La Estación se celebra en la iglesia de Santa Susana, virgen romana y mártir. La razón que motivó el escoger esta iglesia es la lectura que se hace hoy de la historia de la casta Susana, hija de Helcias, que la Iglesia pone para que sirva de imitación a los cristianos.
COLECTA
Suplicámoste, oh Dios omnipotente, hagas que, los que, afligiendo su carne, se abstienen de alimento, siguiendo la justicia, ayunen también de pecado. Por el Señor.
EPÍSTOLA
Lección del Profeta Daniel.
En aquellos días había un varón, que habitaba en Babilonia, y se llamaba Joaquín: y tomó por esposa a una mujer, llamada Susana, hija de Helcias, hermosa en extremo, y temerosa de Dios: pues sus padres, que eran justos, educaron a su hija según la Ley de Moisés. Y era. Joaquín hombre muy rico, y poseía un jardín cerca de su casa: y se reunían con él los judíos, porque era el más respetable de todos. Y en aquel año fueron nombrados jueces del pueblo dos ancianos: de los cuales dijo el Señor: Que la iniquidad salió de Babilonia de los ancianos jueces, que parecían regir al pueblo. Estos frecuentaban la casa de Joaquín, y acudían a ellos todos cuantos tenían pleitos. Y, cuando se iba el pueblo, a mediodía, entraba Susana, se paseaba por el jardín de su marido. Y los viejos la veían todos los días entrar y pasearse: y se encendieron en concupiscencia de ella: y perdieron el juicio, y apartaron sus ojos, para no ver el cielo, ni acordarse de los justos juicios. Y aconteció que, espiando la ocasión oportuna, entró ella, como los días anteriores, con dos doncellas suyas, y quiso lavarse en el jardín: porque hacía calor, y no había allí nadie, fuera de los dos viejos escondidos, que la contemplaban. Dijo, pues, a las doncellas: Traedme aceite y ungüentos, y cerrad las puertas del jardín, para que me lave. Y, cuando salieron las doncellas, se levantaron los dos viejos, y corrieron hacia ella, y dijeron: Mira, las puertas del jardín están cerradas, y nadie nos ve, y nosotros te deseamos: por lo tanto, condesciende con nosotros, y cede a nuestros deseos, porque, si no quisieres, testificaremos contra ti, diciendo que estuvo contigo un joven y que, por esa causa, despediste a tus doncellas. Gimió Susana, y dijo: ¡Angustias me cercan por todas partes! Porque, si hiciere esto, será mi muerte; y, si no lo hiciere, no escaparé de vuestras manos. Pero es mejor para mí caer en vuestras manos, sin hacerlo que pecar en presencia del Señor. Y dió Susana un fuerte grito: y gritaron también los viejos contra ella. Y corrió uno a las puertas del jardín, y abrió. Y, cuando los criados oyeron el grito en el jardín, irrumpieron por el postigo, para ver qué era. Mas, cuando hablaron los viejos, se avergonzaron muchísimo los siervos, porque nunca se había dicho cosa semejante de Susana. Y llegó el día siguiente. Y, habiendo ido el pueblo a Joaquín, su marido, fueron también los dos viejos, llenos de perversa intención contra Susana, para matarla. Y dijeron delante del pueblo: Enviad por Susana, hija de Helcías, mujer de Joaquín. Y al punto enviaron por ella. Y vino con sus padres, e hijos, y todos los parientes. Y lloraban los suyos, y todos los que la conocían. Y, levantándose los dos viejos en medio del pueblo, pusieron sus manos sobre su cabeza. Ella, llorando, miró al cielo: pues su corazón tenía confianza en el Señor. Y dijeron los viejos: Cuando nos paseábamos en el jardín solos entró ésta con dos doncellas: y cerró las puertas del jardín, y despidió a a las doncellas. Y vino a ella un joven, que estaba escondido, y pecó con ella. Y nosotros, que nos hallábamos escondidos en un rincón del jardín, al ver la iniquidad, corrimos a ellos, y les vimos pecando a los dos. Y a él no pudimos prenderle, porque era más fuerte que nosotros, y, abriendo las puertas, escapó. Pero, habiendo prendido a ésta, le preguntamos quién era el mancebo, y no quiso decírnoslo: somos testigos de esto. Creyóles la multitud, como a ancianos, y como a jueces del pueblo, y la condenaron a muerte. Mas Susana exclamó con gran voz, y dijo: Eterno Dios, que conoces las cosas escondidas, que lo sabes todo antes de que suceda, tú sabes que han levantado contra mí falso testimonio: y he aquí que muero, sin haber hecho nada de lo que