viernes, 8 de octubre de 2021

8 de octubre SANTA BRÍGIDA, VIUDA





 Santa Bírgita, llamada vulgarmente Santa Brígida, fue hija de Birgerio, príncipe de la sangre real de Suecia, y de Sigrida, princesa de casa no menos ilustre. Siendo en los dos tan grande la nobleza, aún era mayor en ambos la virtud. No se reconoció en el reino familia más cristiana, siendo su ejemplar piedad edificación y admiración de la corte. Estando Sigrida embarazada de Brígida, corrió gran peligro de naufragar en el mar, de que se libró por un milagro. La noche siguiente se la apareció en sueños un venerable anciano, que la dijo haberla salvado Dios la vida por la niña que traía en sus entrañas, y la añadió: Críala con cuidado, porque ha de ser una gran santa.

Nació Brígida por los años de 1302, y fué acompañado su nacimiento de una extraña maravilla; porque, habiendo estado tres años sin poder pronunciar palabra, tanto que se llegó á temer quedase para siempre muda, de repente se le desató la lengua y comenzó á hablar, no ya tartamudeando como los demás niños, sino con tanta libertad y con tanto vigor en la pronunciación como cualquiera persona de avanzada edad. Poco después perdió á su madre, y su padre Birgerio confió su educación á una tía suya, cuya virtud y capacidad tenía muy conocidas. Estando un día en su cuarto se le apareció la santísima Virgen rodeada de celestial resplandor, con una corona de inestimable precio en la mano, y la convidó á que fuese á recibirla. Arrebatada de gozo la bendita niña, corrió apresuradamente á Ella, y se arrojó á los pies de la Señora llamándola su querida Madre, quedando este insigne favor tan fuerte y tan tiernamente impreso en su corazón y en su memoria, que le tuvo presente toda la vida, durándola por toda ella los efectos de su dulcísima ternura.

Aun no había cumplido los diez años cuando oyó un sermón de la pasión de Cristo, el que se la imprimió tan vivamente en el alma, que aquella misma noche tuvo otra visión aun más tierna que la precedente. Apareciósela el divino Salvador del mismo modo que estuvo en la Cruz cuando le clavaron en ella, pero cubierto todo de la sangre que derramaban sus llagas. Penetrada de un vivísimo dolor á vista de tan lastimoso objeto, exclamó con amoroso suspiro: ¡Ah, Señor! ¿Y quién os puso tan recientemente en ese doloroso estado? [Nuestro Sr. Jesucristo ya no sufre en la gloria, pero sufrió por nuestros pecados durante 33 años cuando estaba en la tierra]---Aquéllos, respondió el Señor, que desprecian mis mandamientos y, mostrándose insensibles á lo que padecí por ellos, corresponden á los excesos de mi amor con excesos de ingratitud. Desde aquel punto quedó tan conmovida con aquella visión, que en adelante no podía pensar en la pasión del Señor sin exhalarse en suspiros y sin deshacerse en lágrimas. Nunca se la borró de la imaginación aquella imagen del Salvador; en todas partes la tenía presente y, cuando estaba bordando, se veía muchas veces precisada á interrumpir la labor por la abundancia de las lágrimas. Habíala señalado su tía la tarea para cada día, temiendo que dedicase demasiado tiempo á la contemplación; y, queriendo un día observar en qué se ocupaba la tierna princesita, la vio con la aguja en la mano, la labor sobre las rodillas, los ojos elevados al cielo, inmóvil y derritiéndose en lágrimas; pero notó que otra doncellita de extraordinaria hermosura estaba trabajando en su misma labor, mientras ella se mantenía toda enajenada en su Dios.

Asombrada la virtuosa señora de una y otra maravilla, cogió disimuladamente la labor de Brígida y la guardó con el mayor cuidado como preciosa reliquia.

