en la tierra para confirmarte en la fe. Y ¿no seria mucho mayor milagro si faltases en la fe después de haber visto este gran prodigio? Son desdichados los infieles; no son menos dignos de compasión los judíos; pero los herejes ¿serán menos rigurosamente castigados? Mas los cristianos disolutos é impíos; los que profanan su fe con el desorden de sus costumbres; tos que desacreditan su religión con sus obras, ¿serán por ventura menos infelices?
El Evangelio es del capitulo de san Lucas:
En aquel tiempo: Fue enviado por Dios el ángel Gabriel a una ciudad de Galilea, llamada Nazaret, a una vrgen desposada con un varón, por nombre José, de la casa de David, y el nombre de la virgen era María. Y habiendo entrado el Ángel a su presencia, la dijo: Dios te salve, llena de gracia: el Señor es contigo: bendita tú entre las mujeres. Lo cual oyéndolo ella, se turbó a sus palabras, y pensaba qué suerte de salutación fuese esta. Y el Ángel la dijo: No temas, María; porque has encontrado gracia delante de Dios: mira, concebirás, y parirás un hijo, y le pondrás por nombre Jesús. Este será grande, y se llamará el Hijo del Altísimo: y le dará el Señor Dios la silla de su padre David: y reinará sobre la casa de Jacob eternamente. Y su reino no tendrá fin. Dijo María al Ángel: ¿Cómo se ha de hacer esto, si yo no he conocido varón? Y respondiendo el Ángel, la dijo: El Espíritu Santo vendrá sobre ti, y la virtud del Altísimo te hará sombra. Y por esto también lo que ha de nacer de tí, que será santo, se llamará Hijo de Dios. Y mira, Isabel tu parienta también ha concebido en su vejez un hijo, y está ya en el sexto mes, la que se decía estéril: porque para Dios nada será imposible. Dijo, pues María: Hé aquí la esclava del Señor: hágase en mí según tu palabra.
MEDITACIÓN.
Sobre el misterio de la Encarnación.
Punto primero.—Considera si podía Dios dar mayores pruebas del amor que profesa á los hombres, que haciéndose hombre para acreditar con testimonio mas sensible el exceso de su amor.
Hablemos claro. Si Dios hubiera dejado a nuestra elección que le pidiésemos una prueba visible y convincente de lo mucho que nos amaba: ¿nos hubiera pasado por el pensamiento pedirle otra semejante? ¿Hubiéramos soñado en pretender que Dios se hiciese hombre y que haciéndose en todo semejante a los hombres, se echase a cuestas todas nuestras miserias, a excepción del pecado para compadecerse después más de nuestras necesidades? Pues este prodigio, que jamás nos atreveríamos a pedir, ni aun a imaginar; esta maravilla, que el entendimiento humano calificaría de extravagancia, este milagro fue el que obró la sabiduría divina para manifestarnos el exceso con que nos amaba. ¿Estamos bien convencidos de este exceso de su amor? ¿Y cuál es nuestro reconocimiento?
¿Qué interesaba al Señor en nuestra redención?¿Qué iba a ganar en hacerse semejante a nosotros para que fuésemos participantes de su gloria? ¿Ignoraba por ventura que iba a desperdiciar sus inmensos beneficios en unos hombres ingratos? ¿No sabia bien que por mas que le costase, por mas amor que nos mostrase, por mas ejemplos que nos diese, el mundo siempre había de ser su implacable enemigo, siempre había de estar atestado de impíos y de disolutos? Y con todo eso ninguna cosa fue bastante á disgustarle, a entibiarle en el amor de un pueblo tan indigno de sus favores.