éstos han inventado maliciosamente contra mí. Y oyó el Señor su voz. Y, cuando era llevada a la muerte, suscitó el Señor el espíritu santo de un joven, llamado Daniel. Y exclamó con gran voz: Limpio estoy yo de la sangre de ésta. Y, vuelto a él todo el pueblo, dijo: ¿Qué significa eso que has dicho? Y él, poniéndose en medio de ellos, dijo: ¿Sois tan fatuos, oh hijos de Israel, que, sin juzgar ni conocer la verdad, habéis condenado a una hija de Israel? Volved a juzgar, porque han levantado contra ella falso testimonio. Volvióse, pues, el pueblo con presteza. Y díjoles Daniel: Separadlos lejos al uno del otro, y yo les juzgaré. Y, cuando estuvieron separados el uno del otro, llamó a uno de ellos, y le dijo: Inveterado de días malos, ahora se descubrirán los pecados que has obrado hasta aquí, pronunciando sentencias injustas, oprimiendo a los inocentes y absolviendo a los culpables, a pesar de decir el Señor: No matarás al inocente y al justo. Ahora, pues, si la viste, di bajo qué árbol les viste hablar entre sí. El dijo: Bajo un lentisco. Y dijo Daniel: Bien has mentido contra tu cabeza. Porque he aquí que el Angel de Dios, por sentencia de El recibida, te rajará por medio. Y, retirado él, mandó venir al otro, y le dijo: Raza de Canaán, y no de Judá, la belleza te engañó, y la concupiscencia pervirtió tu corazón: así hacíais con las hijas de Israel, y ellas os hablaban con temor: pero la hija de Judá no sufrió vuestra iniquidad. Ahora, pues, dime bajo que árbol les sorprendiste hablando entre sí. El dijo: Bajo una encina. Y díjole Daniel: Bien has mentido tú también contra tu cabeza: porque el Angel del Señor permanece con la espada desenvainada, para que te parta por medio, y os mate. Exclamó, pues, toda la muchedumbre con gran voz, y bendijeron a Dios, el cual salva a los que esperan en El. Y se levantaron contra los dos viejos (porque los había convencido Daniel, por su propia boca, de haber dicho falso testimonio), e hicieron con ellos el mal que ellos habían tramado contra el prójimo: y los mataron, y se salvó aquel día la sangre inocente.
LA VIRTUD RECOMPENSADA
Ayer, participamos de la alegría de los catecúmenos, a quienes la Iglesia reveló claramente esta fuente pura y vivificadora que mana del Salvador y en cuyas aguas van muy pronto a beber una nueva vida. Hoy la enseñanza es para los Penitentes cuya reconciliación está muy próxima. Pero ¿cómo pueden esperar aun el perdón aquellos que han manchado la vestidura blanca de su bautismo y despreciado la sangre divina que les había rescatado? No importa, obtendrán el perdón y se salvarán. Si queréis comprender este misterio, tenéis que leer y meditar antes las Sagradas Escrituras. En ellas aprenderéis cómo para el hombre hay una salvación que tiene su origen en la justicia y otra en la misericordia. Hoy tenemos ante nuestra presencia ejemplos de ambas clases. Susana acusada injustamente de adulterio, recibe de Dios, que la hace justicia y la libra, la recompensa de su virtud; en cambio otra mujer verdaderamente culpable de este crimen, Jesucristo mismo la libra de la muerte. Los justos esperen con confianza y humildad la recompensa que han merecido; y los pecadores esperen también en la bondad del Redentor que vino al mundo para ellos más bien que para los justos. Por eso la Iglesia reanima a sus penitentes y los llama para que se conviertan, mostrándoles las riquezas del Corazón de Jesús y la misericordia de la nueva ley que este divino Redentor vino a sellar con su sangre.
LA IGLESIA, FIEL A CRISTO
En esta admirable historia de Susana veían también los primeros cristianos la figura de la Iglesia de su tiempo solicitada al mal por los paganos y permaneciendo fiel a su Divino Esposo hasta poner en peligro su vida. Un Obispo mártir del siglo tercero, S. Hipólito, nos da la clave de este símbolo 1 y las esculturas de los antiguos sarcófagos cristianos así como las pinturas de las catacumbas romanas están de acuerdo en representarnos la fidelidad de Susana a la ley de Dios, a pesar de su inminente muerte, como el modelo de los mártires prefiriendo la muerte a la apostasía, que en el sentir de la Sagrada Escritura es verdadero adulterio del alma con Dios, de quien era esposa mediante el bautismo.