Cuando cumplió los trece años, el príncipe su padre, sin atender á sus deseos de no admitir otro esposo que á Jesucristo, la casó con un joven señor, llamado Walfango, príncipe de Nericia. Echó Dios la bendición á este matrimonio, en el cual la eminente virtud de la mujer muy desde luego se comunicó al marido, siendo uno de los más ejemplares príncipes de la corte, y toda la familia una de las más cristianas que jamás se vieron, porque Brígida, igualmente santa cuando casada que cuando soltera, fue la admiración del pueblo, y santificó á toda su casa. Concedióla Dios cuatro hijos y cuatro hijas. Carlos y Bergerio, dos príncipes cabales, murieron en la Palestina yendo á la guerra contra los infieles; á Benito y Guzmar los encontró maduros el Cielo antes que la edad estragase su inocencia. Sus hijas Margarita y Cecilia fueron en la corte dos perfectos modelos de señoras cristianas; Ingeburgis mereció ser venerada por una de las santas religiosas de su tiempo, y la menor de todas fue la ilustre Santa Catalina de Suecia. La santidad de los hijos fue fruto de la educación y de los grandes ejemplos de la virtuosa madre. Consideró siempre el cuidado de su familia como la primera de todas sus obligaciones; y, aunque dedicada toda á obras de caridad, nunca la pudieron distraer sus devociones de lo que debía á sus hijos y á sus criados.

Deseaba con tan vivas ansias la salvación de su marido, que, no satisfecha con las continuas oraciones que hacía á Dios por él, ni con dirigirle con sus consejos y animarle con sus ejemplos, hacía todo lo posible para que perdiese el gusto del mundo y hacerle gustar de Dios. Así sus conversaciones como sus reflexiones, meditaciones y lecturas, todas se encaminaban á hacer cada día más cristiano á aquel querido esposo; y con el fin de desprenderle de ciertas inclinaciones que le tenían aún asido al amor de su país, le persuadió a que emprendiese la penosa peregrinación á Santiago de Compostela de Galicia, y ella misma quiso también hacerle compañía en aquel devoto y trabajoso viaje. Pudiéronle hacer con toda comodidad, pero sólo dieron oídos al espíritu de penitencia con que le habían determinado. Al Volver de su peregrinación cayó Walfango gravemente enfermo en la ciudad de Arras; pero Dios le restituyó la salud por las oraciones de su santa mujer, á quien se la apareció San Dionisio, de quién era muy devota, y, asegurándola del recobro de su marido, le manifestó lo que Dios quería de ella. Luego que se restituyeron á Suecia, se sintió Walfango tan disgustado del mundo, que hizo voto, consintiéndolo su mujer, de dejarle enteramente, haciéndose religioso. Así lo ejecutó, tomando el habito en el monasterio de Albastro, de la Orden del Cister, donde murió santamente el día 26 de Julio, como se lee en el Menologio de la Orden.

Hallándose ya nuestra Santa enteramente libre de todos los lazos, sólo se aprovechó de su mayor libertad para hacer una vida más penitente y más perfecta. Hechas las particiones de los bienes entre los hijos, con ocasión del luto se vistió el traje de penitencia. Condenó el mundo esta resolución, y se burló de ella la corte; pero ni la corte ni el mundo eran su regla. Manifestóla luego el Señor cuán grata le había sido la determinación que había tomado, porque se la apareció Jesucristo rodeado de una resplandeciente luz y la dijo que la tomaba por esposa suya, y que la manifestaría varios secretos conducentes á la salvación de muchas almas escogidas, y la añadió: Presta, pues, oídos á mi voz con humildad, y da fiel cuenta á tu confesor de todo lo que Yo te descubriere en adelante.

En los treinta años que sobrevivió á su marido juntó perfectamente las obligaciones de la vida interior con los ejercicios de la más ardiente caridad, de la más tierna devoción y de la más austera penitencia. No usó cosa de lienzo en aquellos treinta años; cubrió su cuerpo con un áspero cilicio, y traía á raíz de sus carnes una cuerda llena de nudos que se metían dentro de ellas. Su cama era una sola manta tendida sobre unos palos, sin que los excesivos fríos de Suecia la rindiesen á buscar otro abrigo para defenderse de ellos. Hacía tantas genuflexiones, postrábase tantas veces, y besaba la tierra con tanta frecuencia, que no se comprendía cómo era capaz de resistir á tan rigurosas penitencias una princesa tan delicada y de tan débil complexión.