(I Joan): Ved, hombres ingratos, ved el amor que el Padre celestial nos mostró en este adorable misterio, queriendo que nos llamásemos, y que efectivamente fuésemos, hijos suyos, pueblo querido del Hombre-Dios, sus coherederos y sus hermanos. No pudo el Verbo divino tomar carne humana sin contraer con los hombres la afinidad mas estrecha. ¡Un Dios que se humilla, por decirlo así, hasta aniquilarse haciéndose niño, sujetándose a todas las miserias naturales de los niños; y esto por amor de los hombres! ¿Creemos esta maravilla? ¿Y nos hace mucha impresión este inefable beneficio?
¡Ah Señor! no, no me admiran ya vuestros abatimientos ni todas las maravillas que obráis en este inefable misterio. Aunque son incomprensibles al entendimiento humano, la misma razón me dicta que vuestros fines, que vuestras ideas son muy superiores a cuanto ella puede alcanzar. Lo que me asombra, lo que realmente trastorna a mi misma razón, es que los hombres crean este misterio, y no os amen. Pero, ¿y no entraré yo también en este número después de estas reflexiones?
Punto segundo.—Considera que si nuestro amor y nuestro reconocimiento a este Hombre-Dios deben ser sumos, ¿cuál deberá ser nuestra confianza, nuestra veneración y nuestra ternura á su santísima Madre? ¿Puede ser elevada a mas alta dignidad una pura criatura? ¿Hay cosa criada, hay celestiales inteligencias que no sean inferiores a la Reina de los hombres y de los Ángeles?
Pero en lo que mas interesamos todos es en que si su poder iguala a su dignidad, la ternura con que nos mira es igual a su poder. Comenzó a ser madre de misericordia desde que comenzó a ser Madre de Dios; pues ¡con qué caridad vuelve sus piadosos ojos hacia los pecadores! ¡qué liberal es para con todos los que la invocan! Oh mi Dios, y cuánto debe consolarnos esta verdad!
Sabemos que solamente Jesucristo redimió al mundo con su .sangre; pero no podemos ignorar que aquella sangre preciosa que derramó fue formada de la misma sustancia de María; y por consiguiente franqueó, ofreció, entregó por nosotros aquella sangre que sirvió para nuestro rescate. En esto se funda la Iglesia para darla el título de mediadora y reparadora de los hombres. Como María tiene tanto interés, tanta parte en la dicha de los que se salvan, no puede mirar a sangre fría la desgracia de los que se pierden. ¡Cuál debe ser nuestra devoción a aquella Señora, que siendo Madre de Dios, es al mismo tiempo madre nuestra! ¡cuál nuestro religioso culto, cuál nuestra firme confianza en la que es vita, dulcedo, spes nostra! fuente de vida en esta región de muerte; todo nuestro consuelo en este valle de lágrimas; toda nuestra esperanza en este tropel de escollos, en tanta confusión de peligros. Rabie y espume de coraje la herejía; que la iglesia siempre aclamará, siempre saludará a esta Señora con estos augustos timbres, tan llenos de consuelo como de majestad. Y con semejante protectora, con tal madre, ¿será posible que vivamos pobres y necesitados de bienes espirituales? ¿será posible que desmayemos en el camino de la salvación? que tengamos la desgracia de descaminarnos y de perdernos? ¿A quién se deberá echar la culpa?
Pues en este gran día en que María es declarada por Madre de Dios tributémosla los cultos que merece, arrojémonos a los pies de sus altares, y jurémosla una fidelidad inviolable, renovándola la protesta de la mas reverente, de la más perfecta esclavitud.
Esto es lo que hago desde este mismo momento, oh Madre de mi Dios, oh Virgen sacratísima. Cubierto de confusión, y partido el corazón de un vivo dolor, de un amargo arrepentimiento, por haber correspondido tan mal hasta aquí a vuestras excesivas misericordias, vengo lleno de nueva y mas animosa confianza a implorar vuestra poderosa protección para con vuestro amantísimo Hijo; y á ofrecerme para siempre por perpetuo esclavo vuestro. Sed, Señora, madre mía, y alcanzadme la gracia que he menester para adquirir las virtudes que caracterizan a los que son vuestros hijos verdaderos.
