miércoles, 23 de septiembre de 2020

24 de septiembre NUESTRA SEÑORA DE LA MERCED

 NUESTRA SEÑORA DE LA MERCED - Año Cristiano - P. Croisset 24 de septiembre

En aquel tiempo que el imperio romano iba declinando de su majestad y de su poder, entraron en Espafia los Godos, los Vándalos, los Suevos, los Alanos y los Silingos : establecieronse en ella y la repartieron entre si; pero al cabo quedaron dueños los Godos de todas sus provincias, y después de Alarico, Ataulfo y Sigerico, el año de 416, fijó Walia su trono en aquella región, como rey de toda la monarquia. Roderico o Rodrigo, último rey de los Visigodos , auxiliado de su hermano Cosa, atacó ä Witiza, derrotóle, mandóle sacar los ojos, y se apoderö del reino de España. Era Rodrigo un principe cruel, de costumbres estragadas, cuyo duro y tiránico gobierno tenia enconados contra si todos los ánimos; y arrastrado de las pasiones que le tiranizaban, violó el honor de una dama principal, hija del conde don Julián, uno de los primeros señores de España, tan acreditado en la corte como en el ejército. Era el conde gobernador de Ceuta, capital de un gobierno de los Godos en España, situada en la costa de África, no lejos de Gibraltar, donde los Godos poseían algunas plazas. Ofendido, y vivamente irritado de la afrenta que el rey había hecho a su sangre y a su estimación en la persona de su hija, disimuló por algún tiempo su resentimiento y su deshonor -, pero noticioso de que los Árabes juntaban en el África un poderoso ejército, se valió de este pretexto y pidió licencia al rey para retirarse a su gobierno. Tomó la vuelta de Ceuta vuelta de Ceuta, llevándose consigo lo más precioso que tenía; y fingiendo después en su mujer una dolencia mortal que la tenía sin esperanzas de vida, escribió al rey, suplicándole permitiese a su hija que acudiese apresurada a recibir la bendición y los últi¬mos suspiros de su moribunda madre. Luego que el conde don Julián vió en seguridad a su hija, puso en ejecución los medios que ya tenía discurridos para saciar su venganza, y comunicó su sentimiento y su dolor a Muza, general del ejército del califa de Daniasco, que se hallaba a la sazón en Berbería. No sólo le ofreció entregarle todas las plazas que estaban en la jurisdiccion de s u gobierno, sino liacerle también dueño de toda la monarquía española, como le quisiese dar un número de tropas suficiente para salir con la empresa. Por entonces sólo le quiso dar Muza doce mil hombres para que conquistasen con ellos una parte de la España; y abierta ésta a los Moros o a los Árabes, en breve tiempo la sujetaron toda a la obediencia del califa.

El año 713 perdió el rey Rodrigo la vida y la corona en una sangrienta batalla que ganaron los infieles, -viéndose obligados los Españoles a refugiarse en las montañas de León, de Asturias y de Galicia. Eran aquellos infieles mahometanos, por cuya razón también se apellidaban sarracenos, y multiplicados prodigiosamente en España, se extendieron a la otra parte de los Pirineos, ocuparon las provincias del Languadoc y causaron muchos estragos en Francia.

El año de 732 los deshizo en aquel reino Carlos Martel, y el de 778 los desbarató en España Carlo Magno, con cuyos golpes quedó abatido su orgullo; y saliendo los Españoles poco a poco de sus escarpados montes [1], fueron con el ticmpo reconquistando una parte de las provincias perdidas, y formaron de ellas muchos reinos, encerrando ä los sarracenos en la parte de España donde, por ser dueños de los puertos, podían recibir los socorros que les venían del África , y a beneficio de ellos se mantuvieron hasta el reinado de Fernando, rey de Aragón y de Castilla por su mujer la reina doña lsabel. En todo este tiempo continuaron los Moros sin cesar de hacer la guerra ä los cristianos, declarando esclavos o cautivos a todos los que hacían prisioneros.

