(199 P. C.) - San Víctor, originario de África, sucedió en el pontificado a San Eleuterio hacia el año 189. Las virtudes que le habían preparado a tan alto puesto hicieron de él un digno sucesor de los apóstoles y le ayudaron a afrontar las dificultades de su época. Por ejemplo, ciertos cristianos del Asia que vivían en Roma, insistían en celebrar la Pascua según su propia tradición, aunque no fuese en domingo. Como ciertos obispos de Asia los apoyasen, San Víctor los amenazó con la excomunión. San Ireneo de Lyon y otros prelados protestaron contra la severidad del Pontífice, haciendo notar que hasta entonces se habían tolerado las diferencias disciplinares para conservar la paz entre los cristianos. Según parece, la protesta tuvo éxito. Pero San Víctor siguió defendiendo, con perfecta razón, su derecho a exigir la uniformidad en su diócesis, sin que los otros obispos se mezclasen en ello. Otra de las dificultades con las que el santo tuvo que enfrentarse, fue la enseñanza de cierto comerciante en cuero, originario de Bizancio, llamado Teódoto, quien sostenía que Jesucristo era simplemente un hombre dotado de poderes sobrenaturales.
San Víctor murió antes de que comenzase la persecución de Septimio Severo, y no hay ninguna razón para suponer que haya sido martirizado. Pero las persecuciones que debió sufrir a causa de su enérgico celo por la fe, le merecen el título de mártir que le da la liturgia. El nombre de San Víctor aparece en el canon de la misa ambrosiana. Según San Jerónimo, el santo Pontífice fue el primero que celebró los sagrados misterios en latín. En Escocia se le tributaba antiguamente particular devoción, debido a la leyenda de que había enviado misioneros a esa nación.
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