sábado, 30 de mayo de 2020

Domingo de Pentecostés

Ha llegado el momento de celebrar el santo Sacrificio. La Iglesia, llena del Espíritu Santo, va a pagar el tributo de su agradecimiento, ofreciendo la víctima que nos ha merecido tal don por su inmolación. El introito resuena con un esplendor y una melodía sin par. Raras veces se eleva el canto gregoriano a tal entusiasmo. Las palabras contienen un oráculo del libro de la Sabiduría que se cumple hoy en nosotros. Es el Espíritu que se derrama sobre la tierra y que da a los Apóstoles el don de lenguas como prenda inequívoca de su presencia.
INTROITO
El Espíritu del Señor llenó el orbe de las tierras, aleluya: y, el que lo contiene todo, tiene la ciencia de la voz, aleluya, aleluya, aleluya. — Salmo: Levántese Dios, y sean disipados sus enemigos: y huyan, los que le odiaron, de su presencia. V. Gloria al Padre.
La colecta expresa nuestros deseos en tan gran día. Nos advierte, además, que dos son los dones principales que nos trae el Espíritu Santo: el gusto por las cosas de Dios y el consuelo del corazón; pidamos que ambos permanezcan en nuestro corazón para que seamos perfectos cristianos.
COLECTA
Oh Dios, que en este día intruiste los corazones de los fieles con la ilustración del Espíritu Santo: haz que saboreemos en el mismo Espíritu las cosas rectas, y que nos alegremos siempre de su consuelo. Por el Señor., en la unidad del mismo Espíritu Santo.
EPISTOLA
Lección de los Hechos de los Apóstoles.
Al cumplirse los días de Pentecostés, estaban todos los discípulos juntos en el mismo lugar: y vino de pronto un ruido del cielo, como de viento impetuoso: y llenó toda la casa donde estaban sentados. Y se les aparecieron lenguas repartidas, como de fuego, y se sentó sobre cada uno de ellos: y fueron todos llenados del Espíritu Santo, y comenzaron a hablar en varias lenguas, como el Espíritu les hacía hablar. Y había entonces en Jerusalén judíos, varones religiosos, de todas las naciones que hay bajo el cielo. Y, corrida la nueva, se juntó la multitud, y se quedó confusa, porque cada cual les oía hablar en su lengua. Y se pasmaban todos, y se admiraban, diciendo: ¿No son acaso galileos todos estos que hablan? ¿Y cómo es que cada uno de nosotros les oímos en la lengua en que hemos nacido? Partos, y Medos, y Elamitas, y los que habitan en Mesopotamia, en Judea y en Capadocia, en el Ponto y en Asia, en Frigia, y en Panfilia, en Egipto y en las regiones de la Libia, que está junto a Cirene, y los extranjeros Romanos, y también los Judíos, y los Prosélitos, los Cretenses, y los Arabes: todos les hemos oído hablar en nuestras lenguas las maravillas de Dios.
LOS GRANDES SUCESOS DE LA HISTORIA. — Cuatro grandes sucesos señalan la existencia del linaje humano sobre la tierra, y los cuatro dan testimonio de la bondad de Dios para con nosotros. El primero es la creación del hombre y su elevación al estado sobrenatural, que le asigna por ñn último la clara visión de Dios y su posesión eterna. El segundo es la encamación del Verbo, que, al unir la naturaleza humana a la divina en la persona de Cristo, la eleva a la participación de la naturaleza divina, y nos proporciona, además, la víctima necesaria para rescatar a Adán y su descendencia de su prevaricación. El tercer suceso es la venida del Espíritu Santo, cuyo aniversario celebramos hoy. Finalmente, el cuarto es la segunda venida del Hijo de Dios, que vendrá a librar a la Iglesia su Esposa y la conducirá con El al cielo para celebrar las nupcias sin ñn. Estas cuatro operaciones de Dios, de las cuales la última aún no se ha cumplido, son la clave de la historia humana; nada hay fuera de ellas; pero el hombre animal no las ve ni piensa en ellas. "La luz brilló en medio de las tinieblas, y las tinieblas no la comprendieron".
