Carlo Dolci, María Magdalena, 1664
(Siglo I) - La historia de María Magdalena es una de las más conmovedoras del Evangelio. Los evangelistas hablan de tres mujeres: la pecadora (Luc. 7:37-50); María Magdalena, una de las mujeres que seguían al Señor (Juan 20:10-18) y María de Betania, la hermana de Lázaro (Luc. 10:38-42). La liturgia romana identifica a las tres mujeres con el nombre de María Magdalena, como lo hace la antigua tradición occidental desde la época de San Gregorio Magno. [La identificación de las tres mujeres es cosa común en occidente. Muchos escritores latinos, siguiendo a San Gregorio Magno, lo hacen así, aunque otros, como San Ambrosio, San Jerónimo, San Agustín, San Alberto Magno y Santo Tomás, no se pronuncian sobre la cuestión. En cambio, la mayoría de los padres griegos distinguen tres o por lo menos dos personajes diferentes y esa es la tradición que priva en el oriente, aun entre los católicos. Por ejemplo, los católicos bizantinos celebran el 22 de julio a la María Magdalena del vaso de alabastro y a las otras dos en otras tantas fechas diferentes].
El nombre de María Magdalena se deriva de Magdala, una población situada sobre la orilla occidental del mar de Galilea, cerca de Tiberíades, en la que el Señor encontró por primera vez a aquella mujer. San Lucas hace notar que era una pecadora (aunque no afirma que haya sido una prostituta, como se supone comúnmente). Cristo cenaba en la casa de un fariseo donde la pecadora se presentó y al momento se arrojó al suelo frente al Señor, se echó a llorar y le enjugó los pies con sus cabellos. Después le ungió con el perfume que llevaba en un vaso de alabastro. El fariseo interpretó el silencio y la quietud de Cristo como una especie de aprobación del pecado y murmuró en su corazón. Jesús le recriminó por sus pensamientos. Primero le preguntó en forma de parábola cuál de dos deudores debe mayor agradecimiento a su acreedor: aquél a quien se perdona una deuda mayor, o al que se perdona una suma menor. Y descubriendo el sentido de la parábola, le dijo directamente: "¿Ves a esta mujer? Al entrar en tu casa, no me diste agua para lavarme los pies, pero ella me los ha lavado con sus lágrimas y me los ha enjugado con sus cabellos. Tú no me diste el beso de paz; en cambio ella no ha cesado de besarme los pies. Tú no me ungiste la cabeza y ella me ha ungido los pies. Por ello, te digo que se le han perdonado muchos pecados, pues ha amado mucho. En cambio, aquél a quien se perdona menos, ama menos." Y volviéndose a la mujer, le dijo: "Perdonados te son tus pecados. Tu fe te ha salvado. Vete en paz."
En el capítulo siguiente, San Lucas, habla de los viajes de Cristo por Galilea, dice que le acompañaban los apóstoles y que le servían varias mujeres. Entre ellas figuraba María Magdalena, "de la que había arrojado siete demonios." Más adelante, narra que, en cierta población, el Señor fue recibido por Marta y su hermana María. Probablemente las dos hermanas se habían ido a vivir a Betania con su hermano Lázaro, a quien el Señor había resucitado a petición de ellas. Marta, que trabajaba afanosamente, pidió al Señor que dijese a su hermana que fuese a ayudarla, pues María no se separaba un instante de Cristo para escuchar cuanto decía. El Señor respondió a Marta las palabras que han confundido y consolado a tantas gentes: "Marta, Marta, te preocupas por muchas cosas y sólo hay una necesaria. María ha escogido la mejor parte y no le será quitada." Así, María, la pecadora, se había convertido en contemplativa.
La víspera de la entrada triunfal de Cristo en Jerusalén, que había de preceder su Pasión, Jesús cenó con la familia de Lázaro en Betania. San Juan nos dice que Jesús los amaba. En esa ocasión, María ungió nuevamente la cabeza y los pies del Señor y los enjugó con sus cabellos, de suerte que "la casa se llenó del perfume de la unción". Tampoco faltó entonces quien criticase el gesto de María. Judas se escandalizó de él, no por generosidad con los pobres, sino por avaricia, y aun los otros discípulos interpretaron la conducta de María como un exceso. Pero el Señor reivindicó una vez más a Magdalena: "¡Dejadla en paz! ¿Por qué la molestáis? Buena obra es la que ha hecho conmigo. Porque a los pobres siempre los tendréis con vosotros, pero a mí no me tendréis siempre. Esta mujer ha hecho lo que ha podido, adelantándose a ungir mi cuerpo para la sepultura. En verdad os digo que dondequiera que se predique este evangelio sobre la faz de la tierra, se dirá lo que ella ha hecho por mí." San Juan Crisóstomo comenta: "Y así ha sucedido en verdad. Por dondequiera que vayáis oiréis alabar a esta mujer... Los habitantes de Persia, de la India.., de Europa, celebran lo que ella hizo con Cristo."