Era durísimo el cautiverio, no habiendo barbaridad que no expcrimentasen los infelices que le sufrían. A muchos los desollaban vivos, a otros los empalaban, a no pocos les quemaban las plantas de los pies a fuego lento, otros espiraban ä violencia de crueles palos, y todos eran peor tratados que los más viles animales de carga, siendo mayor la desgracia de muchos que, rendidos al miedo de tan crueles tratamientos, renunciaban la fe y abrazaban el mahometismo.

La Madre de misericordia, de quien los Españoles fucron siempre tan devotos, y que, estando aun en vida, liabía tomado a Espafia debajo de su protección, cuando apareciéndose al apóstol Santiago sobre el pilar que hasta el día de hoy se venera en Zaragoza, según la antigua tradición del país, le mandó edificar en el mismo sitio una capilla dedicada a su nombre, prometiendole ser especial protectora de una nación que había de ser devotísima suya hasta el fin de los siglos, la Madre de misericordia, vuelvo a decir, compadecida de tantas miserias como afligían a los pobres cristianos cautivos, quiso dar al mundo un ilustre testimonio de su maternal bondad, fundando milagrosamente una religión, cuyo instituto fuese solicitar el alivio y la redención de los cautivos cristianos que gemían bajo la cruel esclavitud de los Moros. Escogiö para esta grande obra ä uno de sus más santos y fervorosos siervos, cual fue san Pedro Nolasco, natural del Languedoc, siendo su familia de las más nobles del país, babiendo nacido el año de 1189 en un lugar del obispado de san Papoul, llamado Mas de las santas Doncellas, a una Iegua de Castelnaudari. Este gran siervo de Dios, no rnenos ' distinguido por su ilustre naeimiento que por sus grandes riquezas y sobresalientes prendas, renunciando generosamente las mas halagüeñas y mas tenfadoras esperanzas con que el mundo le brindaba, resolvió dedicarse todo a Dios, empleando en su servicio sus bienes y sus talenlos.

Sobresalían en él, descollando entre todas las demás virtudes, la tierna devoción a la santísima Virgen, y una ardiente caridad por los cautivos cristianos que arrastrabari las cadenas en poder de los sarracenos. Parecían como nacidas en el la singularísima ternura hacia la Madre de Dios, y la compasión con los miserables cautivos, tanto que no pudo sosegar hasta que vendió todos sus bienes para redimirlos de aquella esclavitud. Ya dijimos en su vida que, animado con los felices sucesos que experimentó en los primeros ensayos de aquella abrasada caridad, no contento con añadir a sus propios bienes las muchas limosnas que pudo recoger de sus amigos, persuadió a muchos Caballeros de conoeida piedad, que se juntasen con él para formar una piadosa congregación o cofradía, dirigida a solicitar la redención de cautivos cristianos, bajo el título y la particular protección de la santísima Virgen.

Sufrió este piadosísimo proyecto la misma suerte que experimentan por lo común todas las obras grandes y santas, las que el demonio procura siempre arruinar en su mismo principio, o por lo menos desacreditar tarlas con contradiocioncs, detracciones y ealumnias. Pero el mismo rey don Jayme, los grandes del reino y todos los hombres de juicio y de virlud, tocando con las manos la utilidad de aquella buena obra, taparon la boca ä la maledicencia y disiparon aqueila tcmpestad.

Comenzaba la piadosa congregación a experimentar los efectos de su caritativo celo en favor de los cristianos cautivos, cuando la Reina de los cielos quiso dar a toda la Iglesia otra nueva, pero muy insigne prueba de la atención que le merecen nuestras necesidades, y de la maternal compasión con que mira las aflicciones y los trabajos de los fieles. Aparecióse a san Pedro Nolasco la noche del primer día de agosto del afio de 1218, a tiempo que estaba el santo en oración derritiéndose en lágrimas con la consideración del duro cautiverio de tantos pobres cristianos, que con peligro de su eterna salvación gemian bajo la tiranía de los bárbaros infieles. Llenó la Seflora de celestiales eonsuelos a su fidelísimo siervo, y le dijo que no podía hacer cosa más agradable a su santísimo Hijo y a ella, que fundar otra nueva congregación con el título de Nuestra Señora de la Merced, para la redención de los cristianos cautivos bajo el dominio de los Moros.

