domingo, 6 de febrero de 2022

6 de febrero SANTA DOROTEA, VIRGEN y MÁRTIR

 


Santa Dorotea, virgen y mártir, tan célebre en toda la iglesia latina, fue natural de Capadocia, de una familia distinguida por su nobleza, pero mucho más por su piedad, pues se cree que su padre y su madre habían ya merecido la dicha de derramar su sangre y dar la vida por Cristo, cuando su hija Dorotea mereció también la corona del martirio.

Era tan universalmente estimada la virtud y el raro mérito de nuestra tierna doncellita en la ciudad de Cesarea, donde había nacido, que constantemente era tenida por un milagro de prudencia, de modestia y de piedad, mirándola como ejemplo de todas las doncellas cristianas.

La pretendieron muchos por esposa, movidos de su nobleza, de su discreción y de su hermosura, pero la santa se había declarado tan descubiertamente por la virginidad, que los cristianos la llamaban la esposa de Jesucristo; y su virtud, acompañada de una virginal modestia, la hacía respetable hasta a los mismos paganos.

Luego de que llegó a Cesarea el gobernador Sapricio, oyó hablar mucho de las extraordinarias prendas de Dorotea, y no le dejaron de decir que ella era la que con su ejemplo y con su reputación estorbaba a los cristianos que obedeciesen los edictos de los emperadores. Con este aviso la mandó prender; y habiéndola hecho comparecer en su tribunal, la preguntó cómo se llamaba. Me llamo Dorotea, respondió la santa con aquella apacibilidad y aquella modestia que inspiraba a todos veneración y respeto a su persona. ¿Porqué rehúsas adorar los dioses del imperio? replicó el gobernador; ¿ignoras por ventura los decretos imperiales? No ignoro, respondió la santa, lo que los emperadores han mandadopero también sé que sólo se debe adorar al único Dios verdadero; y que esos que vosotros llamáis dioses del imperio son unas puras quimeras, trasformadas en deidades por el antojo de los hombres, para autorizar los mayores desórdenes, y para consagrar hasta las pasiones más vergonzosas. Pues juzgad vos mismo, señor, si será licito ofrecer sacrificio a los demonios, y si será más puesto en razón obedecer a unos hombres mortales, cuales son los emperadores, o al verdadero Dios inmortal, criador del cielo y de la tierra.

Quedó como cortado Sapricio al oír una respuesta tan cuerda y tan no esperadapero disimulando su admiración, se contentó con decirle en tono blando y cariñoso, que si no quería tener la misma suerte que sus padres, era menester obedecer, pues no había otro medio para salvar la vida.Yo no temo los tormentos, respondió la santa, ni tengo mayor ansia que dar mi vida por aquel que me redimió a costa de la suya.¿Y quién es ese por quien tanto deseas morir? replicó Sapricio —Es Jesucristo, mi Salvador y mi Dios, respondió Dorotea.— ¿Y dónde está ese Jesucristo? volvió á replicar el gobernador. —En cuanto Dios, dijo Dorotea, está en todas partes; y en cuanto hombre, está en el cielo a la diestra de Dios Padre, siendo la gloria de todos los que le sirven, y donde después de mi muerte espero poseerle por toda la eternidad. Este es aquel paraíso delicioso, dulce estancia de los bienaventurados; esta es aquella hermosa región, donde reina una felicidad pura, sabrosa, eterna. Sapricio, para ella te convida a ti el mismo Salvador Jesucristo; pero no puedes ser admitido en ella sin hacerte primero cristiano.

No hizo caso el gobernador de lo que acababa de oír, y dijo a la santa — Déjate de todas estas vanas y extravagantes ideas; créeme, sacrifica a los dioses, y cásate: si no lo haces así, voy a condenarte al último suplicio. — No quiera Dios, respondió Dorotea, que siendo cristiana sacrifique a los demonios, ni que teniendo la dicha de ser esposa de Jesucristo, piense jamás en otro esposo. La interrumpió Sapricio, y ordenó que la entregasen a dos hermanas llamadas Crista y Calixta, que pocos días antes habían renunciado a la fe de Jesucristo, prometiéndoles un gran premio si lograban pervertir a Dorotea. Hicieron las dos cuanto pudieron para derribarla y para obligarla a apostatar, como lo habían hecho ellas; pero sucedió tan al contrario, que nuestra santa las redujo a ellas al gremio de la santa iglesia, porque las habló con tanta viveza y con tanta eficacia, que, rendidas a sus exhortaciones, conocieron y detestaron su apostasía; pero al mismo tiempo desconfiaban de su salvación á vista de un delito tan enorme.

Les declaró Dorotea, que si había sido grande el delito de negar a Jesucristo, aun  era mucho mayor el de desconfiar de su misericordia; que no había enfermedad incurable para la virtud de un médico omnipotente, el cual, decía la santa doncella, quiso tomar el nombre de Salvador; solo por salvar a todos los hombres de sus pecados. Arrojaos pues en los brazos de su misericordia, abrazad la penitencia, arrepentíos de corazón de todas vuestras culpas, y yo salgo por fiadora de vuestra eterna salvación.

