SÁBADO DENTRO DE LA OCTAVA
DE LA EPIFANÍA DE NUESTRO SEÑOR
Estación litúrgica en Roma - San Pedro del Vaticano
Semidoble
(ornamentos blancos)
Hallaron al Niño con María, su Madre,
y prosternándose lo adoraron; y abiertos
sus cofres le ofrecieron presentes
de oro, incienso y mirra.
(Mateo 2, 11)
Lección
Álzate Jerusalén y resplandece, porque viene tu lumbrera, y la gloria del Señor brilla sobre ti. Pues mientras las tinieblas cubren la tierra, y densa oscuridad a las naciones, se levanta sobre ti el Señor, y se deja ver sobre ti su gloria. Los gentiles vendrán hacia tu luz, y reyes a ver el resplandor de tu nacimiento. Alza tus ojos y mira en torno tuyo: todos estos se congregaron y vendrán a ti; vendrán de lejos tus hijos, y tus hijas serán traídas al hombro. Entonces lo verás, y te extasiarás; palpitará tu corazón y se ensanchará; pues te serán traídas las riquezas del mar; y te llegarán los tesoros de los pueblos. Muchedumbre de camellos te inundará, dromedarios de Madián y Efá. Todos ellos vienen de Sabá, trayendo oro e incienso y pregonando las glorias del Señor.
Isaías LX, 1-6
Evangelio
Cuando hubo nacido Jesús en Betlehem de Judea, en tiempo del rey Herodes, unos magos del Oriente llegaron a Jerusalén, y preguntaron: “¿Dónde está el rey de los judíos que ha nacido? Porque hemos visto su estrella en el Oriente y venimos a adorarlo”. Oyendo esto, el rey Herodes se turbó y con él toda Jerusalén. Y convocando a todos los principales sacerdotes y a los escribas del pueblo, se informó de ellos dónde debía nacer el Cristo. Ellos le dijeron: “En Betlehem de Judea, porque así está escrito por el profeta: "Y tú Betlehem (del) país de Judá, no eres de ninguna manera la menor entre las principales (ciudades) de Judá, porque de ti saldrá el caudillo que apacentará a Israel mi pueblo”. Entonces Herodes llamó en secreto a los magos y se informó exactamente de ellos acerca del tiempo en que la estrella había aparecido. Después los envió a Betlehem diciéndoles: “Id y buscad cuidadosamente al niño; y cuando lo hayáis encontrado, hacédmelo saber, para que vaya yo también a adorarlo”. Con estas palabras del rey, se pusieron en marcha, y he aquí que la estrella, que habían visto en el Oriente, iba delante de ellos, hasta que llegando se detuvo encima del lugar donde estaba el niño. Al ver de nuevo la estrella experimentaron un gozo muy grande. Entraron en la casa y vieron al niño con María su madre. Entonces, prosternándose lo adoraron; luego abrieron sus tesoros y le ofrecieron sus dones: oro, incienso y mirra. Y, avisados en sueños que no volvieran a Herodes, regresaron a su país por otro camino.
Mateo II, 1-12
Catena Aurea
San Jerónimo, in Matthaeum, 1
Es de creer que el evangelista puso primeramente, como leemos en el hebreo Judá, no Judea. Porque no habiendo en las demás naciones ninguna ciudad llamada Belén, no podía poner aquí, con objeto de distinguirla, Belén de Judea; y por eso escribe Judá. Pues en el libro de Josu, hijo de Nave, leemos otra ciudad de Belén en la Judea.
San Ambrosio, in Lucam, 3,41
Se cuenta que habiendo entrado en Ascalón unos salteadores idumeos, se llevaron cautivo, entre otros a Antípater. Iniciado éste en los misterios de los idumeos, se une en estrecha amistad con Hircano, rey de Judea. Este le envió a Pompeyo para que hablase en su favor. Y habiendo prosperado la embajada, pretendió como recompensa una parte del reino. Muerto Antípater, un decreto del senado concede, bajo Antonio, el reino de los judíos a su hijo Herodes; resultando que éste, sin afinidad ninguna con la raza judía 1, se alzó con el reino por la falsía y las intrigas.
