viernes, 4 de marzo de 2022

4 de marzo SAN CASIMIRO HIJO DEL REY DE POLONIA, CONFESOR

 


Daniel Georg Schultz, San Casimiro



Fue San Casimiro hijo de Casimiro III, rey de Polonia y gran duque de Lituania, y de Isabel de Austria, hija del emperador Alberto, rey de Hungría y de Bohemia. Nació en Cracovia el día 5 de Octubre del año 1458, y desde la cuna le fueron formando en la virtud y en la devoción los cuidadosos desvelos de la reina, su madre, una de las más piadosas princesas de aquel siglo. Apenas dejó que hacer a la educación el bello natural de Casimiro; y con su ingenio vivo, penetrante y delicado hizo en poco tiempo maravillosos progresos en las letras.

Pero fueron mucho más prontos y más admirables los que adelantó en la virtud. No es posible imaginar mayor inocencia, mayor compostura, mayor devoción ni mayor virtud en un príncipe de tierna edad. Le previno el Señor desde la cuna con tan singulares bendiciones de su gracia, que por toda la vida ignoró hasta el nombre del vicio. Tan lejos estuvo de envanecerle su elevado nacimiento, y el verse heredero de una casa que era de las más ilustres de Europa, que ni aun le mereció siquiera la más ligera atención. Era hijo de rey, hermano de rey, y él mismo era también rey de Hungría; pero hizo tan poco caso de estos majestuosos títulos, que sólo escogió el de ciudadano del Cielo, sin apreciar ni darse a sí mismo otro.

Fue tan enemigo de los entretenimientos más ordinarios y aun más inocentes de aquella edad, que no encontraba recreo más dulce ni más de su gusto que pasar largas horas en la iglesia, haciendo corte, como él decía, a Jesucristo; y cuando sus ayos le advertían que era menester desahogar el ánimo con alguna diversión honesta, les respondía con gracia que en el templo, a los pies de Jesucristo, hallaba él toda la diversión del paseo, del juego y de la caza.

Era tan particular y tan tierna la devoción que profesaba a la Sagrada Pasión del Señor, que al oír hablar de los dolores y de los tormentos que se le representaron en el Huerto, y que padeció en el Calvario; al considerar aquel exceso de amor que le hizo víctima de nuestros pecados, sólo con poner los ojos en un crucifijo se le derretían en lágrimas, y no pocas veces caía en una especie de deliquio, que parecía verdadero desmayo.

No ha habido ni habrá predestinado alguno que no profese una ternísima devoción a la Santísima Virgen; la de San Casimiro a esta Reina de los escogidos era extraordinaria. No acertaba a llamarla con otro nombre que con el de su buena Madre; se explicaba con excesiva ternura y con los términos más enérgicos para manifestar el respeto y el ardiente amor que le profesaba.

Por desahogar en parte su encendida devoción a la Emperatriz de los ángeles, fuera de otros muchos devotos ejercicios que le eran familiares, compuso en honra suya, siendo aún muy joven, una especie de prosa con consonantes, llena de los más tiernos afectos de su corazón, y era como sigue traducida al castellano:

«Alma mía, no dejes pasar día alguno sin rendir tus respetos a María; solemniza con devoción sus fiestas, celebra sus asombrosas virtudes.



«Admira su grandeza y su elevación sobre todas las criaturas; no ceses de publicar la dicha que logró en ser Madre de Dios, sin dejar de ser Virgen.



«Hónrala como a tu Reina, para que te alcance el perdón de los pecados; invócala como a tu Madre, y no permitirá que te arrastre el torrente de las pasiones.



«Aunque sé muy bien que María es superior a toda alabanza, también sé que es impiedad, que es locura dejar de alabarla porque no se puede hacer dignamente.



«Esta Señora debe ser singularmente alabada y exaltada por todos los hombres; y no debiéramos cesar jamás de honrarla, bendecirla e invocarla.



«Virgen Santa, ornamento y gloria de tu sexo, Tú, que eres reverenciada en toda la Tierra y estás colocada tan elevadamente en el Cielo,



«Dígnate oír las oraciones de los que se glorían en cantar tus alabanzas; alcánzanos el perdón de nuestros pecados y haznos dignos de la felicidad eterna.



«Dios te Salve, Virgen y Madre, pues por Ti se nos abrieron a nosotros miserables las puertas del Cielo; y a Ti no te pudo morder ni engañar la antigua serpiente.



«Después de Dios, ninguno tuvo más parte que Tú en nuestra redención; por eso ponemos en Ti toda nuestra confianza, y esperamos por tu santa intercesión que no nos ha de tocar la infeliz suerte de los réprobos.



