domingo, 22 de diciembre de 2019

CUARTO DOMINGO DE ADVIENTO



Hénos ya en la Semana que precede inmediatamente al Nacimiento del Mesías: dentro de siete días lo más tarde le tendremos entre nosotros; tal vez, este Advenimiento tan deseado ocurra dentro de seis, de tres días, o mañana mismo según la extensión del Adviento que varia cada año. La Iglesia cuenta ya las horas de espera; día y noche está vigilante y sus Oficios toman una extraordinaria solemnidad a partir del 17 de diciembre. En Laudes varía diariamente las antífonas; en Vísperas exterioriza con majestad y ternura al mismo tiempo sus ansias de Esposa por medio de ardientes exclamaciones al Mesías, en las que le da todos los días un título magnífico tomado de los Profetas.

Hoy (El cuarto domingo de Adviento es llamado también Rorate a causa del Introito; pero con más frecuencia se le da el nombre de Canite tuba, por las primeras palabras del primer Responsorio de Maitines y de la primera antífona de Laudes y Vísperas). va a dar el último golpe para conmover a sus hijos. Con ese fin los transporta al desierto; les muestra a Juan Bautista, de cuya misión les ha hablado ya en el domingo tercero. La voz de este austero Precusor traspasa el desierto y se ha hecho oír en las ciudades. Predica la penitencia, la necesidad de purificarse en espera del que va a venir. Hagamos unos días de retiro; y si, por nuestras ocupaciones externas, no lo podemos hacer, apartémonos a lo más recóndito de nuestro corazón y confesemos nuestros pecados, como aquellos verdaderos Israelitas, que llenos de compunción y fe en el Mesías, acudían a los pies de Juan Bautista para concluir su obra de preparación a un digno recibimiento del Mesías.

Pues bien, he ahí a la santa Iglesia que, antes de abrir el libro del Profeta, nos dice como de ordinario, pero con una mayor solemnidad:

El Señor está ya cerca: venid, adorémosle.

Del Profeta Isaías.

Liberación y triunfo de Israel

El desierto y la tierra árida se alegrarán, saltará de gozo la soledad y florecerá como el lirio; florecerá y saltará de gozo entre júbilos y cantos de triunfo. Les serán dadas las galas del Líbano, la magnificencia del Carmelo y del Sarón.

Verán la gloria del Señor, la magnificencia de nuestro Dios. Fortificad las manos débiles, robusteced las rodillas flojas.

Decid a todos los que tienen el corazón turbado: ¡ánimo, valor, he ahí a vuestro Dios! Se acerca la venganza, el castigo de Dios; ¡El mismo viene para salvaros!

Entonces se abrirán los ojos de los ciegos y las orejas de los sordos; entonces el cojo saltará como el ciervo, y la lengua de los mudos entonará cánticos de triunfo.

Santo camino, abierto ante los desterrados libres

Porque en el desierto brotarán fuentes de agua viva, y los arroyos correrán por la soledad; la tierra árida se trocará en estanque, y el suelo seco en manantiales; las cuevas que eran guarida de chacales será un jardín de cañas y de juncos.

Habrá allí un camino expedito que se llamará el Camino santo; ningún impuro transitará por él. El Señor mismo conducirá al viajero; y ni los lerdos se perderán. No habrá allí leones, ni pondrá allí el pie bestia alguna feroz; por allí caminarán los que hayan sido libertados, los rescatados por el Señor.

Vendrán a Sión entre cánticos de triunfo; una eterna alegría coronará sus cabezas. Les invadirá él gozo y la alegría; y huirán la tristeza y el llanto para siempre1. (Is„ XXXV, 1-10.) ("Las grandiosas promesas de este capitulo se realizaron parcialmente a la vuelta del destierro (siglo vi antes de J. C.) y la restauración política de Israel; pero la Idea del profeta sube más alto y llega más lejos; esta restauración nacional no es más que el punto de partida y el símbolo de la conversión del mundo al Dios verdadero y del reino del Mesías sobre la tierra, sobre todo al fin de los tiempos. Muchos rasgos de esta descripción se han realizad» ial pie de la letra en Jesucristo (S. Mat., XI, 5); todos se ralizarán completamente en la nueva creación que reemplazará a la antigua, al fin de los tiempos" (Crampón. Tobac, Les Prophétes, II, 121).