Asombrado san Pedro Nolasco con aquella milagrosa visión, exclamó postrado en tierra: ¿Y quién sois vos, que tenéis tan penetrados los secretos de Dios? Pero, ¿y quién soy yo, miserable pecador, para encargarme de tamaña empresa? Yo soy María, madre de Dios, respondió la Virgen, que traje en mis entrañas y di a la luz del mundo el soberano Redentor de todos los hombres, y deseo haya en la Iglesia una nueva familia que haga singular profesión de redimir a los cautivos. Anda y funda esta religión, que tomo desde luego debajo de mi protección. Yo te facilitaré los medios y allanaré todos los estorbos. Desapareció la Virgen, y Nolasco se reconoció animado de nueva caridad y de más encendido celo. Persuadido ya de la voluntad del Señor, tan descubierta por una Visión en que no podia poner duda, nada tuvo que discurrir sino en proporcionar los medios para la ejecución de empresa tan importante. Pero no atreviéndose a dar paso alguno sin consultarle primero con su confesor, que lo era san Raymundo de Peñafort, se encaminó a buscarle, y le refirió sencillamente todo lo que le había sucedido en la oración. Había revelado lo mismo la santísima Virgen a san Raymundo, y éste le declaró que había tenido la propia visión. Confirniados uno y otro en que era de Dios el pensamiento, se fueron directamente a palacio para comunicar al rey lo que intentaban, y confiarle al mismo tiempo la noticia del duplicado milagro. Pero quedaron gustosamente sorprendidos, cuando, luego que el rey los vio en su cuarto, se anticipó a contarles una visión que había tenido, y era enteramente conforme a la de los dos; porque no queriendo la Virgen que se pusiese en duda un milagro tan grande de su misericordia y de su bondad con los cautivos cristianos, dispuso que se confirmase con tres testimonios tan auténticos. Desdo aquel punto sólo se pensó en disponer todo lo necesario para la fundación de una grden que se puede llamar milagrosa, habiendo debido su nacimiento a tan insigne milagro. El día de san Lorenzo del mismo año, el rey, acompañado de toda su Corte y de los magistrados de Barcelona, pasó a la catedral, llamada Santa Cruz de Jerusalén, donde subió al púlpito san Raymundo, y publicó en presencia de todo el pueblo la visión que aun mismo tiempo habían tenido el rey, Pedro Nolasco y el mismo santo, con lo que la Madre de misericordia les había revelado tocante a la fundación de una örden religiosa, con el título de Nuestra Señora de la Merced, redención de cautivos. Acabado el ofertorio, el rey don Jayme y san Raymundo tomaron de la mano a Pedro Nolasco, y le prescntaron a Berenguer de la Palu, obispo de Barcelona, quien le vistió el hábito blanco y el escapulario de la orden, y poco antes de la comunión hizo el nuevo fundador los tres votos acostumbrados de religión, y añadió el cuarto, por el cual así él como todos los que abrazasen el nuevo instituto, se obligaban no sólo ä pedir limosna para rescatar a los cristianos cautivos, sino a quedarse ellos mismos en rehenes y por rescate siempre que lo pidiese la necesidad. AI mismo tiempo hicieron también la profesión otros dos caballeros, y el rey cedió al santo fundador la mayor parte de su palacio de Barcelona para que fabricase el primer convento de la orden, y quiso que los religiosos llevasen sobre el escapulario las armas de Aragón, a las que añadió el santo, con beneplácito del rey, las de la catedral.