Jaculatorias.—Ruega por nos, santa Madre de Dios.

Dios te salve, vida, dulzura y esperanza nuestra.
PROPÓSITOS.
1 De todas las oraciones que la Iglesia dirige á la santísima Virgen, la más agradable a esta Señora y la mas provechosa para nosotros es la salutación angélica, que comúnmente llamamos el Ave María. El autor de esta oración en todo rigor fue el Espíritu Santo; porque solo contiene las palabras que usó el Ángel cuando la anunció el misterio de la Encarnación; las que dijo santa Isabel en el día de la Visitación, y la oración que hizo toda la Iglesia, congregada en Éfeso en el día de la triunfante Asunción de la Virgen. Es esta oración un compendio de las maravillas que Dios obró en su favor, y de las grandes mercedes que esperamos de esta Madre de misericordia. Por eso ha sido siempre muy familiar a todos los Santos; y la Iglesia comienza y acaba con ella el oficio divino. Es el Ave María, dice el devoto Tomás de Kempis, el terror de las tinieblas, y fue siempre la oración mas estimada de todos los Santos. San Atanasio, en el sermón que hizo de la Madre de Dios, dice que todas las jerarquías celestiales repiten sin cesar en el cielo esta salutación angélica. Por lo mismo la llama san Efren el cántico de los Ángeles; y san Juan Damasceno añade, que basta rezarla para llenarse el alma de consuelo. Los herejes no son de este parecer. Siendo la salutación angélica tan gloriosa a la Madre de Dios, tan agradable al Señor, y tan provechosa a los fieles, no podía ser de su gusto. El infierno la mira con horror, y es formidable a los demonios: pues ¿cómo podían dejar de reprobarla los enemigos de la Iglesia? Siempre que rezo el Ave María (dice san Francisco en sus Opúsculos) los Ángeles y los Santos se regocijan en el cielo, y los justos en la tierra; el infierno brama, y los demonios huyen. Así como la cera se derrite con el fuego, así los malignos espíritus se disipan a la invocación del nombre de María. Sea, pues, de hoy en adelante el Ave María la devoción que más frecuentes, no sólo todos los días, sino todas las horas, rezándola siempre que oyeres el reloj; y aun las personas fervorosas, que de todo se aprovechan para caminar al cielo, acostumbran dar principio a todas las obras que hacen con el Ave María. Al salir de casa, al volver a ella, al principio y al fin de todas sus oraciones, al comenzar algún negocio, al despertar por la mañana, al acostarse por la noche, antes de dormir, después de la señal de la cruz, en fin, dice san Bernardo, dar principio a todas las acciones, y sellarlas todas con el Ave María, es una devoción que nos facilita mil bendiciones del cielo. Enséñala a tus hijos y a tus criados; porque después de las oraciones de precepto, ninguna es mas provechosa, ninguna mas necesaria que esta. El misterio de la Encarnación que nos recuerda; los auxilios necesarios para vivir una santa vida y para lograr una santa muerte que en ella se piden a Dios por intercesión de aquella que es como la dispensadora de sus gracias, todo acredita la excelencia de esta oración, y todo convence su gran utilidad. Pero ten cuidado de rezarla con aquella atención y con aquel respeto, con aquella devoción que se requieren. Comúnmente se hacen sin fruto las oraciones que se repiten con frecuencia, porque se hace costumbre de rezarlas sin atención y sin gusto. Corrige este defecto, y nunca reces el Ave María sin hacer reflexión a que con ella saludas a la Reina del cielo y de la tierra, y que imploras su protección como refugio de pecadores.