No hubo en el mundo persona de más ingeniosa inventiva para darse á sí misma en qué padecer. Ayunaba cuatro días en la semana, y los viernes á pan y agua. No era menos penitente en sus vigilias. Pasaba la mayor parte de la noche en oración, interrumpiéndola sólo cuando la vencía el sueño por poco tiempo. Era tan dulce y tan suave con los otros como severa y rigurosa consigo misma; pero su caridad y su amabilidad se explicaban particularmente con los pobres. Cada día daba de comer á doce, sirviéndolos ella misma á la mesa. Fundó en Wastein un monasterio para religiosas, y admitió en él hasta sesenta, á quienes dio unas constituciones que se conocía bien ser dictadas por el espíritu de Dios. Brindó también con ellas á veinticinco religiosos que vivían bajo la Regla de San Agustín; admitiéronlas con gusto, y éste fue el origen de aquella religión monacal que se llamó después del Salvador, ó los monjes brigitanos, y fue aprobada por la Silla Apostólica. Hacía dos años que estaba retirada en su monasterio de Wastein, cuando se la apareció Nuestro Señor y la dijo ser su voluntad que fuese en peregrinación á Roma, para venerar las reliquias de tantos santos, y singularmente el sepulcro de los Santos Apóstoles. Obedeció ; y, sin acobardarla las dificultades de un viaje tan trabajoso y tan largo, se puso en camino, acompañada de su querida hija Catalina. En Roma brilló más que en otra parte el resplandor de su eminente santidad. Todas las curiosidades que se admiran en aquella capital del Universo no fueron capaces de despertar ni aun ligeramente la suya. No salía de casa con su hija sino para visitar las estaciones y para ejercitarse en buenas obras. Después que satisfizo en Roma sus devociones, se sintió inspirada del Señor para ir á visitar los Lugares Santos de Jerusalén y de Palestina. Sólo tardó en obedecer lo que tardó en asegurarse ser aquélla la voluntad del Señor. Inmediatamente que la conoció, ninguna consideración fue bastante para detenerla. Embarcóse con su amada hija Santa Catalina, y en el discurso de aquel penoso y dilatado viaje experimentó sensibles pruebas de la divina protección. Luego que llegó á Tierra Santa se encaminó á Jerusalén, y visitó los Santos Lugares con extraordinaria devoción.

Ya hacía mucho tiempo que Santa Brígida arrastraba una salud muy débil, y que; cada día lo iba siendo más al rigor de sus penitencias y de sus frecuentes enfermedades. Partió de Jerusalén, para restituirse á Italia, con una calentura lenta, acompañada de tanta flaqueza de estómago, que se temía mucho de su vida; no hubiera podido aguantar tan dilatado viaje, á no haberla sostenido su natural espíritu y su íntima unión con Dios; pero, en llegando á Roma, se le agravó la enfermedad. Apareciósela el Señor, aseguróla de su eterna bienaventuranza, prescribióla lo que debía hacer hasta que llegase el tiempo de gozarla, señalóla el día, la hora y el momento de su preciosa muerte, y la manifestó muchos sucesos que se verificaron después. En fin, el día 23 de Julio del año de 1373, á los setenta y un años de su edad, colmada de merecimientos y recibidos los sacramentos de la Iglesia, rindió su alma á Dios entre los brazos de su querida hija Santa Catalina.

Tres días después se dio sepultura al santo cuerpo en la iglesia de las religiosas de Santa Clara del convento de San Lorenzo, llamado in Pane et perna, pero con el hábito de las religiosas de San Salvador de Wastein. Un año después de su muerte fue elevado desde la tierra y trasladado á Suecia, á solicitud de su hijo Bergerio y de su hija Santa Catalina. A los muchos milagros que hizo en vida, se siguió la multitud de los que obró Dios después de muerta. San Antonino cuenta diez muertos resucitados, con crecido número de estas maravillas; en cuya virtud el Papa Bonifacio IX se resolvió publicar la bula de su canonización el año de 1391, después de las informaciones y formalidades acostumbradas. Por haberse celebrado en Roma esta ceremonia el día 7 de Octubre, se fijó entonces la fiesta á este mismo día, y después se transfirió al día siguiente. Quedóse Roma con un brazo de la Santa, é inmediatamente después de su canonización se erigió en su honor una magnífica capilla en el mismo lugar de su sepultura. Tenemos un volumen entero de sus revelaciones, repartidas en ocho libros; las cuales fueron aprobadas por los Padres del Concilio de Basilea, después de haberlas examinado de orden del mismo Concilio el sabio Juan de Torquemada, maestro á la sazón del Sacro Palacio, y después cardenal, quien declaró no haber hallado en dichas revelaciones cosa contraria á la Sagrada Escritura, á la regla de las buenas costumbres ni á la doctrina de los santos Padres.