Tal fue el nacimiento de esta sagrada religión, tan respetable por su milagroso instituto, y tan célebre por los grandes hombres que ha dado para la redención y para el consuelo de tantos cautivos cristianos. Confirmola el papa Gregorio IX, y honróla con crecido número de grandes privilegios la santa sede apostólica, en reconocimiento de tan insigne y tan heroica caridad. Hace mención el martirologio romano de esta milagrosa aparición el dia 10 de agosto con estos términos: En España la aparición de la santísima Virgen María a san Pedro Nolasco, san Raymundo de Peñafort, y a Jayme, rey de Aragón, inspirándoles el pensamiento de fundar la religión de la Merced, redención de cautivos. Y la lglesia, más y más atenta a honrar siempre a la Madre de Dios, celosa de aumentar en el corazón de todos los fieles el culto, la devoción y la confianza en esta Madre de misericordia, instituyó el día de hoy una fiesta particular para perpetuar la memoria de tan grande beneficio, y en acción de gracias por la fundación de una orden que ella misma es un milagro de la más heroica caridad cristiana.

Pocos siglos se hallarán en que no haya cuidado la divina Providencia de persuadir a los fieles por medio de algún suceso milagroso, que la protección que debemos esperar de la Madre de Dios, sublimada a la diestra de su Hijo, es al mismo tiempo la más poderosa y la más segura que nos debemos prometer si nos esforzamos a merecerla. Por tanto, debemos hacer todos los esfuerzos posibles para merecer esta protección con nuestra confianza, con nuestras oraciones y con nuestro celo en obsequiarla y servirla. Mas ¿y qué no deberemos hacer nosotros por esta Señora en vista de lo que ella hace por nosotros? Habiendo dado al mundo el mediador que nos reconcilió con su Eterno Padre, cooperó después ella misma en cierta manera a la obra de nuestra redención, ofreciendo a su mismo Hijo, y sacrificándole en algún modo por la salvación de los hombres. De aquí podemos inferir que impreso tiene en el alma el deseo de nuestra salvación.

Admirámonos algunas veces de lo poco que nos dice el nuevo Testamento acerca de las grandezas de !a santísima Virgen, y hasta los más tibios devotos de esta Sefiora desearían que el Evangelio se hubiese extendido más en sus alabanzas. Pero esto es puntualmente, dicen los padres de la Iglesia, lo que debe hacernos formar mayor y más sublime concepto de esta Señora. El Espíritu Santo, dicen, que no ignoraba el fundamento en que debía cimentarse la grandeza de su esposa, juzgó que sólo el título de Madre de Dios, bien explicado, supliría con ventajas todos los demás elogios, y una vez que hiciese conocer Ja divinidad del Hijo por una larga relación de milagros indubitables, no era posible después dejar de tributar las mayores honras a la madre de tal hijo. Con efecto, estas dos solas palabras, Madre de Dios, bastan para contentar cl mayor celo por la gloria de la Virgen. Quien penetrare bien todo su sentido, descubrirá un insondable fondo, por decirlo así, de méritos, de grandeza y de confianza en su poderosa intercesión. Solamente los herejes no han podido jamäs tomar gusto a una devoción tan justa, tan sólida, tan racional , y que es una de las señaies menos dudosas de predestinación.

MARTIROLOGIO ROMANO.

En Autun, la fiesta de san Andoquio, presbítero, san Tirso, diácono, y San Felix, mártires, que traidos de Oriente por san Policarpo, obispo de Esmirna para predicar en Francia, fueron alli azotados largo tiempo, colgados en el aire todo un día con las manos atadas atrás, fueron después arrojados al fuego que no los quemó, y en fn los mataron a garrotazos sobre el cuello, y ganaron así gloriosamente su Corona.

En Egipto, el suplicio de san Pafnucio y sus compañeros, mártires. Este santo, que vivía en una soledad, habiendo sabido que muchos cristianos estaban aherrojados, impelido por un espíritu sobrenatural, fue a ofrocerse voluntariamente al prefecto y confesó libremente la religión cristiana. El prefecto le mandó encadenar y atormentar largo tiempo en el potro. Luego le envió con otros muchos a Diocleciano,quien dio orden de atarle a una palmera: los demás fueron pasados ä cuchillo.