EVANGELIO
Continuación del santo Evangelio según S. Juan.
En aquel tiempo fue Jesús al Monte de los Olivos y luego, por la mañana, fue al templo, y todo el pueblo acudió a El, y, sentándose, les enseñaba. Y los escribas y fariseos le llevaron una mujer sorprendida en adulterio; y la colocaron en medio, y le dijeron: Maestro, esta mujer acaba de ser sorprendida en adulterio. Ahora bien, Moisés nos ordenó en su Ley que apedreáramos a estas tales. Pero tú, ¿qué dices? Y esto lo decían tentándole, para poder acusarle. Mas Jesús, inclinándose hacia abajo, con el dedo escribía en la tierra. Pero como ellos continuasen preguntándole, se incorporó, y les dijo: El que de vosotros esté sin pecado, que lance contra ella la primera piedra. E, inclinándose de nuevo, escribía en la tierra. Al oírlo, salieron uno en pos de otro, comenzando por los más ancianos: y se quedó solo Jesús, y la mujer que estaba en medio. Y, levantándose Jesús, le dijo: Mujer, ¿dónde están los que te acusaban? ¿Nadie te ha condenado? Dijo ella: Nadie, Señor. Y dijo Jesús: Tampoco yo te condenaré: vete, y no vuelvas a pecar más.
EL PECADO PERDONADO
Ahora vamos a ver la salvación mediante la misericordia. El crimen de esta mujer es real; la ley la condena a muerte; sus acusadores, al exigir el castigo, están en sus justos derechos; y a pesar de eso la culpable no perecerá. Jesús la pone en libertad, y por este beneficio la impone una sola condición: que no peque más. ¡Cuán agradecida debió ser con su libertador! ¡Qué cuidado debió poner en adelante para seguir los mandatos de Aquel que no la había querido condenar y a quien debía la vida! Ya que también nosotros somos pecadores penetrémonos bien de estos sentimientos, contemplando a nuestro Redentor. ¿Acaso no fue El quien contuvo el brazo de la divina justicia, dispuesto a herirnos? ¿No fue El quien recibió en su mismo cuerpo los golpes? Salvados por su misericordia, unámonos a los Penitentes de la primitiva Iglesia, y durante estos días que todavía nos quedan pongamos fundamentos fuertes a nuestra nueva vida. Los
PECADOS DE LA LENGUA
Jesús sólo responde una palabra a los Fariseos que han venido a tentarle con el pretexto de esta mujer; pero esta palabra lacónica nosotros la debemos tener en sumo respeto y veneración, porque manifiesta; la conmiseración del divino Salvador con esta pecadora que se halla avergonzada ante su presencia y tiene también una lección práctica para nosotros: quien entre vosotros esté sin pecado que arroje contra ella la primera piedra. Durante este tiempo de reparación y penitencia examinémonos de las murmuraciones de que nos hemos hecho reos para con el prójimo, estos pecados de la lengua de que tan poco caso se hace, se olvidan tan pronto, porque manan, por decirlo así, de la fuente. Si se guardara la palabra del Salvador como se debe, en lo íntimo de nuestro corazón; si antes de hablar hubiéramos visto nuestras flaquezas, ¿no es cierto que jamás hubiéramos tenido valor para atacar la conducta del prójimo, revelar sus faltas, juzgar hasta sus pensamientos e intenciones? Pongamos cuidado en adelante: Jesús conocía la vida de los acusadores de esta mujer; la nuestra la conoce hasta en sus más mínimos detalles. Pobres de nosotros si no somos indulgentes con nuestros hermanos. Consideremos finalmente la malicia de los enemigos del Salvador y la deslealtad con que le arman un lazo. Si habla en favor de la vida de esta mujer, le acusarán de que desprecia la ley de Moisés, que manda lapidarla; si responde conforme está mandado en la ley, le entregarán al pueblo como un hombre cruel y sanguinario. Jesús con su celestial prudencia, sale vencedor de sus ardides; nosotros debemos aprender de aquí qué suerte le está reservada el día en que, viéndose cogido entre sus manos, ya no opondrá a sus calumnias y ultrajes sino que guardará silencio y la paciencia de una víctima condenada a muerte.
ORACIÓN
Oremos: Alarga, Señor, a tus fieles la diestra de tu celestial auxilio; para que te busquen de todo corazón y merezcan alcanzar lo que justamente piden. Por Jesucristo nuestro Señor. Amén.
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