Entre las más célebres y veneradas imágenes de la Madre de Dios en la América del Sur, figura en lugar prominente un cuadro que representa Nuestra Señora del Rosario, pintado al temple sobre un burdo lienzo de manta de algodón a mediados del siglo XVI y maravillosamente conservado, que fue objeto de una milagrosa renovación que extendió el culto y la devoción de esa imagen hasta nuestros días, cuando se la venera como Reina y Patrona Colombia, bajo la advocación de Nuestra Señora de Chiquinquirá. En la población del mismo nombre, situada a 157 kilómetros de Bogotá, la Virgen tiene un suntuoso y monumental santuario que es el centro del fervor de la católica Colombia, ufana de que la Madre de Dios la haya escogido para asiento de su grandeza y trono de su misericordia.
Cuentan las crónicas que, en 1538, consumada la conquista de lo que hoy es el territorio de Colombia, el capitán Gonzalo Jiménez de Quesada comenzó a organizar el gobierno de las nuevas tierras. A uno de los soldados que le acompañaron en la empresa, llamado Antonio de Santana, le encargó del gobiernode los pobladores de dos aldeas vecinas: la de Suta (que ahora se llama Marchán) y la de Chiquinquirá, con el título de encomendero. Como Antonio era muy piadoso y tenía particular devoción por la Virgen del Rosario, tan pronto como se vio en su puesto de mando, hizo construir una modesta capilla de cañas, tierra y paja, con la intención de rendir culto en ella a Nuestra Señora y exponerla a la veneración pública. Terminada la construcción, recurrió a los buenos oficios de un pintor, llamado Alonso de Narváez, para que le copiase, en mayor tamaño, la imagen de una deteriorada estampa que tenía consigo. El artista puso manos a la obra: clavó en el bastidor una manta de algodón burdamente tejida por los indios y más ancha que larga, puesto que no había otro lienzo del cual echar mano y comenzó a mezclar tierras de colores con el zumo de algunas yerbas para reproducir la figura. Con aquellos medios rudimentarios y primitivos, el hábil Alonso de Narváez hizo una hermosa pintura de la Virgen en la parte central del lienzo; pero en ambos lados quedaban unos espacios en blanco que afeaban el conjunto, por lo que el artista decidió llenarlos con las figuras de San Andrés Apóstol y San Antonio de Padua.
El encomendero Antonio de Santana quedó muy complacido con la obra, colocó el cuadro en su modesta capillita de tierra, en Suta y, desde aquel momento, comenzó a propagar la devoción por su amada Virgen del Rosario entre los pobladores del lugar.
No tardaron mucho los indios de la comarca en rendir culto a la imagen y, a diario, acudían a visitarla y a depositar ofrendas en su altar. Sin embargo, la organización del Virreinato de Nueva Granada (Colombia), reclamaba los servicios del encomendero que debió ausentarse de Suta, y su capilla, abandonada a las inclemencias del tiempo, se deshacía en ruinas. Por un enorme agujero abierto en el techo entraban las lluvias, la tierra y el viento, para caer directamente sobre la imagen, de manera que, en 1565, diez años después de haber sido pintada, el cura párroco de Suta, Juan Alemán de Leguizamón, por encargo del Sr. de Santana, que ya vivía en Bogotá, se allegó a la arruinada capillita y encontró el cuadro tan desteñido, manchado, sucio y desgarrado (los testigos dijeron que eran seis los rasgones más grandes de la tela), que lo quitó del altar y lo dejó arrumbado en la casa deshabitada del antiguo encomendero. Este murió al año siguiente en la capital del Virreinato y su viuda, Doña Catalina, llegó a Suta para quitar su casa y establecerse en la vecina población de Chiquinquirá. Al cuadro de la Virgen se lo llevó consigo y, sin preocuparse por hacerle la menor reparación, lo dejó en un rincón del pequeño oratorio particular que se hizo construir en el jardín de su nueva casa.