En Calcedonia, cuarenta y nueve mártires, quienes, después del martirio de santa Eufemia fueron condenados a las fieras por el emperador Diocleciano, y habiendo sido milagrosamente preservados, fueron al fin acuchillados y volaron al cielo.

En Hungría, san Gerardo, obispo y mártir, llamado el apóstol de los Húngaros; Patricio de Veneria, el prmero que ilustró a su patria con un noble martirio.

En Clermont de Auvernia, la muerte de san Rústico, obispo y confesor.

En tierra de Beauvais, san Germer, abad.

En Marsella, san Ysarne, abad de San Víctor.

En Gerona, el venerable Dalmace-Moner, de la orden de santo Domingo, que había sido educado en Montpeller.

En Jerusalén, el anuncio de la concepeión de san Juan Bautista, hecho a Zacarías por el arcángel san Gabriel.

Este mismo dia, san Gargilo, mártir.

En Pisalira, san Terencio, mártir, patrono de dicha ciudad.

En Arezzo, santa Antilla, virgen y mártir.

Entre los Griegos, san Copro, confesor.

La misa es en honra de la santisima Virgen, y la oración la que sigue

Deus qui per gloriosissimam filii tui matrem, ad liberandos Christi fideles a potestate paganorum, nova Ecclesiam tuam prole amplificare dignatus es: praesta, quaesumus ut quam pie veneramur tanti operis Institutricem, ejus pariter meritis et intercessione a peccatis omnibus et captivate daemonis liberemur. Per eudem Dominum...
 
Oh Dios, que para liberar a los cristianos de la potestad de los infieles, os dignasteis aumentar en vuestra Iglesia una nueva familia por medio de la gloriosísima Madre de vuestro precioso Hijo, os suplicamos que nos concedáis la gracia de que nos libremos de todos los pecados y del cautiverio del demonio por medio y la intercesión de la que veneramos con devoción como fundadora de este sagrado instituto. Por el mismo Señor...

La epíslola es del cap. 24 del libro de la Sabiduria

Ab initio et ante saecula creata sum, et usque ad futurum saeculum non desinam, et in habitatione sancta coram ipso ministravi. Et sic in Sion firmata sum, et in civitate sanctificata similiter requievi et in Jerusalem potestas mea. Et radicavi in populo honorificaio et in parle Dei mei hareditas illius, et in plenitudine sanctorum detentio mea.
 
Desde el principio y antes de los siglos fui criada, y existiré por todo el siglo futuro y ejercité mi ministerio en el tabernáculo santo delante del Señor. Asi yo luve en Sion estabilidad y lambién la ciudad santa fue lugar de mi reposo, y en Jerusalen tuve mi palacio. Y eché raices en un pueblo glorioso, y en la porción de mi Dios, que es su heredad y mi habitación fue en la plenitud de los santos.

NOTA.

Sólo con leer esta epítola y todo el capíulo de donde se extractó, se reconoce que el Espíritu Santo quiso hacer en él un abreviado retrato de la santísima Virgen. Criada desde el principio: quiere decir, que como Dios tuvo en su divina mente desde la eternidad, y antes de todas las criatuias,al Verbo encarnado, tuvo también antes de todas ellas a la que había de ser madre inmaculada del mismo Verbo hecho hombre; y asi de lo demás.»

REFLEXIONES.