San Agustín, in sermone 2 de Epiphania
No se manifestó Jesús ni a los sabios ni tampoco a los justos, sino que prevaleció la ignorancia en la rusticidad de los pastores y la impiedad en los magos sacrílegos de la Caldea. A unos y a otros se ofrece aquella piedra angular, porque había venido a elegir la ignorancia para confundir a los sabios, y no a llamar a los justos, sino a los pecadores, a fin de que ningún poderoso se ensoberbeciese y ningún débil desesperase.
San Agustín, in sermone 2 de Epiphania
Eran muchos los reyes que habían nacido y habían muerto en Israel; ¿era por ventura alguno de éstos a quien los magos buscaban para prestarle adoración? Ciertamente no, porque de ninguno de ellos les había hablado el cielo. Estos reyes, extranjeros y de un país tan remoto, no se juzgaban obligados a prestar un homenaje tan grande a un rey de la clase y condición que lo eran ellos en su país; sino que habían aprendido que debía ser tal la condición del que había nacido, que, adorándolo, no podía ofrecerles duda alguna el conseguir la salvación, que consiste en el mismo Dios. Por otra parte, tampoco la edad se prestaba a la adulación humana, no estaban cubiertos de púrpura los miembros del recién nacido, ni brillaba una diadema en su cabeza; ni pudo ser la pompa de los servidores, ni el terror de los ejércitos, ni la fama de gloriosos combates lo que atrajese a estos varones de tan remotas tierras con fe tan grande y tan ardientes votos. Un niño recién nacido, pequeñito, menospreciado por la pobreza se manifiesta recostado en un pesebre. Pero se oculta bajo estas apariencias alguna cosa grande que aquellos hombres, primicias de los gentiles, habían comprendido, no por testimonio de la tierra, sino del cielo. Por eso decían: "Hemos visto su estrella en el Oriente". Anuncian y preguntan, creen y buscan, a imagen de aquéllos que caminan en la fe y desean ver.
San León Magno, in sermone 4 de Epiphania
Sin embargo, son vanos tus temores, oh Herodes; tus reinos son pequeños para Cristo. El soberano del mundo no puede contentarse con los estrechos límites a donde alcanza tu dominio. Aquél que tú no quieres que reine en Judea, reina en todas partes.
Teodoreto, homilia 1 in concilio Ephesino
Si hubiera elegido la gran ciudad de Roma, se habría creído que el cambio verificado en el mundo era resultado del poder de sus habitantes; si hubiera nacido hijo de un emperador, se hubiera atribuido este resultado a su poder. ¿Qué hizo, pues? Elegir todo lo humilde, todo lo pobre y vil para que no hubiera la menor duda de que era el poder divino el que hacía la transformación del universo. He ahí por qué eligió una Madre pobre y una patria más pobre aún; y he ahí también por qué carece de lo más necesario para vivir. Esto es lo que nos enseña el pesebre.
Remigio
Y les pregunta con maña porque era muy astuto y temía que los magos, no regresando donde él, le dejaran sin saber qué hacer para matar al niño.
Pseudo-Crisóstomo, opus imperfectum super Matthaeum, hom. 2
¿Qué tiene de extraño que el Sol de Justicia naciente se manifieste a los hombres precedido de una estrella? Ella se detiene sobre la cabeza del niño como para decir: "Aquí está". La que no podía hacerlo por medio de palabras, lo hace deteniéndose.
San León Magno, in sermone 4 de Epiphania
Pequeño de cuerpo, necesitando de los cuidados de los demás, incapaz de hablar y sin diferenciarse en nada de los demás niños, porque así como eran incontestables a causa de los testimonios que afirmaban que en él se encontraba invisible la majestad de Dios, de la misma manera debía probarse que aquella esencia eterna del Hijo de Dios estaba unida a la naturaleza humana.
"Con María su Madre".
La glosa
La respuesta fue dada por el Señor, porque ningún otro trazó este camino para volver, sino aquel que dijo: "Yo soy el camino". Sin embargo, no es el niño el que les habla, a fin de que la divinidad no se revele antes de tiempo y sólo aparezca la verdad de la humanidad. Dice pues: "Y habida respuesta", porque así como Moisés clamaba en silencio, de la misma manera ellos preguntaban la voluntad divina en el silencio de sus piadosos deseos. Y añade: "Se volvieron a su tierra por otro camino", porque no debían ellos mezclarse más con los judíos infieles.
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