jueves, 28 de octubre de 2021

28 de octubre SANTOS SIMÓN y JUDAS TADEO, APÓSTOLES




 (Siglo I p.C.) - La Sagrada Escritura llama a San Simón, "el cananeo" y el "zelotes", palabras que significan "el hombre lleno de celo", por más que algunos autores cometan la equivocación de creer que el primero de esos sobrenombres indica que Simón nació en Caná de Galilea. El sobrenombre de "cananeo" alude al celo del apóstol por la ley judía antes de su conversión, lo mismo que el de "zelotes", el cual no significa necesariamente que haya pertenecido al partido judío de los "zelotes". Lo único que el Evangelio nos dice sobre él es que fue elegido por Cristo entre los doce, con los cuales recibió al Espíritu Santo en Pentecostés. No sabemos nada más sobre su vida posterior, y las diversas versiones se contradicen entre sí. El Menologio de Basilio afirma que San Simón murió apaciblemente en Edessa. En cambio la tradición occidental, tal como aparece en la liturgia romana, sostiene que después de predicar en Egipto fue a reunirse con San Judas en Mesopotamia, que ambos predicaron varios años en Persia y que fueron martirizados ahí. Por ello, la Iglesia de occidente los celebra juntos, en tanto que la Iglesia de oriente separa sus respectivas fiestas.

El Apóstol Judas Tadeo (o Lebeo), "el hermano de Santiago", era probablemente hermano de Santiago el Menor. No sabemos cómo ni cuándo entró a formar parte de los discípulos de Cristo, pues la primera vez que el Evangelio le menciona es en la lista de los doce. Después de la Ultima Cena, cuando Cristo prometió que se manifestaría a quienes le escuchasen, Judas le preguntó por qué no se manifestaba a todos. Cristo le contestó que El y su Padre visitarían a todos los que le amasen: "Vendremos a él y haremos en él nuestra morada" (Juan, XIV, 22-23). Como en el caso de San Simón, no sabemos nada de la vida de San Judas Tadeo después de la Ascensión del Señor y la venida del Espíritu Santo. Se atribuye a San Judas una de las epístolas canónicas, que tiene muchos rasgos comunes con la segunda epístola de San Pedro. No está dirigida a ninguna persona ni iglesia particular y exhorta a los cristianos a "luchar valientemente por la fe que ha sido dada a los santos. Porque algunos en el secreto de su corazón son hombres impíos, que convierten la gracia de nuestro Señor Dios en ocasión de riña y niegan al único soberano regulador, nuestro Señor Jesucristo".

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