Establecióse mi poder en Jerusalén, y me arraigué en aquel pueblo que el Señor honró con especial benevolencia y con bondad parlicular. Esta es una de las razones de aquella piadosa inclinación que todos los verdaderos fieles tienen a la dovoción, al culto y a la confianza en la santísima Virgen. Nació esta tierna devoción con la misma Iglesia, y es inseparable del espíritu de nuestra religión. No hay santo en el cielo que no hubiese sido ardiente y celoso siervo de la Madre de Dios, reina y reinará siempre Maria en el corazón de todos los elegidos: In electis meis mitte radices. Cuando Dios escogió ä María para madre de su hijo, la hizo soberana protectora y madre de todos los verdaderos fieles. De aquínace sin duda aquella indiferencia, aquella frialdad, aquella aversión de todos los réprobos, de todos los enemigos de la religión contra la Madre de Dios. Deslúmbralos su resplandor, y no pueden sufrir su luz los ojos débiles y achacosos. Las almas rastreras no pueden levantarse a mirar su elevación y su grandeza. Pero los verdaderos fieles, a imilación de las celestiales inteligencias, no cesan de publicar sus alabanzas, reconociendo todos que, después de Jesucristo,-toda nuestra devoción, toda nuestra veneración y toda nuestra confianza debe colocarse en María. Cuando Aaron con el incensario en la mano se arroja en medio del pueblo para que el fuego del cielo no le reduzca a cenizas, entonces se deja Dios aplacar por el incienso, dice un gran siervo del Señor. Aun el mismo Señor, cuando en el furor de su ira parece resuelto a exterminar a su pueblo en castigo de sus maldades, busca un solo hombre justo que aplaque su indignación, y se queja de que no pueda encontrarle: Quaesivi de eis unum qui inierponeret sepem, et staret oppositus contra me pro terra, ne dissiparem eam; et non inveni. No me admiro, no, oh Padre de las misericordias. Aun no había nacido María en aquellos desgraciados tiempos; aun no habíais concedido al mundo tan poderosa medianera; pero después que tuvimos la dicha de Iograrla, ¡cuántas veces aplacó vuestra justa indignacion! ¡cuántas detuvo vuestro brazo vengador! ¡cuántas se puso entre vos y el pecador, presentándoos las lágrimas que nos hacía derramar el arrepentimiento, consiguiendo el perdón de nuestras culpas, y forzando, por decirlo así, vuestra Providencia a explicarse en milagros y en prodigios para darnos la salvación! Dichosa, pues, el alma que colocó en María su confianza; dichosa la que, venerando profundamente al Hijo, aprendió desde su infancia a implorar la proteción de la Madre, la que nunca separó en su corazon al uno de la otra, ni movida de cierto engañoso celo, se privó miserablemente de uno de los más poderosos y más eficaces medios que tenemos para salvarnos.

El evangelio es del cap. 41 de sa Lucas.

In illo tempore: Loquente Jesu ad turbas, extollens vocem quædam mulier de turba, dixit illi: Beatus venter, qui te portavit et ubera quæ suxisti. At ille dixit: Quinimo beati, qui audiunt verbum Dei, et custodiunt illud.
 
En aquel tiempo, hablando Jesús a las turbas, alzó la voz cierta mujer una mujer de en medio de ellas y dijo: Bienaventurado el vientre que te llevó y los pechos que te amamantaron. Pero El respondió: Antes bienaventurados aquellos que oyen la palabra de Dios y la observan.

MEDITACIÓN.

LOS BIENES QUE LA SANTÍSIMA VIRGEN
PROCURA A SUS VERDADEROS DEVOTOS.

PUNTO PRIMERO.

Considera lo que dice san Antonino acerca de la devoción a la santísima Virgen. Aplícale este gran siervo suyo lo que dice Salomón de la sabiduría, simbolo de la misma Señora, según el Espíritu Santo: Venerunt mihi omnia bona pariter cum illa, el innumerabilis honestas per manus illius: vinieronme con ella todos cuantos bienes podía desear; fueron sin número las honras y las gracias de que me llenó. Esto mismo pueden decir los verdaderos devotos de la Virgen.