2. En Francia se toca regularmente tres veces a las Ave Marías: al amanecer, a mediodía, y poco antes de la noche; costumbre piadosísima, que también se practica en muchas partes de España, haciendo señal la campana para advertir a los fieles que cumplan con este deber de gratitud y de religión. Es una de las devociones más antiguas y mas indispensables de la Iglesia. Porque siendo el misterio de la Encarnación el origen de todos los demás y el principio de nuestra salvación, quiere que sus hijos unan sus voces y sus afectos tres veces al día para dar gracias al Padre de las misericordias por este insigne beneficio; y en cada una de ellas se rezan tres Ave Maríasen reverencia de las tres Personas de la Santísima Trinidad, por haber concurrido todas tres con modo particular a este inefable misterio; y se dirigen las oraciones a la santísima Virgen por haberse obrado el misterio en sus purísimas entrañas. Antes de la primera Ave María se dicen estas palabras de la Iglesia: El Ángel del Señor anunció a María que seria Madre de Dios, y concibió por obra del Espíritu Santo, en las cuales se comprende toda la economía del misterio de la Encarnación, en el mismo punto que el Ángel se le anunció a la Virgen. Antes de la segunda Ave María se dicen aquellas palabras de la misma Virgen; Hé aquí la esclava del Señor, hágase en mí según tu palabra; con las cuales dio su consentimiento que en el orden de la divina Providencia era condición precisa para cumplimiento del misterio. Antes de la tercera Ave María se dicen aquellas palabras del Evangelio: Y el Verbo se hizo carne, y habitó entre nosotros; las cuales explican la Encarnación del Verbo divino. Esta oración no se puede llamar devoción puramente voluntaria; en cierta manera es obligatoria, pues por eso dispone la Iglesia que se toque a las Ave Marías, para recordar a los fieles la obligación que tienen de rezarlas. No es pecado, pero es una especie de irreligión el dispensarse de ella, y mucho más el avergonzarse de cumplirla, como parece lo hacen muchos. Esto prueba la poca religión que se halla entre los hombres del mundo. Imponte desde hoy una severa ley de no faltar jamás a tan justa obligación. Acaba siempre el ofrecimiento de obras por la mañana con las Ave Marías. Si a mediodía no oyeres la campana, o en el lugar donde estás no se acostumbrare tocar a las oraciones en aquella hora, fija la santa costumbre de rezarlas o al principio o al fin de la comida. Y en fin, si no las oyeres por la noche, rézalas después de puesto el sol. Antiguamente se llamaba, y aun hoy se llama en algunas partes, al toque de las oraciones el perdón, por las muchas indulgencias que están concedidas a los que las rezan. Sabiendo bien los Sumos Pontífices cuan agradable es al Señor esta oración, y qué provechosa a los fieles, han derramado abundantemente los tesoros de la Iglesia en favor de los que tienen costumbre de rezarla con devoción y con respeto. Urbano II, como ya se ha dicho, hallándose en el concilio de Clermont, al qué presidió en persona el año de 1094, mandó que se tocase a las oraciones todos los días. Juan XXII, estando en Aviñon, concedió veinte días de indulgencia a los que las rezasen. Calixto III aumentó el número para aumentar la devoción. Paulo III aun concedió más amplias indulgencias. Alejandro VII concedió indulgencia plenaria a los misioneros de la Compañía de Jesús; y Clemente X, a instancia del rey Cristianísimo, para extender a toda la Iglesia esta gracia, concedió lo primero diez años de indulgencia todas las veces que se rezaren las Ave Marías; lo segundo, indulgencia plenaria a los que por espacio de un mes las rezaren tres veces cada día, confesando y comulgando en cualquiera día que eligieren del mes siguiente y lo tercero, el mismo Papa concedió indulgencia plenaria para la hora de la muerte a los que hubiesen tenido costumbre de practicar esta devoción en vida. ¿Serán necesarios mas motivos para observarla en adelante con la mayor exactitud? Pero guárdate bien de hacerlo con indevoción y con tibieza. Nunca reces las oraciones con precipitación; rézalas siempre con atención devota, y por un ridículo respeto humano, por una necia vergüenza, nunca dejes de ser y de parecer cristiano.

Fuente: Tomado de Católicos Alerta

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