Bendito sea, pues, el Dios de misericordia que se dignó "llamarnos de las tinieblas a la admirable luz de la fe" . Nos ha hecho hijos de esta generación "que no es de la carne y de la sangre ni de la voluntad del hombre, sino de la voluntad de Dios". Por esta gracia, he aquí que hoy estamos atentos a la tercera de las operaciones de Dios sobre el mundo, la venida del Espíritu Santo, y hemos oído el emocionante relato de su venida. Esta tempestad misteriosa, estas lenguas, este fuego, esta sagrada embriaguez nos transporta a los designios celestiales y exclamamos: "¿Tanto ha amado Dios al mundo?" Nos lo dijo Jesús mientras estaba sobre la tierra: "Sí, ciertamente, tanto amó Dios al mundo que le dió su unigénito Hijo." Hoy tenemos que conpletar y decir: "Tanto han amado el Padre y el Hijo al mundo, que le han dado su Espíritu divino." Aceptemos este don y consideremos qué es el hombre. El racionalismo y el naturalismo quieren engrandecerle esforzándose en colocarle bajo el yugo del orgullo y de la sensualidad; la fe cristiana nos exige la humildad y la renuncia; pero en pago de ello Dios se da a nosotros.
El primer verso aleluyático está compuesto por las palabras de David, en las cuales se manifiesta el Espíritu Santo como autor de una creación nueva, como el renovador de la tierra. El segundo es una oración por la cual la Iglesia pide que el Espíritu Santo descienda sobre sus hijos. Se reza siempre de rodillas.
ALELUYA
Aleluya, aleluya, V. Envía tu Espíritu, y serán creados, y renovarás la faz de la tierra.
Aleluya. (Aquí se arrodilla.) V. Ven, Espíritu Santo, llena los corazones de tus fieles: y enciende en ellos el fuego de tu amor. Sigue la secuencia, una pieza llena de entusiasmo a la vez que de ternura para el que viene eternamente con el Padre y con el Hijo y que establecerá su reino en nuestros corazones. Es de Anales del siglo XIII y se atribuye con bastante probabilidad a Inocencio III.
SECUENCIA
1. Ven, Espíritu Santo,
Y envía desde el cielo
Un rayo de tu luz.
2. Ven, Padre de los pobres.
Ven, dador de los dones,
Ven, luz de los corazones.
3. Optimo Consolador,
Dulce huésped del alma,
Dulce refrigerio nuestro.
4. Descanso en el trabajo.
Frescura en el estío,
En el llanto solaz. 5. ¡Oh felicísima Luz!
Llena lo más escondido.
Del corazón de tus fieles.
6. Sin tu santa inspiración,
Nada hay dentro del hombre,
Nada hay que sea puro.
7. Lava lo que está sucio,
Riega lo que está seco,
Sana lo que está herido.
8. Doma lo que es rígido,
Templa lo que está frío,
Rige lo que se ha extraviado.
9. Concede a todos tus fieles,
Que sólo en ti confían,
Tu sagrado Septenario.
10. Da de la virtud el mérito,
Da un término dichoso,
Y da el perenne gozo.
Amén. Aleluya.
EVANGELIO
Continuación del santo Evangelio según San Juan.
En aquel tiempo dijo Jesús a sus discípulos: Si alguien me ama, observará mis palabras, y mi Padre le amará, y vendremos a él y haremos nuestra morada cerca de él: el que no me ama, no observa mis palabras. Y, las palabras que habéis oído, no son mías, sino de Aquel que me envió, del Padre. Os he dicho esto, permaneciendo a vuestro lado. Mas el Espíritu Santo Paráclito, que enviará el Padre en nombre mío, os enseñará todo, y os sugerirá todo lo que yo os he dicho. La paz os dejo, mi paz os doy: no os la doy como la da el mundo. No se turbe vuestro corazón, ni se asuste. Ya me habéis oído deciros: Voy, y vuelvo a vosotros. Si me amarais, os alegraríais ciertamente porque voy al Padre: porque el Padre es mayor que yo. Y os lo he dicho ahora, antes de que suceda: para que, cuando hubiere sucedido, creáis. Ya no hablaré mucho con vosotros. Porque viene el príncipe de este mundo, y no tiene nada en mí. Mas es para que conozca el mundo que amo al Padre, y, como me lo mandó el Padre, así obro.
LA HABITACIÓN DE LA TRINIDAD EN NUESTRA ALMA. — La venida del Espíritu Santo no interesa solamente al género humano como tal, sino que todos y cada uno de sus individuos está llamado a recibir esta visita, que en el día de hoy "renueva la faz de la tierra"
El designio misericordioso de Dios es hacer una alianza individual con todos nosotros. Jesús sólo pide de nosotros una cosa: quiere que le amemos y que guardemos su palabra. Con tal condición, El nos promete que su Padre nos amará y vendrá con El a habitar en nosotros. Pero no es esto todo. Nos anuncia, además, la venida del Espíritu Santo, el cual, por su presencia, completará la habitación de Dios en nosotros. La augusta Trinidad hará como otro cielo de esta pobre morada, esperando que seamos transportados después de esta vida a la mansión, en la cual podamos contemplar a nuestro huésped divino, Padre, Hijo y Espíritu Santo, que tanto han amado a esta creatura humana.