Los bienes temporales solo se llaman bienes por analogía; son bienes aparentes, superficiales, caducos y siempre insuficienles. Ninguno es capaz de llenar nuestro corazón, y ninguno hay que no le altere. Los verdaderos bienes del hombre son los espirituales, bienes que satisfacen, bienes sólidos, bienes que verdaderamente lo son para el tiempo y para la eternidad. Tales son las gracias del Redentor, todas de infinito precio; la inocencia, la devoción, las virtudes, el vencimiento de las pasiones y de las tentaciones, los actos de virtud, el perdón de los pecados, la perseverancia en el hien y la gracia final. Estos son los bienes que se deben estimar, los que merecen llamarse bienes del hombre, los únicos que son dignos de nuestros deseos, y objeto noble de nuestra cristiana ambición. Estos son también los que nos granjea la verdadera devoción a la santísima Virgen, tesorera y distribuidora de las gracias del Redentor, como la llaman los santos. ¿En quién los derramará esta Madre de misericordia sino en sus queridos hijos, en sus fervorosos y fieles siervos? ¿quiénes se podrán lisonjear de tener más parte en ellos sino los que la aman con ternura, los que la honran con celo, y los que se dedican a servirla con amor y con fidelidad? Así como el pecado enfría y apaga la devoción a la Virgen, así la gracia y la inocencia la vigorizan y la fomentan. No admite María en su servicio sino almas verdaderamente puras; y por eso la verdadera devoción a la Virgen se reputó siempre por una señal poco dudosa de una vida verdaderamente cristiana; siendo esta misma vida fruto de la misma devoción, y efecto de la especial protección de la Madre de Dios: Non sic timent hostes visibiles hostium multitudinem copiosam, dice san Bernardo, sicut aereae polestates Mariae vocabulum et patrocinium. No temen tanto los bombres a un numeroso ejército de enemigos, como las potestades del infierno a sólo el nombre y la protección de María. Todo devoto de esta Señora tiene derecho para lisonjearse de esla protección; ninguno deja de experimentar su poder cuando se ofrece la ocasión. ¡Oh buen Dios, y qué auxilio tan poderoso es contra todas las tentaciones la devoción a la santísima Virgen!

PUNTO SEGUNDO

Considera que la santísima Virgen es el refugio de los pecadores, y como a tales les alcanza el perdón de los pecados. Una de dos: o se deja de ser pecador, o se deja de ser devoto de María. Esta amable Madre de misericordia aborrece al pecado; pero ama con ardiente caridad a los pecadores, y les obtiene su conversión. A ella deben aquellas gracias prevenientes, aquelias gracias eficaces que los mueven a convertirse. Pudiéndolo todo con su querido Hijo, en nada emplea con más gusto su poder que en favor de estas almas descaminadas. Gran consuelo es para los pecadores hallar en María no sólo asilo seguro contra los rayos de la justa cólera de Dios, sino también una abogada poderosa. De aquí nacen todas aquellas gracias que acompafian a la verdadera devoción; de aquí aquellos prodigios de conversión que no quieren creer los enemigos de María, y experimentan en sí sus fieles siervos. Pero siendo tan favorable y tan benéfica con los pecadores, ¿qué no hace con los justos? ¿qué gracias, qué favores no les alcanza del cielo? ¿qué maravilla es en vista de esto que los mayores santos de la lglesia hubiesen profesado tan tierna y tan encendida devoción a la santísima Virgen, ni como podían dejar de ser tan grandes santos profesándole tan encendida y tan tierna devoción? Ego diligentes me diligo. Ama la Virgen a los que la aman, según la expresión de la Escritura, que aplica la lglesia a la Madre de Dios. ¿Qué gracias, qué protección, qué favores no deben esperar de esta fuenle de bondad? ¿qué auxilios en la vida, y qué amparo en la hora de la muerte? Aquella gracia final que nunca se puede merecer, y es como el sello de nuestra predestinación; aquella última gracia de que depende la eterna felicidad, es el más precioso don que la Virgen alcanza de Jesucristo en beneficio do sus fieles y fervorosos siervos. Por esta razón le hace la Iglesia, y nos exhorta a nosotros que sin cesar la hagamos esta oración: Santa Maria, Madre de Dios, ruega por nosotros pecadores, ahora y en la hora da nuestra muerte: Sancta Maria Mater Dei, ora pro nobis peccatoribus, nunc, et in ora mortis nostram. Arnen. Hacedlo así, Virgen santísima, rogad por mi; y sobre todo, alcanzadme la gracia de que os ame, de que os honre y de que os sirva sin aflojar y sin entibiarme todos los días de mi vida, para conseguir por vuestra intercesión la perseverancia final en la hora de la muerte.