La Misa es en honor de Santa Brígida, y la oración la qne sigue:

¡Dios y Señor nuestro, que por medio de tu Unigénito Hijo revelaste á la bienaventurada Brígida muchos secretos celestiales Concédenos por su intercesión que nosotros, siervos tuyos, seamos colmados de alegría, descubriéndonos tu gloria. Por Nuestro Señor Jesucristo, etc. .

La Epístola es de la primera del apóstol San Pablo a Timoteo, cap. 5.

Carísimo: Honra á las viudas que son verdaderamente viudas. Mas si alguna tiene hijos, ó sobrinos, aprenda primero á gobernar su casa, y pagar lo que debe á sus padres, porque esto es acepto delante de Dios. Aquella que es verdaderamente viuda, desamparada y abandonada, espere en Dios, é inste con plegarias y oraciones día y noche. Porque la que vive en delicias, viviendo está muerta. Y mándalas esto para que sean irreprensibles. Y si alguno no cuida de los suyos, especialmente de los que son de su casa, negó la fe, y es peor que un infiel. Elíjase la viuda de no menos que sesenta años, que haya sido mujer de un solo marido, y que testifique con las buenas obras si ha educado á los hijos, si ha ejercitado la hospitalidad, si ha lavado los pies á los santos, si ha socorrido á los que padecían tribulación, si se ha ocupado en toda obra buena.

REFLEXIONES

El que no cuida de los suyos, particularmente de sus domésticos, negó la fe y es peor que un gentil. Una de las obligaciones más esenciales y más importantes de los padres y de las madres de familia es la educación de sus hijos y el cuidado de sus domésticos. En aquel magnífico elogio que hace el Espíritu Santo de una mujer cabal y perfecta, insiste principalmente en su grande vigilancia sobre su familia. Así, las particularidades á que desciende, individualizando los efectos de esta vigilancia, como las voces con que exalta su eminente virtud, acreditan bien que todo el mérito de una mujer casada se ha de medir por su desvelo en la buena educación de sus hijos y en la vida cristiana de sus criados. Animado San Pablo del mismo espíritu, hace aún más visible la importancia de esta obligación, comparando á los que se descuidan de ella con los que apostatan de la fe. Entregados los padres á sus negocios ó á sus pasatiempos, abandonan los hijos á sus pasiones y á su destino. Si se ven tantos mozos mal criados; si en estos tiempos se llora generalmente corrompida la juventud; si en la mayor parte de los jóvenes apenas se reconoce cosa que huela á religión; si triunfa la impiedad de la gente moza y disoluta hasta en el sagrado del templo, todos estos escándalos y todos estos desórdenes son obra de los malos ejemplos y de la culpable indolencia de los padres. Paréceles á muchos padres que remedian el contagio entregando sus hijos á un maestro ó á una aya, y que éstos han de ser únicamente responsables de su salvación, siendo así que ésta la puso Dios á cuenta de los mismos padres. ¡Oh santo Dios, y cuántos de éstos se condenan por no haber cuidado de sus domésticos y por haber descuidado de sus hijos!

El Evangelio es del cap. 13 de San Mateo.

En aquel tiempo dijo Jesús á sus discípulos esta parábola: Es semejante el Reino de los Cielos á un tesoro escondido en el campo, que el hombre que le halla le esconde y muy gozoso de ello va y vende cuanto tiene, y compra aquel campo. También es semejante el Reino de los Cielos al comerciante que busca piedras preciosas y, en hallando una, fue y vendió cuanto tenía y la compró. También es semejante el Reino de los Cielos á la red echada en el mar, que coge toda suerte de peces, y en estando llena la sacaron y sentáronse á la orilla, escogieron los buenos en sus vasijas, y echaron fuera los malos. Así sucederá en el fin del siglo. Saldrán los Ángeles, y apartarán los malos de entre los justos y los echarán en el horno de fuego; allí habrá llanto y rechinamiento de dientes. ¿Habéis entendido todo esto? Respondiéronle: Sí. Por eso todo escriba instruido en el Reino de los Cielos es semejante á un padre de familias, que saca de su tesoro lo nuevo y lo viejo.

MEDITACIÓN

Del buen ejemplo.

