jueves, 1 de julio de 2021

2 de julio LA VISITACIÓN DE LA SANTÍSIMA VIRGEN MARÍA



 En la Anunciación, el arcángel San Gabriel dijo a la Madre de Dios que su prima Isabel había concebido y se hallaba en el sexto mes del embarazo. Nuestra Señora, sin hablar a nadie de la altísima dignidad a la que había sido elevada por la Encarnación del Verbo de Dios en sus entrañas, partió llena de gozo y de gratitud a felicitar a la madre del Bautista. San Lucas dice: "María partió apresuradamente a una ciudad de las montañas de Judá. Y, entrando en la casa de Zacarías, saludó a Isabel." La Madre de Dios fue a visitar a su prima porque la compañía de los verdaderos siervos de Dios es siempre provechosa, ya que el ejemplo de su silencio fortalece la voluntad e ilustra el entendimiento. El viaje de la Santísima Virgen es un ejemplo maravilloso de humildad. Ella, que era la Madre de Dios y había sido elevada por encima de todas las criaturas, lejos de complacerse vanamente en su altísima dignidad, va a visitar humildemente a la madre del servidor de su hijo; el Redentor se digna ir a quien había de precederle en su carrera mortal.

Movida por la caridad, María no se detuvo ante las dificultades y peligros del viaje desde Nazaret de Galilea hasta el sur de las montañas de Judea. Al llegar a la casa de Zacarías, entró y saludó a Isabel. Al oír la voz de María, Isabel recibió la plenitud del Espíritu Santo por obra del Hijo de su prima. Al momento, el hijo que llevaba en sus entrañas quedó santificado y se estremeció de gozo. Si Abraham y todos los profetas se habían regocijado con sólo prever el día lejano en que el Redentor vendría al mundo, nada tiene de extraño que Juan Bautista se haya estremecido de gozo en el seno de su madre, al quedar en su presencia. En ese mismo instante, el hijo de Isabel quedó limpio del pecado original y lleno de gracia santificante. Convertido en profeta, adoró al Mesías desde antes de nacer.
Isabel quedó llena del Espíritu Santo; por su luz, comprendió el misterio de la Encarnación que se había obrado en María y la llamó bendita entre las mujeres; sobre todo llamó bendito a Aquél por cuya Encarnación María había sido santificada y que era la fuente de todas las gracias. Isabel exclamó también: "¿De dónde a mí que la Madre de mi Señor venga a mí?" Isabel, que era estéril, había concebido por un milagro de Dios; pero María, que era virgen, había concebido por obra del Espíritu Santo. Isabel había concebido al mayor de los profetas, pero María había concebido al Hijo del Eterno Padre, Dios como Él. Juan Bautista emplearía expresiones parecidas cuando Cristo fue a pedirle el bautismo. Con la misma humildad y confusión deberíamos nosotros recibir todas las gracias de Dios, especialmente la de los sacramentos. Isabel llamó a María Madre de su Señor, es decir, Madre de Dios, y afirmó que iban a cumplirse en Ella y en su Hijo las predicciones de los profetas. María respondió a esas alabanzas con las palabras del "Magnificat", que constituyen la más perfecta acción de gracias por la Encarnación del Hijo de Dios y la prueba más bella de la humildad de la Virgen. En el "Magnificat" María alaba a Dios con todas las potencias de su ser y hace recaer sobre El toda la gloría.
Los franciscanos empezaron a celebrar esta fiesta en el siglo XIII; en 1389 fue extendida a toda la Iglesia de occidente. En el oriente sólo la celebran los melquitas católicos, los maronitas y los malabares. Acerca de la celebración litúrgica, véase F. G. Holweck, Calendarium jestorum Dei et Dei Matris (1925), pp. 213-214.

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