JACULATORIAS.

Dignareme laudare te, Virgo sacrata. EccI.
Dignaos, oh Virgen santísima, alcanzarme gracia para amaros, y para cantar vuestras alabanzas por todos los días de mi vida.

Sancta Maria, suecurre miseris, juva pusillanimes, refove flebiles, ora pro populo, interveni pro clero, intercede pro devoto femineo sexu: sentiant omnes tuum juvamen, quicumque celebrant tuam sanctam commemorationem.
Santa Maria, socorre ä los afligidos, alienta a los pusilámines, enjuga las lágrimas de los que lloran, ruega por el pueblo, empéñate por el clero, intercede por el devoto sexo femenino. Sientan, en fin, los efectos de tu protección todos aquellos que cantan sin cesar tus alabanzas.

PROPÓSITOS

1. - Si la Iglesia encontró en el título de Madre de Dios un ohjeto tan digno de veneración que proponer al respeto de todos los fieles, en el mismo título halló lambién otra cosa de mayor eonsuelo y de mayor edificación para todos nosotros. En el descubrió aquellos inmensos tesoros de gracias que ofrece a todos sus hijos. En el halló una medianera que lo puede todo, un asilo que franquea a todos los pecadores, una madre llena de ternura, como ya hemos dicho, para con todos los hombres. Teniendo siempre a la vista estos motivos de devoción y de confianza, no sólo debes recurrir a la Virgen en todas oeasiones, sino dar pruebas prácticas de tu celo por su culto de tu devocion y de tu amor en todas las horas del dia. Es devoción muy provechosa y muy familiar a sus verdaderos siervos rezar el Ave María siempre que da la bora. Toma desde luego esta devoción, que sin duda es muy agradable a la Madre de Dios, y de grande utilidad espiritual para los fieles.

2. - Excita en tu corazón algún celo por la redención de los cristianos cautivos. Cosa extraña es que los fieles más afligidos sean los más olvidados. Entre los infieles de Berberia no tienen que esperar alivio ni consuelo. Son cautivos precisamente porque son cristianos: el lastimoso estado en que se hallan es capaz de enternecer los corazones más duros; peor alojados y peor tratados que los animales más viles; todo el día tirando del carretón o trabajando en las obras públicas de mayor fatiga, y tratados como perros, sin otro sustento, por lo común, que el que sobra del que se da a estos animales domésticos. Sólo les es lícito padecer, sin concedérseles la libertad de quejarse. Cada instante en peligro de apostatar, pues se los maltrata para obligarlos ä renunciar la fe y abandonar la religión, y todo sin consuelo y sin alivio. Los pobres y los miserables que viven dentro de las poblaciones cristianas, vienen por si mismos a exponernos sus necesidades; pero nuestros hermanos cautivos carecen de este consuelo. Es gran dureza olvidarlos porque no pueden venir a representarnos su miseria. Ten mucha compasión de aquellos pobres abandonados. No puedes hacer limosna más cristiana ni más grata a Dios y a la santísima Virgen. Haz esfuerzos de caridad para socorrerlos. En todos los pueblos hay cepos y cajas para la redención echa en ellas largamente toda la limosna que pudieres; algún día sabrás que con ella conservaste la vida y la fe de algún miserable cautivo. Acaso no hay obra de misericordia que sea más agradable a los ojos de Dios. «Las piadosas leyes de España anulan los testamentos en que no se deje alguna limosna para la redención y para la casa santa de Jerusalén, que también se debe considerar en cierta especie de cautiverio. Con ninguna otra necesidad se practica semejante demostración; señal cierta de que nueslros religiosos legisladores reputaron esta por la mayor y por la más urgente. No te contentes, como lo hacen tantos, con dejar señalada una misma cantidad para cumplir con ]a corteza de la ley, esto en rigor más es eludirla que observarla. Confórmate con su espíritu más que con su letra, y cuando estés para comparecer delante de tu Redentor, acredita en tu última disposición que quieres imitarle seriamente en el oficio de tal.»

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