PUNTO PRIMERO.—Considera que el buen ejemplo es una elocuencia muda, una palabra obradora que, insinuándose insensiblemente en el alma, va ganando poco á poco el corazón, y por medio de una dulce pero eficaz persuasión se hace absolutamente dueño de la vo luntad. Todos nos inclinamos naturalmente á la imitación. Por lo común se hace aquello mismo que se ve hacer á otros. En vano se esforzaban los filósofos antiguos en exhortar á sus discípulos á que caminasen por el camino de la virtud, intentando persuadirlos con razones fuertes, con discursos sublimes, con pensamientos finos, ingeniosos y delicados que no había cosa más útil, más bella ni más amable: siempre eran más los que imitaban sus acciones que los que practicaban su doctrina; por más que hicieron para convencerlos sobre este punto de filosofía moral, nunca lograron persuadir á otros, con la verdad y con la solidez de sus sentencias, que siguiesen aquel camino de que ellos mismos se desviaban con la corrupción de sus costumbres. El discurso agrada, el argumento convence, pero el ejemplo persuade: él solo hace la verdad sensible, responde mudamente á las objeciones, muestra posible la práctica y allana todas las dificultades. Conocen todos que la virtud es amable, y no es menester mucho entendimiento para convenir en que la vida inocente, cristiana y pura está llena de grandes consuelos; que la bondad es respetable, que es loable la regularidad, y que la santidad es digna de la mayor veneración. Pero sale el amor propio representando mil dificultades á la razón; subscríbelas, abrázalas ciegamente el corazón, y esto es lo que hace poco eficaz el convencimiento. Todos estos obstáculos los desvanece de un solo golpe el buen ejemplo.

PUNTO SEGUNDO.—Considera que por lo mismo que el buen ejemplo es tan poderoso para persuadir, por lo mismo seremos nosotros más inexcusables si no le seguimos, y más delincuentes si no le damos. Ninguna cosa hace más culpable nuestra cobardía, ninguna avergüenza más nuestra pusilanimidad, ninguna destruye más invenciblemente nuestros falsos pretextos, que el ejemplo de tantos buenos, cuya virtud formará nuestro proceso y pondrá perpetuo silencio á nuestras frívolas excusas. Los ejemplos de los santos son, por decirlo así, la desesperación de los precitos. El fin que tiene la Iglesia en ponernos todos los días á la vista tantos santos de nuestra misma esfera, de nuestra misma profesión y de nuestra misma edad, no es otro que vencer nuestra cobardía, ó á lo menos hacer menos excusable nuestra pusilanimidad. ¡Cosa extraña! Admíranse las virtudes de los santos; alábase su fidelidad á la gracia; ensálzanse sus méritos, su valor; envidiase su dicha; mas, por lo que toca á sus ejemplos, ésos se dejan para que los imiten otros santos.

No permitáis, Señor, que pase más adelante mi indiferencia por mi eterna salvación. ¡Oh, y cuánto tengo de qué acusarme en este punto, y cuánto tenéis Vos de qué reconvenirme! Pero, Dios mió, estos grandes ejemplos que me proponéis ya no serán inútiles para mí, y espero me daréis gracia para imitarlos.

JACULATORIAS

Emulemos santamente lo bueno, para practicar siempre lo que lo es.—Gal., 4.

Guárdate de seguir el ejemplo de los malos y de desear su perniciosa compañía.—Prov., 24.

PROPÓSITOS

1. Persuadido ya del poder del buen ejemplo, de la obligación que tienes de seguirle, no menos que de la que también te incumbe de darle, toma desde este mismo punto una fuerte resolución de cumplir exactamente con uno y otro deber. Aprovéchate de los buenos ejemplos que tienes delante de los ojos, y procura dárselos tú mismo á otros. Débeslos en primer lugar á tu familia, á tus domésticos, á tus súbditos, á tus dependientes y á todos aquellos que tratas con frecuencia. También el público tiene derecho á este socorro de edificación; aunque seas el hombre más desconocido, el más solitario del mundo, siempre debes este buen ejemplo á tus hermanos.

2. ¿Te faltan talentos y medios para procurar la gloria de Dios y la salvación de las almas? Pues consuélate con que en tu vida ajustada y ejemplar tendrás el talento más precioso y el medio más eficaz para convertirlas. Un superior, cuya vida es la regla animada; un noble, un ilustre caballero de costumbres irreprensibles; un padre, una madre de familias verdaderamente cristianos; una señora principal, sumamente ajustada y ejemplar, ¡oh, y con qué eficacia persuaden á la virtud! ¡Oh, y cuánto bien hacen en las almas, cada uno en su estado y por su camino! Sé tú de este número.

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