Ahí permanecía, igualmente descolorida y rota, diez o doce años después, hasta 1585, cuando llegó a vivir a Chiquiquirá una pariente de Doña Catalina llamada María Ramos. Esta mujer tenía una acendrada devoción por la Virgen del Rosario y, no bien reparó en la imagen abandonada y en el estado lamentable en que se encontraba, lo limpió, lo arregló lo mejor que pudo y lo expuso en el sitio principal del oratorio. Como antaño lo había hecho el de Santana, su pariente Doña María fomentó la devoción a la imagen, se preocupó por mantener limpia y adornada la capillita y no pasaba día sin que fuese a rezar ante la Virgen del Rosario; una de sus peticiones más ferviente era la de ver renovada la borrosa pintura para contemplar a su gusto el rostro de la Madre de Dios.
Al año siguiente, el 26 de diciembre de 1586, cuando María Ramos se disponía a salir de la capilla, una de sus criadas le llamó la atención sobre ln apariencia que mostraba el cuadro. “¡Mira, señora!”, le dijo casi a gritos. “Parece que la Madre de Dios se sale de su lugar y brilla como si se estuviera quemando”. Doña María quedó asombrada al ver que, efectivamente, los colores que minutos antes había visto desteñidos y borrosos, aparecían de pronto vivos y brillantes, los trazos nítidos y, además, la figura de la Virgen estaba rodeada por un resplandor maravilloso. Toda la población de Chiquinquirá fue testigo de la prodigiosa transformación el mismo día; la fama del suceso se extendió por toda la comarca, comenzaron las romerías y peregrinaciones y las autoridades eclesiásticas intervinieron. La primera encuesta judicial tuvo lugar quince días después del suceso, por iniciativa del señor cura de Suta, padre Juan de Figueredo, quien, al convencerse del prodigio, inició la construcción de una iglesia más amplia y firme para el cuadro de la Virgen. Una segunda encuesta, con la intervención del arzobispo de Bogotá y otros altos prelados y autoridades civiles, se llevó a cabo en 1587.
Una vez que quedó debidamente certificada la autenticidad de la prodigiosa transformación de la pintura, su renombre se extendió rápidamente. Los principales personajes de la historia nacional le rindieron homenaje y, en 1815 prestó sus joyas a los insurgentes para combatir a los realistas. En 1608, se inauguró en el mismo lugar del milagro, una iglesia amplia y firme, que se puso al cuidado de los frailes predicadores de Santo Domingo, quienes establecieron un convento y una hostería en Chiquinquirá. La devoción por la Virgen del Rosario creció más todavía, sobrepasó las fronteras del país y atrajo a millares de peregrinos, cuando se propagaron las noticias de las curaciones maravillosas que se operaban en el santuario por intercesión de la Madre de Dios. El nuevo templo fue insuficiente para contener a tan elevado número de visitantes y, en 1801, fue colocada la primera piedra del magnífico y monumental santuario actual. Doce años después, sin estar concluida la obra, la imagen fue trasladada a su nueva casa y, en 1824, fue consagrado el santuario de Chiquinquirá, un templo colosal, todo de piedra, con dos torres de 37 metros de altura, tres naves en el interior y quince capillas, correspondientes a los misterios del Rosario, en torno al altar mayor, donde está el cuadro maravillosamente conservado y materialmente cubierto de riquísimas joyas.
El 9 de julio de 1919, la Virgen del Rosario fue trasladada en procesión desde Chiquinquirá hasta Bogotá donde, en solemnísima ceremonia, fue coronada .como Reina y Patrona de Colombia. En la misma fecha, se estableció una fiesta, con misa y oficio propios. Con sus nuevos títulos, la venerada imagen fue devuelta al trono de su santuario donde recibe amorosa, como una verdadera Madre, a las multitudes que acuden a postrarse a sus pies y no cesa de derramar bendiciones sobre sus hijos a los que ampara bajo su piadosa protección.
Los datos para este artículo fueron tomados de Verdadera Histórica Relación del Origen y prodigiosa transformación de la Santísima Virgen de Chiquinquirá, de Fr. Pedro de Tobar y Buendía, O.P. (1694), así como de la Historia de la Provincia de San Antonino, en Nueva Granada de Fr. Alfonso de Zamora, O.P. Cf. también, Historia de la Milagrosa imagen de Chiquinquirá, de Fr. A. Mesanza, O.P. y Revista Histórica (Lima), vol. II, 1907.
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