Muy grande será, pues, oh Jesús el gozo de tu venida, si ha de resplandecer en nuestra frente por siempre como una corona. ¿Y cómo no ha de ser así? Hasta el desierto, al acercarte, florece como un lirio, y del seno de la tierra más estéril saltan arroyos de aguas vivas. ¡Oh Salvador, ven cuanto antes a darnos este Agua que mana de tu Corazón y que es la que con tanta insistencia te pedía la Samaritana, imagen de nosotros pecadores. Este Agua es tu gracia: rocié nuestra sequedad y también nosotros floreceremos; apague nuestra sed y correremos con fidelidad tras tus huellas por el camino de tus mandamientos y de tus ejemplos ¡oh Jesús! Tú eres nuestro Camino, nuestro sendero hacia Dios; y Tú mismo eres Dios; eres por tanto, también el término de nuestro camino. Habíamos perdido el camino, nos habíamos alejado como ovejas errantes: ¡cuán grande es tu amor en venir a buscarnos! Para enseñarnos el camino del cielo, te dignas bajar desde allá arriba y quieres también acompañarnos. En adelante 110 desfallecerán nuestros brazos, ni temblarán nuestras rodillas; nos consta que es el amor quien le ha movido. Sólo una cosa nos apena: el ver que nuestra preparación no es perfecta. Tenemos todavía ataduras que romper; ayúdanos ¡oh Salvador de los hombres! Queremos escuchar la voz de tu Precursor y enderezar todo lo que te podría hacer tropezar en el camino de nuestro corazón ¡oh divino Infante! bauticémonos nosotros en el Bautismo de la penitencia, y luego vendrás Tú a bautizarnos en el amor y en el Espíritu Santo.

M I S A

El Profeta ha despertado nuestra sed, hablándonos de la nitidez y frescura de los manantiales que brotarán a la venida del Mesías; pidamos, con la Santa Iglesia, el rocío que será refrigerio de nuestro corazón y la lluvia que lo hará fértil.

INTROITO

Rociad, cielos de arriba; nubes, lloved al Justo; ábrase la tierra y germine al Salvador. Salmo. Los cielos cuentan la gloria de Dios; y el firmamento pregona las obras de sus manos. — V. Gloria.

En la Colecta, la Iglesia pide con insistencia ser libertada cuanto antes; teme que sean sus pecados la causa de la tardanza del Esposo; se ampara en su bondad para poder evitar este obstáculo.

ORACION

Oremos. Excita, Señor, tu potencia y ven, te lo suplicamos; y socórrenos con tu poderosa virtud; para que, con el auxilio de tu gracia, acelere tu indulgente misericordia lo que retardan nuestros pecados. Tú, que vives y reinas. 

EPÍSTOLA

Lección de la Epístola del Apóstol S. Pablo a los Corintios. (I Cor., IV, 1-5.)

Hermanos: Téngannos los hombres por Ministros de Cristo y dispensadores de los misterios de Dios. Por lo demás, lo que en los dispensadores se busca es que cada uno sea fiel. A mí no me importa nada el ser juzgado de vosotros o con juicio humano: ni siquiera yo mismo me juzgo. Porque, aunque la conciencia no me remuerde de nada, no por eso estoy justificado: el único que me Juzga es el Señor. Así pues: no juzguéis antes de tiempo, hasta que venga el Señor, el cual iluminará lo oculto de las tinieblas y manifestará los intentos de los corazones: y entonces cada cual recibirá de Dios la alabanza.