Pero también se recuerda a María Magdalena por otros episodios. En la hora más oscura de la vida de Cristo, María Magdalena contemplaba la cruz a cierta distancia. Acompañada por "la otra María", descubrió que alguien había apartado la pesada piedra del sepulcro del Señor. Lo más grande que podemos decir sobre María Magdalena es que fue la primera persona que vio, saludó y reconoció a Cristo resucitado, cuando fue al sepulcro cargada de aromas y llorando amargamente. María Magdalena, la contemplativa, fue la primera testigo de la resurrección del Señor, sin la cual vana es nuestra esperanza. El Hijo de Dios quiso manifestar la gloria esplendorosa de su resurrección a aquella mujer manchada por el pecado y santificada por la penitencia.
Jesús la llamó: "¡María!" Y ella, al volverse, exclamó: "¡Maestro!" Y Jesús añadió: "No me toques, porque todavía no he subido a mi Padre Pero ve a decir a mis hermanos: Subo a mi Padre y a vuestro Padre, a mi Dios y a vuestro Dios."
La tradición oriental afirma que, después de Pentecostés, María Magdalena fue a vivir a Efeso con la Virgen María y San Juan y que murió ahí. A mediados del siglo VIII, San Wilibaldo visitó en Efeso el santuario de María Magdalena. Pero, según la tradición francesa, adoptada por el Martirologio Romano y muy difundida en occidente, María Magdalena fue con Lázaro y Marta a evangelizar la Provenza y pasó los últimos treinta años de su vida en los Alpes Marítimos, en la caverna de La Sainte Baume. Poco antes de su muerte, fue trasladada milagrosamente a la capilla de San Maximino, donde recibió los últimos sacramentos y fue enterrada por el santo.
La primera mención del viaje de María Magdalena a la Provenza data del siglo XI, a propósito de las pretendidas reliquias de la santa que se hallaban en la abadía de Vézelay, en Borgoña. Pero la leyenda no tomó su forma definitiva sino hasta el siglo XIII, en la Provenza. A partir de 1279, empezó a afirmarse que las reliquias de Santa María Magdalena se hallaban en Vézelay, en el convento dominicano de Saint-Maximin. Todavía en la actualidad es muy popular la peregrinación a dicho convento y a la Sainte Baume. Pero las investigaciones modernas, especialmente las que llevó a cabo Mons. Duchesne, han demostrado que no se pueden considerar como auténticos ni las reliquias, ni el viaje de los amigos del Señor a Marsella. Así pues, a pesar de los clamores de la tradición local francesa, hay que confesar que se trata de una fábula.
Otra de las curiosas leyendas muy difundidas en la Edad Media, afirmaba que María Magdalena era la prometida de San Juan Evangelista cuando el Señor llamó a éste para que le siguiera. "Despechada al verse abandonada por su prometido, María Magdalena se entregó a todos los vicios. Pero, como no convenía que la vocación de San Juan fuese la ocasión de la condenación de María Magdalena, Nuestro Señor la movió misericordiosamente a la penitencia. Y, dado que María Magdalena había hecho de la carne su mayor deleite, Cristo le concedió sobre todos los dones el don del amor a Dios, que es el mayor deleite espiritual." ("Leyenda de Oro").
Se ha escrito mucho sobre el viaje de María Magdalena a la. Provenza. Sin embargo, la leyenda de que pasó sus últimos años en Sainte Baume carece de toda probabilidad. J. de Launoy fue el primero en criticar la leyenda, en el siglo XVII: los historiadores católicos posteriores le han dado la razón. Los bolandistas modernos se han ocupado del problema en diversas ocasiones (ver, por ejemplo, Analecta Bollandiana, vol. XII, 296: XVI, 515; XVII, 361, etc.), y en todas ellas se han pronunciado decididamente en contra de la leyenda. Véase también el estudio de Mons. Duchesne. Fastes Episcopaux, vol. I, pp. 321-359; el ensayo de G. de Manteyer en Mélanges d´archéologie et d´histoire, vol. XVII (1897), pp. 467-489; G. Morin, en Revue Bénédictine, vol. XXVI (1909), pp. 24-33: el artículo de E. Vacandard en Revue des questions historiques (1924), pp. 257-305; el estudio del P. H. Thurston en Studies, vol. XXIII (1934), pp. 110-123 (en la última parte de este artículo, por error de imprenta, se habla de "Saint-Marcellin" en vez de "Saint-Maximin"); y H. Hansel, Die María Magdalena-Legende (1937). Hay un excelente resumen del problema en Baudot y Chaussin, Vies des Saints..., vol. VII (1949), pp. 526-543. El punto de vista de los que creen en la leyenda, ha sido expuesto muy a fondo por J. Verán y J. Sagette (1868 y 1880, respectivamente). En Leclercq, DAC., vol. VIII, cc. 2038-2086, Lazare, hay una bibliografía muy extensa; se trata de un artículo en que el autor, admirablemente documentado, discute a fondo el problema. Es muy conocida la biografía de Santa María Magdalena escrita por Lacordaire; pero, por excelente que sea desde el punto de vista de la devoción y el estilo, carece totalmente de valor desde el punto de vista histórico. En Blackfriars, vol. XXXII (1951), pp. 407-414, 478-488, C. M. Girdlestone discute la cuestión del viaje de las Marías a la Provenza.
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