El mártir se hizo insensible a estas súplicas, por temor a que pareciera que no ofrecía a Dios su integridad y su fidelidad. Repitió aquellas palabras dichas por Nuestro Señor: «Al que me negare ante los hombres, yo le negaré ante mi Padre que está en los cielos», y evitó dar una respuesta directa a las súplicas de sus amigos. Fue de nuevo confinado a la prisión, donde se le tuvo por largo tiempo, sufriendo todavía más penalidades y tormentos corporales que pretendían quebrantar su constancia. Un segundo juicio público no produjo más efectos que el primero, y en la sentencia final se hizo saber que, por desobediencia al edicto imperial, el reo sufriría la pena de ser ahogado en el río. Se dice que Ireneo protestó de que tal muerte era indigna de la causa por la que él sufría. Suplicó que se le diera una oportunidad para probar que un cristiano, fortalecido con la fe en el único y verdadero Dios, podía enfrentarse sin desmayar a los más crueles tormentos del perseguidor. Se le concedió que fuera primero decapitado y que después, su cuerpo fuera lanzado desde el puente al río. La narración de la muerte del mártir, hecha originalmente en griego, ha sido incluida por Ruinart en su colección de «Acta Sincera».
El texto puede también ser leído en el Acta Sanctorum, marzo, volumen III, con el original griego impreso en el apéndice.viernes, 25 de febrero de 2022
25 de febrero SAN IRENEO DE SIRMIO, OBISPO Y MÁRTIR
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