sábado, 17 de julio de 2021

17 de julio SAN ALEJO, EL HOMBRE DE DIOS

 

(Siglo V) - Se cuenta que a principios del siglo V, vivía en Edesa de Siria un mendigo a quien el pueblo veneraba como a un santo. Después de su muerte, un autor anónimo escribió su biografía. Como ignoraba el nombre del mendigo, le llamó simplemente «el hombre de Dios». Según ese documento, el hombre de Dios vivió en la época del obispo Rábula, quien murió el año 436. El mendigo compartía con otros miserables las limosnas que recogía a las puertas de las iglesias y se contentaba con lo que sus compañeros le dejaban. A su muerte, fue sepultado en la fosa común. Pero antes de morir, reveló a un enfermero del hospital, que él era el único hijo de un noble romano. Cuando el obispo se enteró del caso, mandó exhumar el cadáver, pero no se encontraron más que los andrajos del hombre de Dios y ningún cadáver. La fama del suceso se extendió rápidamente.

Antes del siglo IX, se había dado en Grecia el nombre de Alejo al hombre de Dios, y san José el Himnógrafo (+ 833) dejó escrita en un «kanon» la leyenda, adornada, naturalmente, con numerosos detalles. Aunque se tributaba ya cierto culto al santo en España, la devoción a san Alejo se popularizó en Occidente gracias a la actividad de un obispo de Damasco, Sergio, desterrado a Roma a fines del siglo X. Dicho obispo estableció en la iglesia de San Bonifacio del Aventino un monasterio de monjes griegos, y nombró a san Alejo copatrono de la iglesia. Como se decía que san Alejo era romano, el pueblo adoptó pronto la leyenda y, desde entonces, el santo ha sido muy popular. Se cuenta que en el siglo XII la leyenda de san Alejo ejerció profunda influencia sobre el hereje Pedro Waldo. En el siglo XV, los «Hermanos de San Alejo» le eligieron por patrono y, en 1817, la congregación de los Sagrados Corazones de Jesús y de María le nombró patrono secundario. También en el Oriente le profesa el pueblo gran devoción y aun le llama «el hombre de Dios».
La leyenda de este predecesor de san José Benito Labre, que tiene también cierto parecido con san Juan Calibites, puede resumirse así, por lo menos tal como circula en Occidente:
San Alejo era el hijo único del rico senador romano Eufeimo y de su esposa Aglaé. Nació y pasó su juventud en Roma, en el siglo V. Sus padres le enseñaron, con el ejemplo, que las riquezas que se reparten entre los pobres constituyen un tesoro en el cielo y un tesoro colmado y desbordante. Así pues, Alejo socorría desde niño a cuantos necesitados encontraba, considerándolos como benefactores por el hecho de recibir su ayuda. Temiendo que una vida de honores le distrajese del fin principal de la existencia, Alejo determinó renunciar a todas las cosas y retirarse del mundo. Por dar gusto a sus padres se casó con una rica joven, pero el mismo día del matrimonio partió de Roma, con el consentimiento de su esposa. Disfrazado de mendigo, llegó hasta Siria, donde vivió en extrema pobreza en una miserable casucha contigua a la iglesia de la Madre de Dios, en Edesa. Así pasó diecisiete años, hasta que una imagen de la Santísima Virgen habló para revelar al pueblo la santidad de su siervo, a quien calificó de «el hombre de Dios». Entonces, san Alejo huyó nuevamente a Roma para escapar a los honores. Su padre no le reconoció, pero le recibió como criado y le permitió habitar en una covacha. debajo de la escalera. Así vivió Alejo otros diecisiete años en la casa de su padre, soportando con paciencia y en silencio que le tratasen como criado. Después de su muerte, se encontró un escrito en el que revelaba su verdadera identidad y relataba su vida.