En esta Epístola, la Iglesia pone ante la vista de los pueblos, la dignidad del sacerdocio cristiano, con ocasión de las Ordenes que se han conferido la Víspera, recordando al mismo tiempo a los Ministros sagrados la obligación que han contraído de permanecer fieles al cargo que les ha sido impuesto. Por lo demás, no es cosa de las ovejas el juzgar al pastor: todos, sacerdotes y fieles deben vivir en espera del día del Advenimiento del Salvador, de aquel último Advenimiento cuyo terror será tan grande cuando fué atractiva la dulzura del primero y del segundo para el que preparamos nuestras almas. Después de haber hecho oír al auditorio estas severas palabras, la Iglesia vuelve a tomar el hilo de sus esperanzas, cantando todavía la próxima llegada del Esposo.

GRADUAL

El Señor está cerca de todos los que le invocan: de todos los que le invocan de veras. V. Mi boca cantará las alabanzas del Señor; y bendiga su santo nombre toda carne. Aleluya, Aleluya. Ven, Señor, y no tardes; perdona los pecados de tu pueblo Israel. Aleluya.

EVANGELIO

Continuación del Santo Evangelio según San Lucas. (in, 1-6.)

En el año décimo-quinto del imperio de Tiberio César, siendo gobernador de Judea Poncio Pilato, y Herodes tetrarca de Oalilea, y su hermano Felipe tetrarca de Iturea y de la región de Traconitide, y Lisanias tetrarca de Abilinia, siendo sumos sacerdotes Anás y Caifas, descendió la palabra del Señor sobre Juan, hijo de Zacarías, en el desierto. Y pasó (Juan) por toda la región del Jordán predicando el bautismo del arrepentimiento para el perdón de los pecados, según está escrito en el libro de la palabras de Isaías: Voz del que clama en el desierto: Preparad el camino del Señor: haced rectas sus sendas. Todo valle será rellenado, y todo monte y todo collado serán allanados. Las cosas torcidas serán enderezadas y los caminos ásperos serán suavizados; y toda carne verá la salud de Dios.

Próximo estás, oh Señor, pues la herencia de tu pueblo ha pasado ya a poder de los Gentiles y la tierra que habías prometido a Abraham no es hoy día mas que una provincia de ese dilatado imperio que debe preceder al vuestro. Dia tras día se van cumpliendo los vaticinios de los Profetas; la profecía de Jacob también se ha realizado: Será quitado el cetro a Judá. ¡Oh Jesús! todo se halla dispuesto para tu llegada. De tal modo has renovado el aspecto de la tierra; dígnate renovar también mi corazón y alentar mi ánimo en estos últimos días que preceden a tu venida. Sentimos la necesidad de retirarnos al desierto, solicitar el bautismo de la penitencia y enderezar nuestros caminos: obra todo esto en nosotros, oh divino Salvador, para que el día que bajes a nosotros, nuestra alegría sea completa.

En el Ofertorio, la Iglesia saluda a la Virgen gloriosa que oculta dentro de su seno la salvación del mundo. ¡Oh María! Danos pronto al que te llena con su presencia y su gracia. El Señor es contigo, oh Virgen sin igual; pero se acerca el momento, en que va a ser también con nosotros; porque su nombre es EMMANUEL.

OFERTORIO

Dios te salve, María; llena eres de gracia: el señóles contigo: Bendita tú eres entre las mujeres, y bendito es el fruto de tu vientre.

SECRETA

Suplicárnoste, Señor, mires propicio estos sacrificios, para que aprovechen a nuestra devoción y a nuestra salud. Por nuestro Señor.

En la Comunión, la Iglesia, rebosante de Dios, que acaba de bajar a ella, canta a la Virgen madre con palabras de Isaías, cuadrándole perfectamente también a ella este canto, pues acaba de recibir la misteriosa visita del Hijo de Dios, cuyo tabernáculo es el seno de María.

COMUNIÓN

He aquí que una virgen concebirá y parirá un hijo: y su nombre será Emmanuel.

POSCOMUNIÓN

Consumidos estos dones, suplicárnoste, Señor, hagas que, con la frecuentación del Misterio, crezca la eficacia de nuestra salud. Por Nuestro Señor.

Fuente: Año Litúrgico - Dom Prospero Gueranger

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