miércoles, 2 de marzo de 2022

2 de marzo BEATA INÉS DE BOHEMIA, VIRGEN

 




La Beata Inés de Bohemia o "de Praga", a quien Santa Clara llama "la mitad de su corazón", fundó el primer convento de Clarisas al norte de los Alpes. Era descendiente de San Wenceslao ("el buen Rey Wenceslao"); su padre era Ottokar I, que ocupó el trono de Bohemia en 1197, su madre, la hermana de Andrés II de Hungría. Santa Isabel de Hungría era prima carnal de la beata y sólo dos años más joven que ella. A los tres años de edad, en 1208, Inés fue prometida en matrimonio a Boleslao, hijo del duque Enrique de Silesia y de Santa Eduviges. Inmediatamente fue enviada con su nodriza y un ejército de criados al monasterio de Trebnitz, en Silesia, fundado por la madre de su prometido. Según un documento latino del siglo XIV, que se halla en la biblioteca de Bamberga, "una religiosa de Santa Eduviges enseñó ahí a Inés los primeros rudimentos de la fe y la moral". Dicha religiosa era probablemente la abadesa Gertrudis. Dos años más tarde, Inés volvió a la corte de su padre. A los nueve años de edad, fue de nuevo prometida en matrimonio, esta vez a Enrique, hijo del emperador Federico II, y partió a la corte de Austria para aprender el alemán y familiarizarse con las costumbres germánicas. Debe advertirse que Boleslao, a quien Inés había sido prometida primeramente, había muerto cuando la niña tenía seis años; por ello había vuelto ésta a Bohemia, al convento premonstratense de Doxan. La corte de Austria no deslumbró a Inés, quien se sentía cada vez más atraída por Dios y practicaba severos ayunos y otras austeridades. Comprendiendo que el Señor la llamaba a una vida de virginidad, la beata le pedía ardientemente que la pusiese en condiciones de seguir su vocación. Inés debió sufrir mucho en aquella época, pues el duque Leopoldo de Austria, a cuyo cuidado había sido confiada, tenía intenciones de casar a su propia hija con el prometido de Inés. Los planes del duque tuvieron éxito e Isabel retornó nuevamente a su país, probablemente llena de gozo, porque sus oraciones habían sido escuchadas.

Pero su contento no duró mucho: Enrique III de Inglaterra y el emperador Federico II, que había enviudado, le hicieron proposiciones de matrimonio y, a pesar de las objeciones de Inés, su hermano, el rey Wenceslao, prometió su mano al emperador. La beata redobló sus oraciones y penitencias; sus ricos vestidos ocultaban una camisa de pelo y un cilicio de acero. Con frecuencia se levantaba antes del alba, y descalza y mal abrigada, partía con sus más devotas doncellas a visitar las iglesias. Al volver, lavaba sus pies, lacerados por la caminata, revestía sus ropajes principescos y empezaba su jornada palaciega y sus visitas a los enfermos. En 1235, cuando Inés tenía veintiocho años y se hallaba en la plenitud de su hermosura, el emperador envió a Praga a un embajador para que la escoltase a Alemania. Wenceslao se negó a oír las objeciones de su hermana; pero Inés logró demorar la partida y escribió al Papa Gregorio IX, rogándole que impidiese el matrimonio, pues ella jamás había consentido en casarse y deseaba consagrarse a Dios en la vida religiosa. Aunque el Papa acababa de hacer la paz con el emperador, conocía suficientemente a Federico para comprender la actitud de Inés; así pues, envió un legado a Praga para que defendiese a la joven y escribió personalmente a Inés. Ésta mostró la carta del Pontífice a su hermano Wenceslao, quien se alarmó mucho; por una parte temía la ira del emperador, pero, por otra, no quería enajenarse con el Papa ni forzar a su hermana a casarse contra su voluntad.  Finalmente, decidió poner al tanto de todo a Federico. El emperador tuvo en esta ocasión uno de esos raros accesos de magnanimidad en su complejo carácter que le hicieron una figura fascinante de la historia. Cuando comprendió que no se trataba de una medida política del rey de Bohemia, sino de un verdadero deseo de Inés, rescindió su compromiso con estas palabras: "Si me hubiese dejado por un hombre mortal, habría yo dejado sentir el peso de mi venganza; pero no puedo sentirme ofendido porque haya preferido al Rey del cielo".

Viéndose por fin libre, Inés empezó a pensar en la manera de consagrar a Dios su propia persona y sus posesiones. Su padre había llevado a Praga a los franciscanos, probablemente a instancias de la beata; Inés acabó de construirles el convento. Igualmente, con la ayuda de su hermano, fundó un hospital para los pobres y llamó a Praga a los Caballeros Hospitalarios de la Cruz y de la Estrella, cuya iglesia y monasterio se conservan aún. Inés y Wenceslao construyeron también un monasterio para las Clarisas Pobres. El pueblo de Bohemia quería participar en los gastos de la construcción, pero el rey y su hermana rehusaron la ayuda. Sin embargo, se cuenta que los albañiles, decididos a poner algo de su parte, se iban a hurtadillas al término de la jornada para evitar que les pagasen. En cuanto el convento quedó terminado, Santa Clara envió a cinco religiosas. La Beata Inés tomó ahí el velo, en Pentecostés de 1236. El hecho impresionó grandemente a la población; un centenar de doncellas de buena familia ingresó en el convento mientras que en toda Europa, las princesas y las damas nobles siguieron su ejemplo y los conventos de Clarisas Pobres se multiplicaron. Inés fue digna hija de San Francisco; buscaba en todo el sitio más humilde y los trabajos más duros. No sin dificultad, tuvo que aceptar el cargo de abadesa, por lo menos temporalmente, cuando recibió el nombramiento del Papa Gregorio IX. Después de muchos esfuerzos, obtuvo finalmente que las Damas Pobres de Praga pudiesen renunciar a todas las rentas y posesiones, que hasta entonces tenían en común, como lo había hecho Santa Clara en el convento de San Damián, en 1238. Las cuatro cartas que se conservan de Santa Clara a la beata, muestran el tierno afecto que le profesaba. La santa envió igualmente a Inés una cruz de madera, un velo pardo y la vasija de barro en que acostumbraba beber. Inés vivió hasta los setenta y siete años de edad y murió el 2 de marzo de 1282. Su culto fue confirmado por San Pío X. Los franciscanos celebran su fiesta el 8 de junio, junto con la de las Beatas Isabel de Francia y Bautista Varani.

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