Algunos de los caminos extraordinarios que el Espíritu Santo emplea para santificar a ciertos privilegiados son más admirables que imitables. Si los santos se toman tanto trabajo para buscar las humillaciones, bien podemos nosotros aprovechar dilligentemente las quye la Providencia nos envía. Sólo a fuerza de humillarnos, podem os alcanzar la verdadera humildad y desairragar de nuestros corazones el orgullo. El veneno de este vicio corrompe todos los estados y condiciones y, con frecuencia, sobrevive aun en los hombres que han conseguido dominar todas las otras pasiones. Aun los más perfectos tienen que luchar contra el orgullo y, si no nos esforzamos por desarraigarlo, en poco tiempo echará aperder cuanto de bueno haya en nuestra vida. El orgullo se esconde detrás de las mejores acciones, nos acecha a cada paso y puede asaltarnos en cualquier parte. Y cuanto más arraigado está, más dificil es descubrirlo y reaccionar contra él. San Juan Climaco narra que un novicio a quien su superior había reprendido por la soberbia que mostraba, respondió: "Perdonadme, padre mío, pero no soy soberbio". El superior replicó, con razón: "Nada prueba mejor que los sois, que el hecho de que lo ignoráis".
Esta exhortación a la humildad cuadra perfectamente con la historia de San Alejo. Pero la vida del santo es también un ejemplo excelente de la manera como una leyenda crece y se deforma con el tiempo. Fijémonos simplemente en ciertos puntos: por ejemplo, la fuga de Alejo el día mismo del matrimonio es un incidente muy común en los anales hagiográficos. Evidentemente, un hombre sensato que no quiera casarse, no espera hasta el día del matrimonio para huir; pero, naturalmente, el dato de que aguarde hasta el día del matrimonio impresiona más la imaginación popular. Otro ejemplo: la imagen que revela al pueblo la santidad del hombre de Dios, ofrece al hagiógrafo un pretexto edificante para hacer volver al personaje a su país natal.
Aunque en 1217 se encontraron unas reliquias en la iglesia de San Bonifacio, en Roma, lo único cierto que sabemos sobre San Alejo es que vivió (si es que existió), murió y fue sepultado en Edesa. Ningún martirologio antiguo y ningún libro litúrgico romano menciona el nombre de san Alejo, el cual, según parece, era desconocido en la Ciudad Eterna hasta el año 972.
A. Amiaud editó en «La légende syriaque de S. Alexis» (1889) el texto sirio del siglo V, en el que se narra que el «hombre de Dios» reveló antes de morir que había nacido en Roma. En Analecta Bollandiana, vol. XIX (1900), pp. 241-256, se halla el texto de la versión griega más conocida; según parece, el texto griego fue redactado en Roma. Las versiones latinas pueden verse en Acta Sanctorum, julio, vol. IV. La literatura sobre el tema es enorme. Merecen especial mención los artículos de Poncelet en Science Catholique, vol. IV. (1890) y de Mons. Duchesne en Mélanges d'Archéologie, vol. X (1890). Acerca de San Alejo en el arte, cf. Künstle, Ikonographie der Heiligen, II, pp. 48-49. Sobre los aspectos folklóricos cf. Bächtold-Stäubli, Handwörterbuch des deutschen Aberglaubens, vol. I, cc. 261-262. Véase también Analecta Bollandiana, vol. LXII (1944), pp. 281-283; vol. LXIII (1945), pp. 48-55; y vol. LXV (1947), pp. 157-195. En este último artículo el P. B. de Gaiffier cita otros veintiún ejemplos, tomados de la hagiografía, de maridos que abandonaron a su esposa inmediatamente después del matrimonio sin haberla tocado ("Intactam sponsam relinquens"), o de parejas que, habiendo sido forzadas a contraer matrimonio, hacen voto de virginidad. Dichos ejemplos van desde las Actae Thomae hasta Bernardo de Montjoux. El P. de Gaiffier estudia también la evolución de la leyenda de la huída de San Alejo.

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