Deshechas en lágrimas las dos hermanas Crista y Calixta, se arrojaron a los pies de nuestra santa, suplicándola hiciese oración por ellas, para que el Señor se dignase de aceptar su penitencia. Lo hizo Dorotea, y las fortificó tanto en la fe, que, llamadas por el gobernador para saber si la habían reducido a sacrificar a los ídolos, le respondieron que harto arrepentidas estaban ellas de haber cometido esta vileza, cuanto más de persuadir a nadie que la ejecutase. Arrebatado Sapricio de furor al oír esta respuesta, mandó que si luego al punto no sacrificaban de nuevo, en aquella misma hora fuesen arrojadas las dos, ligadas por las espaldas, en una gran caldera de agua hirviendo a vista de Dorotea. Se ejecutó así, y las dos santas hermanas pidieron al Señor que aceptase aquel tormento en satisfacción de sus pecados, teniendo la dicha de recibir la corona del martirio antes que la misma que tan felizmente las había restituido al camino de su salvación.

Enfurecido Sapricio a vista de un suceso tan poco esperado, mandó que Dorotea fuese aplicada a cuestión de tormento, dando orden para que la atormentasen sin piedad. No es posible imaginar lo mucho que padeció la santa doncella por la inhumana crueldad de los verdugos. En medio de eso estaba tan extraordinariamente alegre en el potro, que, admirado Sapricio, no se pudo contener sin preguntarle la causa de aquella extraordinaria alegría. Estoy sumamente gozosa, respondió la santa, porque en mi vida he tenido el consuelo que hoy experimento, considerando que mi Dios se ha valido de mí para restituir a Jesucristo aquellas dos almas que vosotros le habíais quitado, y espero que muy presto iré a hacer compañía a los bienaventurados en la alegría que tienen también por lo mismo.

Mandó Sapricio que la apaleasen cruelmente, y que le abrasasen los costados con hachas encendidas. Cuanto más la atormentaban, más alegre se mostraba Dorotea; tanto, que podía parecer insultaba a Sapricio aun más que le temía. Al fin, avergonzado éste de verse como vencido por una tierna doncellita, pronunció sentencia de que la cortasen la cabeza. Apenas la oyó la santa, cuando, llena de alegría, exclamó: Bendito seáis, Señor, por la gracia que me hacéis de darme lugar en vuestro paraíso, adonde me llamáis.

Cuando la llevaban al suplicio, la encontró un abogado joven, llamado Teófilo, grande enemigo de los cristianos, y la dijo, haciendo chacota de ella: Mira que te encargo, esposa de Jesucristo, que no dejes de enviarme unas flores y unas manzanas del jardín de tu esposo, cuando llegues a él. Se lo prometió Dorotea; y cuando estaba al pie del cadalso, donde había de ser degollada, se le apareció un gallardo mancebo, que traía en un canastillo flores y tres hermosísimas manzanas pendientes de un ramo, con hojas verdes y frescas, no obstante de ser tan fuera de tiempo. Le suplicó la santa que de su parte las llevase a Teófilo, mientras ella se iba al cielo en busca de su divino Esposo; y habiéndose puesto de rodillas, inundado el semblante de celestial alegría, alargó el cuello al cuchillo, y la cortaron la cabeza el día de febrero del año de 308.

Estaba Teófilo contando a sus amigos lo que le había pasado, cuando el mancebo de l as manzanas se llegó a él, y retirándole aparte, le presentó aquellas manzanas y aquellas flores en nombre de Dorotea y al punto desapareció. El milagro era evidente, porque era el mes de febrero, y estaba a la sazón toda la Capadocia cubierta de nieve y hielo. Teófilo le tuvo por tal, y sintiéndose mudado de repente, comenzó a clamar que sólo Jesucristo era Dios verdadero, y que eran bienaventurados los que a ejemplo de Dorotea derramaban su sangre por Él. Se publicó luego por toda la ciudad una conversión tan milagrosa como repentina. Preguntado el mismo Teófilo, confesó la fe de Jesucristo, publicó el milagro, y fue a hacer compañía a Dorotea en la gloria, recibiendo la corona del martirio.

Las reliquias de esta santa son muy solicitadas de los pueblos por la singular devoción que la profesan. Roma se gloría de tener la mayor parte de su cuerpo en la iglesia de su nombre, donde todos los años en el día de su fiesta se bendicen unas manzanas en memoria del milagro que dejamos referido. En Bolonia de Italia, en Arles, en Lisboa y en la cartuja de Sirch hay reliquias de santa Dorotea.

No hay comentarios.:

Publicar un comentario

Sede Vacante desde 1958

Sede Vacante desde 1958