«Líbrame de aquel estanque de fuego donde se padecen todos los tormentos, y consígueme por tus oraciones un lugar en la estancia feliz de los bienaventurados.



«Alcánzame una pureza inalterable, una modestia que edifique, una dulzura universal, una devoción constante, una prudencia verdadera, un corazón sin artificio y un espíritu recto.



«Destierra de mi corazón todo afecto de aversión o de tibieza; enciende en él una caridad perfecta; apaga toda centella, toda inclinación de concupiscencia; consígueme la perseverancia final y halle yo en Ti toda la asistencia que he menester contra los enemigos de mi eterna salvación».



Se descubren bien en la notable sencillez y en las frases de este himno los tiernos afectos del santo príncipe para con la Madre de Dios. No contento con rezarle todos los días en forma de oración, quiso enterrarse con él; y ciento veinte años después de su preciosa muerte se halló en la sepultura debajo de su cabeza.

A la eminente piedad de Casimiro correspondía el celo por la religión. En fuerza de él persuadió al rey su hermano que despojase a los herejes de las iglesias de que se habían apoderado, donde celebraban sus sediciosas juntas, y que no se devolviesen a los cismáticos las que se les habían quitado.

Acompañaba a este celo ardiente por la religión una caridad no menos ardiente por los pobres, de quienes era amoroso padre. Si le representaban que era abatimiento de su elevación y de su real persona el entregarse tan sin distinción a todo género de obras de caridad, respondía que ninguna cosa honraba más a los grandes, ninguna era más digna de la suprema elevación de los príncipes, que servir a Jesucristo en la persona de sus pobres. Por lo que toca a mí, solía añadir, toda mi gloria la coloco en servir al pobre más andrajoso y despreciado.

Fue electo rey de Bohemia su hermano mayor Ladislao, y toda la Polonia celebraba ya la dicha que esperaba de lograr algún día por su rey a Casimiro, cuando llegó la noticia de haberle elegido rey de Hungría toda la nobleza y todos los estados del reino, que, cansados ya de las intolerables costumbres y gobierno del rey Matías Hunyadi, le habían precipitado del trono. A pesar de la resistencia que hizo al cetro la modestia del joven Casimiro, le fue forzoso rendirse. Partió, en efecto, a tomar posesión de la corona; pero la lentitud de su marcha, efecto de la repugnancia y aun del fastidio con que miraba las grandezas de la Tierra, dieron tiempo a Matías para volver a ganar los corazones y la compasión de la principal nobleza húngara, y para levantar un ejército considerable con que hacer frente al nuevo rey, que estaba muy ajeno de querer conquistar con la sangre de sus vasallos una corona cuya aceptación había costado a su inclinación y a su heroica virtud tanto sacrificio. Rindió mil gracias al Cielo por aquel suceso tan conforme a su desengaño y a sus piadosos deseos, y lleno de gozo dio la vuelta a Polonia.

Los doce años que le restaron de vida los dedicó enteramente a santificarse más y más por la práctica de todas las virtudes, y singularmente por el ejercicio de una rigurosísima penitencia. Traía siempre a raíz de las carnes un áspero cilicio; su ayuno era perpetuo; dormía en la tierra al pie de la rica cama, que era sólo de honor y de respeto, pasando muy de ordinario en oración la mayor parte de la noche.

Aunque joven de gallarda disposición, y criado entre las delicias de la corte, conservó hasta la muerte su primera inocencia. Hizo voto de perpetua castidad una vez que tuvo años y reflexión para conocer lo que vale esta heroica virtud. En vano le persuadieron y le instaron a que se casase; no hubo razón, ni de estado, ni de familia, ni de la propia salud que venciese su constancia; en conclusión, antes quiso perder la vida que la virginidad.

Ya estaba el santo príncipe muy maduro para el Cielo. No parecía justo que poseyese la Tierra por más tiempo un tesoro tan precioso, de que no era digno el mundo. Al lento, pero maligno ardor de una calenturilla continua, se fue disponiendo con mucho tiempo para morir. Redobló su devoción y fervor, y habiendo recibido los últimos Sacramentos con extraordinaria piedad, llegado, en fin, el día 4 de Marzo de 1484, a los veintitrés años y cinco meses de su edad, murió con la muerte de los justos en Vilna, capital del gran ducado de Lituania, cuyo título poseía el santo mancebo.

Desde luego quiso el Señor acreditar la santidad de su fiel siervo con multitud prodigiosa de milagros. El papa León X terminó el proceso de su canonización con la mayor solemnidad, y desde entonces fue reconocido por patrono singular de Lituania y de Polonia.

