CONFIANZA DE LA IGLESIA EN SAN NICOLÁS. — María niña sonríe al lirio que, presentándose ante su cuna, la ofrece el representante de una gran Orden. Admitido en la familia religiosa de los ermitaños de San Agustín cuando se estaba formando y constituyendo con la dirección del Vicario de Jesucristo, Nicolás mereció ser su taumaturgo. Al morir en 1305, comenzaba para los Romanos Pontífices el destierro de Avignon; su canonización se retrasó más de siglo y medio por la confusión de aquellos tiempos, pero ella señaló el fin de las lamentables disensiones que siguieron al destierro.
La paz tantos años perdida, la paz que los más prudentes desconfiaban ya alcanzar, era el ruego inflamado, el conjuro solemne de Eugenio IV, quien, al terminar su laborioso pontificado, confiaba la causa de la Iglesia al humilde siervo de Dios puesto por él en los altares. Según testimonio de Sixto V \ ese fué el mayor milagro de San Nicolás; milagro que indujo a este último Pontífice a mandar celebrar su fiesta con rito doble, honor más raro en aquellos tiempos que en los nuestros.
VIDA. — San Nicolás es el Santo más ilustre de la Orden de los ermitaños de San Agustín, en el siglo xiir. Nació en 1246 en Santángelo, ciudad de la Marca de Ancona. Eran pobres sus padres, pero le enseñaron tan bien el ejemplo y la práctica de la virtud, que desde jovencito dió señales de su santidad futura. A la piedad y al amor de las austeridades juntaba el gusto por el estudio. Ya antes de ser sacerdote, obtuvo un canonicato en la iglesia del SaliAvador, en Tolentino, pero, anhelando la vida religiosa para ser más perfecto, ingresó en la Orden de los er-' mitaños de San Agustín. Practicó con suma fidelidad todas las observancias, buscando con gran avidez las" humillaciones y la penitencia. Era tal su fervor, que su semblante se encendía de amor durante el Santo Sacrificio y las lágrimas corrían de sus ojos. Por espacio de treinta años predicó casi diariamente con gran aprovechamiento de las almas, convirtiendo a. muchos pecadores y hasta obrando milagros. Murió el 10 de Septiembre de 1308 y fué canonizado en 1446 por el Papa Eugenio IV.
PODER DE LA SANTIDAD. — Servidor bueno y fiel, has entrado en el gozo de tu Señor. El rompió tus lazos; y desde el cielo donde ahora reinas, nos repites la palabra que determinó la santidad i de tu vida mortal: No améis el mundo ni lo que hay en el mundo; pues el mundo pasa, y con él su concupiscencia1. Cuán poderoso es para el prójimo el hombre que de esa manera olvida al mundo, nos lo enseña el don que se te concedió de aliviar toda clase de miserias a tu alrededor y también en las almas del Purgatorio; y no se equivocaba el sucesor de Pedro al concederte los honores de los Santos y contar con tu valimiento en el cielo para llevar por los caminos de la paz a la sociedad tanto tiempo revuelta. Ojalá llegue a penetrar en nuestras almas y producir en ella los frutos que produjo en la tuya la palabra del discípulo predilecto, que acabas de repetirnos y que es verdadera semilla de salvación: el desasimiento de lo que se acaba, la aspiración a las realidades eternas, esa sencillez humilde de la mirada del alma que pone paz en n u e s t r o vivir y nos lleva a Dios, esa pureza que te hizo amigo de los Angeles y privilegiado de María.
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