EL ESPÍRITU SANTO, DON DEL PADRE Y DEL HIJO. Jesús nos enseña más en este pasaje, sacado del discurso que pronunció a sus discípulos después de la Cena, que el Espíritu Santo que desciende hoy sobre nosotros es un don del Padre, pero del Padre "en nombre del Hijo"; del mismo modo que en otro lugar dice Jesucristo que "El es quien enviará al Espíritu Santo". Estos modos diferentes de expresión muestran la relación que hay entre las dos primeras personas de la Santísima Trinidad y el Espíritu Santo. Este Espíritu divino es del Padre, pero también del Hijo. El Padre le envía, pero también el Hijo le envía, porque procede de ambos como de un solo principio.
En este día de Pentecostés, nuestro agradecimiento lo mismo se ha de dirigir al Padre que al Hijo; porque el don que nos viene del cielo nos viene de ambos. Desde la eternidad engendró el Padre al Hijo, y cuando llegó la plenitud de los siglos le envió al mundo como su mediador y salvador. Desde la eternidad el Padre y el Hijo produjeron al Espíritu Santo y en la hora señalada le enviaron a la tierra para ser entre los hombres el principio de amor como lo es entre el Padre y el Hijo. Jesús nos dice que la misión del Espíritu es posterior a la del Hijo, porque convenía que los hombres fuesen iniciados en la verdad por El, que es la Sabiduría. En efecto, no habrían podido amar a quien no conocían. Pero cuando Jesús, consumada su obra y su humanidad se sentó a la diestra de Dios Padre, en unión con el Padre envía al Espíritu divino para conservar en nosotros esta palabra que es "espíritu y vida" y preparación del amor.
El ofertorio está tomado del salmo LXII, en el cual David profetiza la venida del Espíritu Santo para confirmar la obra de Jesús. El Cenáculo extingue todos los resplandores del templo de Jerusalén: en adelante no habrá más que Iglesia católica que no tardará en recibir en su seno a los reyes y a los pueblos.
OFERTORIO
Confirma, oh Dios, esto que has obrado en nosotros: en tu templo, que está en Jerusalén, te ofrecerán dones los reyes, aleluya.
En presencia de los dones que va a ofrecer y que descansan sobre el altar, la Iglesia pide en la Secreta que la venida del Espíritu Santo sea para los fieles un fuego que limpie sus manchas y una luz que ilumine su espíritu con entendimiento más perfecto de las enseñanzas del Hijo de Dios.
SECRETA
Suplicárnoste, Señor, santifiques los dones ofrecidos: y purifica nuestros corazones con la iluminación del Espíritu Santo. Por el Señor... en la unidad del mismo Espíritu Santo.
PREFACIO
Es verdaderamente digno y justo, equitativo y saludable que, siempre y en todo lugar, te demos gracias a ti. Señor santo. Padre omnipotente, eterno Dios: por Cristo, nuestro Señor. El cual, ascendiendo sobre todos los cielos, y sentándose a tu derecha, derramó (este día) sobre los hijos de adopción el Espíritu Santo prometido. Por lo cual, todo el mundo, esparcido por el orbe de las tierras, se alegra con profuso gozo. Y también las celestiales Virtudes, y las angélicas Potestades, cantan el himno de tu gloria, diciendo sin cesar: ¡Santo! ¡Santo! ¡Santo!
La antífona de la comunión celebra el momento de la venida del Espíritu Santo. Jesús se ha dado a sus fieles como alimento en la Eucaristía, pero el Espíritu les ha preparado tal favor, y ha cambiado el pan y el vino en el cuerpo y la sangre de la sagrada víctima. El también les ayudará a conservar en ellos el alimento que guarda las almas para la vida eterna.
COMUNION
Vino de pronto un ruido del cielo, como de viento impetuoso, donde estaban sentados, aleluya: y fueron todos llenados del Espíritu Santo, hablando las maravillas: de Dios, aleluya, aleluya.
Ahora que la Iglesia posee a su divino Esposo, le pide en la poscomunión que el Espíritu Santo permanezca en el alma de sus fieles, y al mismo tiempo nos revela una de las prerrogativas del Espíritu Santo, quien, encontrando áridas e incapaces de fructificar a nuestras almas, se transforma en rocío para fecundarlas.
POSCOMUNION
Haz, Señor, que la infusión del Espíritu Santo purifique nuestros corazones y los fecunde con la íntima aspersión de su rocío. Por el Señor... en la unidad del mismo Espíritu Santo.

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