El año de 1604, ciento veinte después de su dichosa muerte, fue hallado el sagrado cuerpo entero y sin corrupción, y en el instrumento auténtico de esta maravilla, que, con autoridad del obispo de Vilna, se otorgó a presencia de todo el Cabildo y de los principales de aquella ciudad, se dice que los preciosos vestidos con que fue enterrado se hallaron tan enteros y tan nuevos como si se los hubieran puesto aquel mismo día, aunque la humedad del sitio había penetrado las piedras de la bóveda y los parajes inmediatos al sepulcro. Se añade en el mismo instrumento que por espacio de tres días se percibió una admirable fragancia en toda la iglesia, y que se halló también la devota prosa o himno en honor de la Santísima Virgen que copiamos arriba, escrito todo de su mano, el que se conserva aún como preciosa reliquia. El autor antiguo de su vida dice que se invoca la intercesión de San Casimiro principalmente para conseguir de Dios el don de la castidad, para librarse de la peste y contra las incursiones de los infieles.

La Misa es en honra del Santo, y la oración es la que sigue:

 

¡Oh Dios, que entre las delicias de la corte y en medio de los más halagüeños atractivos del mundo, fortaleciste a San Casimiro con una inmoble constancia! Te suplicamos que, por su intercesión, tus fieles siervos menosprecien siempre las cosas de la Tierra, y aspiren perpetuamente a las del Cielo. Por Nuestro Señor Jesucristo, etc.

La Epístola es del capítulo XXXI del libro del Eclesiástico.

 

Dichoso el hombre que fue hallado sin mancha, y que no corrió tras el oro, ni puso su confianza en el dinero ni en los tesoros. ¿Quién es éste, y le alabaremos? Porque hizo cosas maravillosas en su vida. El que fue probado en el oro y fue hallado perfecto, tendrá una gloria eterna; pudo violar la ley, y no la violó; hacer mal, y no lo hizo. Por esto sus bienes están seguros en el Señor, y toda la congregación de los santos publicará sus limosnas.

REFLEXIONES

Asombro es que, después de tantas experiencias de lo poco que se debe fiar en los bienes de esta vida, cada día sea mayor el hambre que se tiene de ellos. Crece con la edad la codicia de las riquezas, y aun se puede añadir que también crece con la misma abundancia; porque no suele ser vicio de los pobres la avaricia. Parece que a proporción de los bienes crece la necesidad. Aquél estaba contento en una mediana fortuna, que en otra más sobresaliente vive sin sosiego, sin gusto y sin seguridad. En la humildad del valle o al pie de la montaña se está a cubierto de las tempestades; las eminencias son siempre peligrosas; y a los que andan en alto se les suele turbar la vista y trastornarla cabeza. ¡Qué bien prueba todo esto la insuficiencia y aun la vanidad de las riquezas! ¡La riqueza verdadera consiste en la verdadera virtud! Las demás riquezas, a son ilusiones, o a lo más unas espinas cubiertas de flores, que agradan y pican; se ven las flores y se sienten las puntas. Esta es la verdadera causa de aquellos enfadosos cuidados, de aquellas continuas inquietudes, de aquellas ansias que a todas partes acompañan a los ricos. Es dichoso, es verdaderamente rico el que es justo en los ojos de Dios. ¡Qué consuelo tan grande y qué consuelo tan sólido! En vano se acumulan tesoros sobre tesoros; no es más que acumular cuidados sobre cuidados, nuevos disgustos sobre nuevas inquietudes.

 

MEDITACIÓN

Del cuidado que tiene Dios de los que le sirven con fidelidad.

 

Punto primero.— Considera los términos, las figuras, los símbolos de que se vale Dios, para que comprendamos el cuidado que tiene de los que le sirven con fidelidad y con celo. No hay cosa más tierna, no hay cosa más expresiva.

Llega el amo, dice el Salvador; encuentra velando a sus fieles criados por esperarle; ¡con qué bondad premia su vigilancia en la misma hora y en el mismo instante! No contento con alabarlos, los trata como si fueran hijos suyos; los colma de nuevos favores; se pone, digámoslo así, haldas en cinta para servirlos con más desembarazo; los hace sentar, y él mismo les sirve a la mesa. ¿Qué figura puede haber más expresiva de los desvelos (quiero explicarme de esta manera) con que el Señor se aplica voluntariamente a cuidar de sus fieles siervos?

Pero aun esto no es bastante. Dime, pregunta el mismo Señor por el Profeta. (Isaías XLIX, 15¿Podrá una tierna madre olvidarse de su hijo, podrá no compadecerse, no tener cuidado de aquél infante que estuvo nueve meses dentro de sus mismas entrañas? ¡Oh ternísima comparación! Pues mira: posible es que una madre se olvide de su hijo; pero no es posible que Yo me olvide jamás de los míos. Dios mío, ¿puede haber cosa de mayor consuelo? ¡Y después de esto os serviremos con frialdad o con indiferencia!

Mas no creáis que este cuidado mío es un cuidado que ligeramente se desvanece. A todos os tengo grabados en la parte exterior y superior de mi misma mano. ¡Oh gran Dios, y que expresiones tan vivas para que comprendamos la continuación de vuestro desvelo y el exceso de vuestra ternura!

Punto segundo.— Considera que no sólo se ha valido Dios de los profetas para manifestarnos sus afectos de ternura, sus cuidados, sus desvelos en hacernos bien; sino que más sensible, más eficazmente se ha explicado por la boca de su Hijo. ¡Mira bien el ardor y el celo de Jesucristo por nuestra salvación!

Si servimos al Señor con disgusto, y muchas veces por fuerza, ¿de qué nos quejamos cuando no somos oídos? ¿Nos halla acaso velando siempre que nos llama y nos busca? ¿No nos encuentra dormidos muchas veces? Y después de esto ¿extrañaremos que no nos siente a su mesa? ¡Se le sirve tan mal, y se pretende que nos colme de favores! Sirvamos a Dios como le sirvió San Casimiro, y hasta en el trono. Sirvámosle como tantos y tan ilustres santos de todos sexos, edades y condiciones, y con ellos experimentaremos los continuos y dulces efectos de su sabia y amorosa providencia.

Trae a la memoria las demostraciones de bondad, de protección y de paciencia que has recibido de Dios durante el curso de tu vida, y juzga si debes tardar un solo momento en dedicarte a servirle. No, Dios mío, nada tengo que deliberar en este punto. Solamente os suplico que os dignéis no desechar a un siervo perezoso, ingrato y cobarde en vuestro servicio, pero que está resuelto con vuestra divina gracia a mudarse enteramente, y a ser en adelante un siervo fiel. Aumentad, Señor, vuestras misericordias; concededme vuestros auxilios, pues desde este mismo instante doy principio a amaros y a serviros con fervor y fidelidad.

JACULATORIAS

Sí por cierto; el Señor siempre está velando sobre sus siervos, sin que el sueño sea capaz de interrumpir su vigilancia.— Salmo CXX.

Sirvamos a Dios, que Él será centinela para que nada nos dañe ni nos inquiete. Sirvamos a Dios, que Él velará continuamente en nuestra conservación.— Ibídem.

PROPÓSITOS

1.    Siendo tan admirable el cuidado que tiene Dios de nuestra conservación y de nuestra vida, no son menos dignos de admiración y de reconocimiento los medios espirituales que nos ofrece en la protección poderosa de los santos. No despreciemos, pues, estos medios tan fáciles para nuestra santificación; imitemos las grandes virtudes que practicaron, y seremos, como ellos, de gloria coronados. En todos los estados, clases y condiciones podemos ser santos. La virtud no es patrimonio de algunas y determinadas personas, lo es de todas. Mil y mil ejemplos tenemos de ello, y particularmente en el glorioso San Casimiro, que se santificó en el trono y santificó a sus pueblos. Procura tú, á imitación de tan gran Santo, adelantar de día en día en la perfección, santificándote á tí, y santificando con el buen ejemplo á tu familia, criados y personas que en alguna manera dependan de ti. Socorre las necesidades de tus hermanos en la forma que pudieres. Prívate de tal y cual gasto superfluo, y enjugarás el llanto del afligido, llevando pan á la boca del hambriento.

2.    Procura, como ya se ha dicho repetidas veces, tener un Crucifijo en tu cuarto; pero no sea como un adorno; medita en él, como San Casimiro, los dolores y los tormentos y muerte de cruz que padeció por todos nosotros, y ciertamente que esto sólo será bastante para retraerte del pecado. Ten particular devoción a la Pasión y Muerte de Nuestro Señor Jesucristo, y te llenarás de gracias y mercedes sin fin. Profesa igualmente una ternísima devoción a la Purísima Virgen María, Madre de todo consuelo, de toda vida, de toda esperanza. Pídela continuamente su amparo y protección para todo, y sobre todo que reciba tu último suspiro y abogue por ti ante su divino Hijo, y de este modo tu vida será santa, tu muerte será dichosa, y después gozarás eternamente en las mansiones de los bienaventurados. Todo cuanto hagamos será poco para recompensa, honor y felicidad tan grande, sin igual y completa.

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